miércoles, 31 de diciembre de 2008

LA SEÑORITA YO - Cap 3 - Manuel




Lo anónimo; el rescate de mí o la pérdida de mí, nada, sólo un encuentro. Su voz sonó en el portero eléctrico, casi silenciosa, ausente:

- ¿Quién es?
- ¿Manuel?, soy Sergio – dije.
- ¡Ah! dame un segundo ya bajo.
- Te espero.

Siento el ruido de los autos, el murmullo de las personas. Los segundos que tarda en bajar son horas, son espanto, confusión. La pequeña voz de mí hermana Mercedes hablándome, diciéndome al oído: - relájate. La voz dulce de mi madre diciéndome: - Mientras te sientas bien, y no hagas mal a nadie… No me siento ni mal, ni bien, siento no estar, siento no saber que hacer; irme, quedarme, correr, llorar; los verbos se conjugan en presente. Yo no sé si estoy. Sólo una nube de niebla rodea mis horas y deseo, profundamente, vislumbrar la luz.

- Hola loco, ¿cómo estas? – me dice una voz que anuncia su presencia.
- Hola Manuel, bien todo bien. Al fin nos conocemos. – respondo.
- ¡Qué lindo que sos! – dice mientras sonríe y me mira de arriba a abajo.
- Gracias. Vos también – doy como respuesta. Esas respuestas cómodas e idiotas.
- Pasa, dale.

Manuel es más alto que yo, debe tener mi edad. El cuerpo, visiblemente trabajado, aparece por debajo de una musculosa y unas bermudas largos y blancos que parecen alargarlo aun más.
Entramos a su departamento; todo parece estar en calma y en su lugar; como encerrado en una cáscara invisible. Mientras me invita a sentarme en el sillón, y me ofrece algo para beber, pone música. Aún no me doy cuenta quién es.

- ¡Más lindo no podes ser! ¿no? – dice mientras sonríe y se sienta cerca de mí- ¡qué ojos tenes ! -

Como lo recurrente en este mundo de idénticas sexualidades; ¡qué lindos ojos!, ¡qué buen culo!, son las dos frases más escuchadas, más idiotas y mentirosas. ¿A quién le importa la forma o color de los ojos, cuándo ni siquiera saben lo que esos ojos miran o anticipan? ¿A quién le importa un buen culo si no esta preparado para la entrega o si ese culo es poseedor de kilómetros de pijas ? Un buen culo en cualquier ambiente es sinónimo de penetración, en el gay, se potencia. Una loca se desespera por un buen culo, no importa quien lo sostenga; sea un rinoceronte o un monstruo milenario, solo importa un buen culo.
Bien, yo sabía que era dueño de un buen culo, de un excelente culo. Yo sabía que tenía una buena altura, una mejor cara y un buen cuerpo. Yo lo sabia, solo que nunca sostuve eso como estandarte. Nunca use eso para decir aquí estoy.
Con los hombres siempre me paso, y a veces hoy me pasa, dos cosas, me rectifico; a los hombres siempre les pasaron dos cosas conmigo. Si sólo me miraban e intercambiábamos dos palabras querían acostarse conmigo. Si me miraban y también buscaban el dialogo tranquilo, divertido e inteligente, además de acostarse querían volver a verme, querían ser mis novios, mis parejas. Querían casarse, vivir juntos, presentarme a sus familias, tener hijos, viajar por el mundo, escribir un libro y plantar un árbol. Me agotaba. Me agotaban.
Recuerdo a un fotógrafo con el cual no tuve ni siquiera sexo. Luego de la primera sesión fotográfica me dijo que yo me comía la cámara, que había traspasado la lente, que había llegado a su alma. Yo sin entender la dialéctica de su arte, pensé que, efectivamente, la marihuana era un excelente estimulante.
A la semana, el fotógrafo, me envía un pasaje a Roma para que lo acompañe a una exposición en ese país. El pasaje estaba acompañado por un teléfono, sí; un aparato telefónico con la leyenda: LLAMAME. Creo que esa era su insoportable levedad de ser.
Casi ni nos conocíamos y se imaginaba viajando a Roma conmigo, (en realidad si el destino hubiera sido París, posiblemente aceptaba. París es un lugar en el que me gustaría morir). Por supuesto que no acepte, creo que todo tiene su precio pero algunos no estamos en venta. El viaje era en un mes. Durante veintinueve días recibí en forma permanente docenas de rosas. El portero de Agüero y Paraguay se hartaba de subírmelas. Yo las recibía violeta de la vergüenza. Mi cuarto era una cámara funeraria con un muerto permanente; las rosas colgaban hasta en el techo y los chicos con los que compartía el enorme departamento se descomponían de la risa todos los días.
Cuando nos encontramos en un café para hablar y decirle que no me mande más flores, que definitivamente no viajaría con él a Roma, que yo no quería tener nada con él, sólo escuche quince minutos de palabrerío barato y algún sutil insulto, si el insulto puede ser sutil, claro. Me pregunto: ¿por qué los gays no aceptan un no como respuesta? ¿Nos sentimos acaso el centro del mundo? Si.

- ¿Queres que tomemos algo acá o vamos a Plaza Serrano? – me dice Manuel – esbozando un sonrisa.
- Vamos a la Plaza – le respondo tratando de salir del departamento.

Si, quiero salir, caminar un poco con él, distenderme en la mesa de un bar, relajarme.
Salimos a la calle, hace calor, mucho. Yo también llevo musculosa y unos pantalones muy amplios y frescos, pero parece que nada ayuda. Caminamos por Charcas hasta Scalabrini Ortiz y nos metemos por esas callecitas de un Palermo transformado en snobismo. Adolescentes caminando sin ganas, ancianas pidiéndole permiso a una pierna para mover la otra, modelitos de segunda que caminan llevándose el mundo por delante, sin entender que el mundo ya se las llevo puestas. Un zoológico, un circo, un metáfora de un hoy que no recuerda un ayer.
Elegimos un bar tranquilo que da justo a la plaza, nos sentamos en una mesa que esta sola en el balcón. Comienza a atardecer y parece bendecirnos una suave brisa que hacia tiempo no sentía.
Nuestras vidas empiezan a salir de nosotros, nos contamos todo. Nos reímos mucho de anécdotas suyas y cuentos míos. Nos miramos mucho y creo que en algún momento nos deseamos mucho.
Miro el reloj y ya hacia cinco horas que estábamos ahí. Era muy tarde. Decidimos irnos. Volvemos caminando haciendo casi el mismo recorrido. Lo acompaño hasta su casa. Todo el camino riendo y charlando. Por momentos me abraza y me dejo abrazar, me toma de los hombros y me siento flotar. ¿Sólo un poco de atención puede mover un sentimiento? ¿Tan regalado soy? En el camino suena su celular; es su pareja preguntándole dónde esta.
Antes de vernos, esa primera vez, sabíamos que cada uno tenía pareja. El no convivía, yo sí. Supuestamente él no lo amaba, yo estaba dejando de amar. Al menos había una verdad de nuestra parte.
Llegamos a la puerta del edificio y me pregunta si quiero subir a tomar algo. Agradeciéndole respondo que no, que otro día. Busca mi boca para el beso y se encuentra con mi mejilla (hasta aquí yo no había roto mis estructuras emocionales).
Paro un taxi. Nos despedimos.

- Llámame mañana por favor – me dice Manuel.
- Si claro, mañana te llamo y nos vemos.

Vuelvo a mi realidad. Mentira, pienso en Manuel, me gustó, me sedujo todo el tiempo, es como una pantera encerrada en un diamante; dispuesto para salir a atacar pero a no dejar la belleza.
Suena mi celular, es un mensaje de texto de Manuel: me gustaste mucho, quiero verte de nuevo. Mañana llámame y hacemos algo.
No le respondo. No quiero hacer nada, entraría en un juego peligroso y arriesgado.
La oscuridad del departamento que comparto con Gonzalo me gusta, todo esta en silencio y en calma. Mientras lleno la bañera busco un libro en la biblioteca. Otro mensaje de Manuel: ¿recibiste mi mensaje?, ¿qué te parece si mañana vamos a navegar?
Me desnudo, tiro la ropa en el piso del cuarto y voy al baño.
El agua me relaja, sumerjo todo mi cuerpo en la bañera. Vuelvo a la superficie, respiro pausadamente. Cierro los ojos. Oscuridad.
Termino con mi acuática inmersión, me seco y voy al cuarto. La cama es grande, se ve más grande aún por la ausencia de Gonzalo que estará hablando idioteces con sus amigos holandeses. Me acuesto, estoy muy cansado.
Antes que el sueño gane la batalla, tomo el celular y le respondo a Manuel: ¿a que hora te paso a buscar?

Marea: y la fuerza de la innovación




Los vaivenes que la Luna y el Sol ejercen gravitacionalmente sobre el nivel mar son los hechos que producen las Mareas. Variaciones de alta, de baja, de catástrofes, de reposos. Posiblemente esa sea la definición exacta para describir el proyecto periodístico-editor de MAREA EDITORIAL; proyecto que fluctúa entre la investigación histórica, política y de cultura general, sin dejar de lado estupendas novelas de reconocidos escritores argentinos.

En sus cinco años en el mercado, MAREA EDITORIAL, ha encontrado un reconocido y merecido lugar en un público que sigue mes a mes cada exitoso lanzamiento de sus libros.

Con cuatro colecciones bien definidas; Vox Populi, Náufragos Pasado imperfecto y una impecable colección de bolsillo, MAREA aborda géneros como la investigación periodística, el relato histórico, el ensayo y la narrativa.
La impecable edición cada libro, al cuidado de Constanza Brunet; Directora Editorial, se convierte en una herramienta necesaria para entender, desde otra visión, la realidad argentina en palabras de los mejores periodistas, escritores y profesionales de distintos ámbitos culturales.

Hernán Brienza, Osvaldo Bazán, Miguel Wiñazki, Diana Wang, Daniel Balmaceda, Rudy, Mario Markic, Mariano Thieberger, Pablo Abiad, Gonzalo Sánchez, Leandro Pinkler, Carlos “Calica” Ferrer, Malele Penchansky, Leandro Zanoni, Gustavo Sierra, Sergio Kiernan, Esteban Peicovich, Andrew Graham-Yooll, Liliana Caruso, Florencia Etcheves, Mauro Szeta y Patricia Suárez, son sólo algunos de los guerreros de la palabra que integran las filas de MAREA.

Con Marea alta o baja, esta editorial genera, gracias al virtuosismo de sus autores, directores y departamento de prensa, grandes tempestades con sus lanzamiento, que desde hace tiempo logran repensar nuestra historia, nuestra gente, nuestra actualidad y nuestro SER argentino.

www.editorialmarea.com.ar

Directora Editorial: Constanza Brunet
cbrunet@editorialmarea.com.ar

Prensa: Cecilia Fernández Moores
ceciliafm@editorialmarea.com.ar

lunes, 29 de diciembre de 2008

Libros: KERES COJER = GUAN TU FAK



La primer parte de la trilogía del joven escritor Alejandro López, Keres Cojer = Guan Tu Fak, a la que seguirán : (22 X /) Flor de Chongo y Las Aventuras de Vanesa en América , parece recostarse en la frase; “la lectura es larga, la vida es corta”.

Una delirante novela donde prima la comunicación que trasciende, desde hace años el mundo de las relaciones toda frontera: el chat y el correo electrónico.

Diálogos que desde el espacio virtual nos introducen en una historia cargada de sexo, complicidades, sueños de ser alguien o “algo” en la vida de los otros. Una trama policial con la muerte rondando todo lo poco que puede rondar: la vida humana.

KERES COGER = GUAN TU FAK presenta una estética creativa no solo desde su diseño editorial sino también desde el personal lenguaje del autor convirtiéndola en una obra que seguramente no pasara desapercibida.

Autor:Alejandro López
Agradecimiento: Julia Hacker – Editorial Interzona.

Libros: La Canción de los Peces que le ladran ala Luna



“Cuando andas mal todas las canciones parecen decirte algo…” inicia el escritor y periodista Osvaldo Bazan esta novela donde el amor parece ser, por momentos, el único protagonista de pasiones desbordadas.

La mirada exclusiva del narrador puesta en una historia donde la marginalidad, la noche y la violencia, conviven hasta fusionarse en lo único que nos rescata: la búsqueda de un sentido.

Dos taxi boys amando a la misma mujer desatan un recorrido perverso, angustiante pero cargado de realismo y honestidad literaria. Otro acierto de Bazan. Otro éxito de Marea.

Osvaldo Bazan
Editorial Marea

Agradecimiento: Constanza Brunet (Edit. Marea)

De cómo se va dejando



-.l.-

Había sido él, el que no era;
equivocado en el alcance,
palpaba los sexos;
que seguían,
que quedaban.
Su cuerpo retrataba retaguardias,
ejercitaba el inocente pecado
que aún era un juego,
el de palpar los sexos;
que volvían ,
que acababan,
que secaban.
Respondía anhelante, despiadado,
al vicio de la lengua
que aprisionada en la carne
palpaba los sexos,
que lamían,
que chupaban,
que dejaban.
Calvarios de esperma y sudor
reclamaban los limites del cuerpo
sosteniendo los latidos,
que salían
que buscaban
que encontraban.
Costera era la noche que anclaba
regresos, que regalaba ocultas galas;
para someter, ahora, al sexo,
que revienta,
que justifica,
que agota.
Había sido él, el que no era
o si era había sido él, que volvía,
que seguía y quedaba;
que acababa y secaba,
que lamía que chupaba
y reventaba,
y equivocado en el alcance
palpaba los sexos.


-.ll.-

Lleno de creencias, en su celda,
limó barrotes,
rasgó vestiduras y rosarios
mató al santo,
olvidó al cura,
al Papa (o a papá) y su macabro silencio.
Había sido el mismo que no era,
con la creencia, ahora de no creer.
En una prisión de poros inundados
engendraba vientos y consignas
Y mató al cura y sus mentiras,
rompió el yeso de aquel santo;
y era el mismo que no era,
con la creencia, ahora, de gozar,
en ausencias anhelantes,
en humildes despedidas,
en placeres hundidos al tacto,
en ríos de estiércol.
Y caminando la calle paga,
mató al santo,
olvidó al cura,
del Papa ya no habló,
y siendo el mismo que no era,
se crucificó;
también fue un mártir.

-.lll.-

Silbaba la noche común,
casi estúpida y vacía,
relámpago de soledades
anegaban la calle paga.
Fue en una esquina, cree,
no recuerda, ni quiere.
Fue de noche y no admitido;
y sí callado,
y no sin miedo
y sí sentido.
Cruzadas las miradas se buscaron,
llegaron de rodillas
a inundar el despunte solar.
Transporte que acarrea ya a dos que no eran.
Boedo y después también.
Seis meses, fueron seis o tal vez menos
de insanías y desvelos.
seis meses, fueron seis o quizás más
esperando la entrega;
sin quebrar los cuerpos,
sin pedir nada...
Y seguía sin ser quien era.
volvía la nocturna silbatina,
se sentía el olor a sexo casto
y empezaba a saber quién era
él, que no era,
empezaba a conocer el amor
que fue olvidando.

-.lV.-

Menta de trasnoche y humo,
alfombras lo habitaban,
suaves melodías,
sentidos los besos húmedos.
Lejanos recuerdos se acercaban a la culpa.
Un ajeno encierro
que pesaba en la balanza de intenciones.
¿Era quién el que no era?
Desde sus polares sentidos
temblaba en imposibles horas;
a imagen y semejanza de lo aprendido:
por separado,
por idiota,
por ejercicio.
Eran de amor sus horas con el que no era,
eran remansos cómplices
que habitaban otra historia.
Pero era y no era.
Desterró inesperados besares,
persiguió otra vez más, casi elocuente,
los tambores de la noche;
sus ritmos,
sus cadencias
sus avaricias.
Y volvió, una vez más, casi creyente
a buscar sus soledades en la noche.

Las dudas de la fé




por Mabel Padelli

Finalizada la procesión, luego de tantos rezos,
volví a su cruz, me arrodillé…
y a medida que mi pensamiento se escurría hacia El
sentí que mi religión había envejecido,
mi místico corazón huía
engendrándose en materialismo.

Pero aquellos ojos sufrientes de mi Cristo,
plenos de bellísima serenidad,
me seguían con la mirada.
Peleábamos abrumadoramente
entre sus espinas y las mías;
pero me ordenaba a la vez,
con una bondad, ancha, honda,
que mi intuición era despiadadamente imperfecta.

Entonces, me sublevé en plegarias…
y de pronto un soberbio llamado
me elevó hacia el cielo y me gritó:
¡Que muera tu corazón, mi amor lo espera!
¡Que crezca tu infame cobardía!,
yo la vigilo y la detengo.
¡Que la duda te fragüe con sus llamas!
y… si después mueres se elevará tu alma,
y allí, en el titilar de las estrellas, invisible,
estaré yo, tu Cristo, esperándote
para acunar las dudosas quimeras de tu espíritu.

El juego perverso



Escribo, escribo, escribo
Escribo, escucho, escribo
Escribo, leo, escribo
Escribo, sangro, escribo
Escribo, escribo, escribo
Escribo, caigo, escribo
Escribo, escribo, escribo
Escribo, muero, escribo
Escribo, escribo, escribo.

Escribir hasta caer.
Caer escribiendo;
el abismo es el mismo
la distancia igual.

Escribo, escribo, escribo
Escribo, callo, escribo
Escribo, escribo, escribo
Escribo, escribo, escribo
Escribo, escribo, escribo
Escribo, sano, escribo
Escribo, escribo, escribo
Escribo, emerjo, escribo
Escribo, escribo, escribo
Escribo, nazco, escribo

Escribir hasta nacerme
o nacerme escribiendo;
el dolor es el mismo
el mismo dolor es ser.

Escribo, escribo, escribo
Escribo, me nombran, escucho
Escribo, escribo, escribo
veo, observo, escribo.

Escribo, escribo, escribo
callo, escribo, callo
Escribo, escribo, escribo

Me nombro, me llamo, me duelo
Escribo, escribo, escribo...

Aproximación al no decir.





“Si el vocablo te toma la vida, es que tienes una vida para dar. Mientras no nos expulsen de nuestros vocablos, nada tendremos que temer; mientras nuestras palabras conserven sus sonidos, tendremos una voz; mientras nuestras palabras conserven su sentido, tendremos un alma”
Edmond Jabes


La pregunta inicial sería: ¿ Quién o qué es un poeta?. A la misma se le pueda dar una multiplicidad de respuesta, tantas que una puede invalidar la otra y así sucesivamente hasta la desaparición del concepto, hecho que esta sucediendo: cualquiera puede escribir de lo que se le antoje, de la forma que quiera…
Tantas definiciones, desde las académicas; absurdas u aburridas tanto o más que las enciclopédicas, o definiciones que presentan y caracterizan a los poetas según la época que les toco vivir o el movimiento al que pertenecieron. Así encontramos románticos, existencialistas, barrocos, surrealistas, el ultraísmo, el dadaísmo, le modernismo, el simbolismo, el parnasismo, ismo, ismo, ismo hasta el hoy: EL ABISMO.
Todos estos movimientos unidos en un común denominador; la trascendencia a partir del decir, su decir hecho poesía: POESIA que no deja de ser “su identidad”. La marca que hace de cada uno un ser distinto, un habitante de lugares absolutamente únicos.
En el momento de la creación el poeta esta sólo. En ese “estar” , ¿se encuentra?, ¿se pierde?. Ese “estar” ¿ es nacerse, morirse?. ¿No debería ser acaso la conjunción de todo lo que fue y será ese poeta en sus letras? ; su decir, su nombrarse en presente trasladando ayeres y proyectando mañanas, en definitiva la escritura de “su” legado. Recordemos a Faulker cuando afirmaba “las voz del poeta no simplemente debe ser el recuerdo del hombre, puede ser uno de los puntales, de los pilares que lo ayuden a resistir, a prevalecer”.
¿ Una voz que llama y precede todo lo an-tes-pen-sa-do ?.





Para todo necesariamente hay un origen, en el origen el caos, dicen. Del caos vamos a la mas universal de las respuesta para la pregunta inicial “el poeta es el que escribe poesía” este… y ¿la poesía ? ah … es la creación o el producto que resulta de la imaginación y la invención del ¿hombre?.
Bajo este criterio universalizado de la cuestión, supongo, todo es poesía: el dulce de leche, las llantas de los autos, el vidrio, las hamburguesas, los helados, etc.; ¿acaso estos productos no tienen su origen en la imaginación e invención del hombre?
El poema, lo que deviene poesía, debe convertirse en una realidad lingüística que depende de condiciones ineludibles.
La realidad nos responde una aproximación casi nociva a la definición de poema y poeta: “hay tantos poemas y poetas, como poemas y poetas existan”. Piadosa mentira de este universo globalizado.
El poema para tener una función debe, irrevocablemente generar una relación de ida y vuelta entre su decir; su materia, su estructura y quien lo crea y de allí quien lo lee.
Una relación atemporal casi me atrevo, a perpetuidad entre creación y recreación del mismo poema en el lector.
Internalicemos a Rene Char:

“Es preciso instalarse en el exterior de uno mismo, al borde de las lagrimas y en la orbita de los hombres, si queremos que algo fuera de lo común se produzca, algo que sólo era para nosotros”

Desde el exterior me veo y me confirmo por haber estado antes dentro mío. ¿ No es acaso esa la magnificencia del llamarse, del reconocerse uno en sus letras , su decir?. ¿No ocurre allí esa creación que hace honor al concepto y legitiman al hombre que crea, que produce el poema?, eso que solo es para él, lo que siente propio, único?

El tiempo es testigo de lo inacabado, del decir que disminuye en los ecos de estas sociedades, de estas culturas cada vez más vacías de contenidos. Los poetas también se globalizaron; aquellos (no todos) los que tienen un nombre en el universo poético, aprovechan el espacio ganado para escribir cualquier necedad, lo primero que se les ocurra será poesía. El nombre ya lo tienen.
Las nuevas generaciones blanquean sus discursos desde lo que creen y consideran trasgresión y lograr de forma permanente/continuada herir de muertes sus poemas, degenerar el género, aniquilado por ser puro.
Lo chabacano, la grosería (lenguaje fácil de los necios), lenguaje hostil y desmedrado que utilizan para la vejación del decir, hoy no conoce limites.

¿Cualquiera puede escribir poemas? ¿Cualquiera puede decirse en un poema?

Parece que sí. Parece que para los que hoy escriben no existe vínculo alguno con la realidad; no tienen miedo al disparate, a la vergüenza (lugar desde donde es difícil volver), al ridículo. Su razón esta en decir algo, no importa qué y mucho menos importara el como.
Estos poetas, que considero nacieron en un mundo sin palabras; un mundo inmerso en las miserias del alma, carecen de la idea de detención; ese lugar que nos indica HASTA ACA, que nos dice donde parar, donde detenerse.
Y es ahí donde caen rendidos, escribiendo lo indecible y en esto creen representar una realidad superadora de… nada, ya que esta realidad los supera a ellos llegando al punto de no saber y no poder controlarla.
En sus textos encontramos ausencias. No esa ausencia que puede hallarse en la maravillosa literatura de Alejandra Pizarnik en donde desde el vacío que derraman sus poemas, en los cuales prima la ausencia, estos se pueden llenar, acoplar y trascienden el universo de la poetiza para perpetrar nuestro propio universo.
La ausencia en estos poetas, es un lugar donde lo permitido supera cualquier limite ; vacíos inocuos donde creen que nada les falta, donde es casi imposible (guardo una esperanza en el casi, de redención y reconversión de algunos) que un lector se introduzca en ellos de lleno.
Los poetas de hoy (quiero creer que no todos gracias a alguna fuerza divina) terminan un poema olvidándose de los fundamental: LO ABANDONARON EN SU PRINCIPIO, EN SU ORIGEN, NO ORDENARON EL CAOS.

Jugando en el reino de la gratuidad

¿Cuándo escribimos nos liberamos de toda necesidad? que significa esa carencia que nos daba vuelta, de un interior que ya se agotaba y es ahí, cuando liberamos esa necesidad que caemos en lo gratuito: ¿PODEMOS ESCRIBIRLO TODO?, ¿PODEMOS DECIRNOS EN TODO?
En realidad seguimos presentándonos sobre un fondo ausente, se escribe para enunciar el vacío. Esta noción no esta mal si logro llenar ese vacío. Lo malo esta en perpetuarlo o pero llenarlo de mas vacío y así darle un sinsentido.
¿Lo negro fue siempre negro? Pero puedo pensar o imaginar que existió un proceso, un matiz que dio origen al negro. ¿Las claves?, el contraste, la búsqueda del negro a partir del blanco o viceversa; en el alumbramiento de palabras que troquen en imágenes.
No debemos llegar tarde al poema, no debemos cesar a la sana ambición de que lo escrito nos trascienda.
El poema es ante todo belleza, pero la belleza en el sentido universal del concepto, sino la pureza de lo que uno pueda imaginar. La belleza también es dolor, es muerte, es dejar lo que se sabe nunca será. Debemos sublimar conceptos para dar nuevos orígenes, crear aun lo no creado, la marca que nos indique propiedades lo que escribimos, en lo que sentimos nuestro.

Confesiones

Dejo arrasarme por la palabra. El alumbramiento de ella debe nacerse solo, debemos poner el vientre para que se rompa con todo lo dicho, pero no desde el absurdo, sino desde un sustento creativo, desde la básica noción de “saber” que es lo que voy a decir, que voy a trasladar al otro. Me digo YO, me reconozco, me nombro.
Se me “ser” en un desierto de palabras que se nace para mutar oasis; las descubro, las busco, las ubico. Les doy el oxigeno de mis manos.
Cuando amanece en mis noches, las elevo por los dos universos queme circulan; el racional y el irracional, lo que pienso y lo que siento, eso que alcanzo y lo que se me escapa también.
Me distancio de las letras con ese efecto de dejarme ir de ellas. Vuelvo a encontrarlas en otro tiempo.
En ese tiempo que no las vi. me disfrace de lejanías, mute mil veces y algunas mas maldije haberlas dejado huérfanas. Pero ellas necesitaban irse de mí. Yo necesitaba dejarlas.
Ellas necesitaban libertad.
Yo sentirme libre.
Con la sana idea de que no existan condicionamientos, con el deseo que entre ellas y yo aparezcan errores o aciertos nos dejamos.
Vino el silencio a calmarnos, a besarnos suavemente estas lejanías, la ansiedad no puede traicionarme.
Silencio.
Trato de ser exacto, de conjugar mente-silencio con palabras que me callen. Descubro que es posible el irme de lo escrito para volver y conocerme. Algo así como un encuentro con mi encuentro. El clímax.
Durante horas, días, quizás, meses me descubrí en el papel haciéndole el amor como en un ejercicio tántrico; ir y volver, penetrando cada hueco, reteniendo el aliento, doblando el cuerpo y equidistando la mente.
La contención es la palabra justa para no faltar el respeto de lo escrito, de lo dicho, para retener palabras que nunca serán palabras, sino vacíos. No herir el poema, mi marca, la identidad que me pertenece por ser.
Acariciar el poema para que traiga a memoria todos los olvidos.
Es ahí donde sucede su conversión, el ser espejo que no muestra sino que refleja hasta convertirse en otro, hasta ser otro.

La Señorita Yo - Cap. 2 -


Una vez, hace nunca, llegue; partiendo un útero, revolviéndome ante el espanto de la vida sin saber que era. Bebiéndome un aire que no era mío, dí un grito y anuncie mi ausencia.
No quiero aburrir; el grito de mí madre fue prolongado por el mío ante la palmada. Una niñez sin sobresaltos; entre juegos, risas y la mirada atenta de esa mujer cuyo nombre suena grande en mí, cuyo abarcarme es vida por ser significado. Sólo una palabra.
De todas las vidas que uno vive y no hablo de la cuestión de la reencarnación, sino de las vidas que uno va eligiendo, esas vidas que nos van llevando a ser. De esas vidas sólo guardo el recuerdo de los aromas. El aroma a pasto mojado del parque de casa que contenía lo ajeno como propio, el pasto verde mojado humedeciendo todas mis desesperaciones. La primavera violentando los cerezos, donde trepaba niño tratando de llegar a lo alto, a las ramas, donde lo rojo se confundía con lo blanco. El aroma a tierra después de la lluvia, ese aroma a tierra embebida, fundida en el agua. El aroma de los árboles de la plaza, tantas veces escrita, tanta veces olvidada. Esa plaza donde los pasos son seguidos de las sombras, donde las fuentes danzan aguas de adioses y despedidas.
Lo normal; un padre ausente, una madre siempre a la expectativa y dos hermanas; una mayor que asumía siempre un rol que no le pertenecía, que nunca seria suyo, y una menor que era simplemente una involuntaria cómplice de toda mi vida. Hasta aquí todo bien, al menos eso parecía.
Los olores, los juegos, los domingos familiares, las discusiones con olor a vainilla de las tortas.

Sergio vamos a jugar – me decía Mercedes, mi hermana menor, mientras tomaba mi mano para salir al parque.
Vamos, ¿a qué queres jugar ?
Y… a la casita… ¿queres? – indagaba mientras sus ojos azules me miraban implorando un si.
¡Sí!, claro que quiero.
Bueno entonces vos hace de mamá.

Cuando nació Mercedes yo tenía todas las expectativas puestas en la panza de mí madre; sabía que algo especial crecía ahí dentro. Un ser distinto, algo así como una gracia divina.
Lourdes, mi hermana mayor, me llevaba siete años y ninguno de los dos buscó en el otro un mínimo gesto de comunicación. No nos llevábamos mal, directamente no nos llevábamos. Lourdes significaba, socialmente, todo lo correcto, todo lo que se debía hacer dentro de los límites de lo moralmente aceptable. Nunca una mala palabra, nunca una travesura, nunca un gesto de rebeldía o una complicidad con nosotros. Su vida era un no permanente, un eso no se hace, esto no se dice. Tal vez la negación sea, acaso, un buen modus operandis de vida.
Mercedes y yo exploraríamos siempre todas aquellas cosas que nos generaban curiosidad. Aún hoy, ya crecidos, nos juntamos a reír de nuestras locuras.
Esa exploración fue la que siempre nos mantuvo vivos, nos dio alas, nos llevo por caminos diferentes, pero que en algún momento se encontraban. En esa exploración, hace mucho tiempo, me encontré en un cuerpo ajeno, un cuerpo que frente al espejo deseaba ese cuerpo. Una exploración que me llevaría a caminar por algodones, abismos y plenitudes.
No sentía que mi cuerpo fuera mi cuerpo. Todo en la adolescencia, un tramo difícil de transitar. De chico el modelo hombre-mujer, de chico; el pene en la vagina, de chico; el sexo entre hombres esta mal, de chico; Dios te castigara, de chico y con la cabeza taladrada por mensajes externos, busque ser libre a partir del silencio. Callar parecía ser entonces la manera más efectiva de manterme intacto, pleno, lucido, aunque sin vida.
Comencé a escribir. Me inventaba la vida que deseaba, no la que llevaba. ¿Qué sintiese deseos por un hombre siendo un hombre? ¿Y sí estaba mal? ¿Y sí era verdad qué Dios, desde su eterna sabiduría, me lanzaba un rayo que me dejaría calcinado con el sólo hecho de pensarme acostado con otro hombre? ¿Y cómo sabia sí estaba mal si no lo hacia?
Literatura, escritura; formas de espejarme. Leía, escribía hasta quedarme sin deseos, hasta morir en cada hoja. Renacía al otro día para comenzar nuevamente el ritual. La escritura me regalaba el mundo, me inventaba en el. Escribía, juntaba todos los papeles y al atardecer los encendía en el parque; observando, con deleite, como todos mis pecados eran consumidos por el fuego, como se elevaban en torpes cenizas negras hacia un Dios que no permitía mis malos pensamientos. Mis ojos lagrimeaban por el humo y por tanta opresión quemada.
La escritura me salvaba, me rescataba del naufragio hormonal en el que me sentía perdido. ¿Estaba mal pensar lo qué pensaba, sentir lo qué sentía?
Aunque cualquier momento haya sido ya entonces, quería buscar la posibilidad de volver de lo que no había aún hecho. Las cosas allá a los lejos me esperaban, como todas las cosas; deseadas, amadas… latentes.
Ya de chico, y no sé por que cosa del destino o la vida, entendía que lo peor no esta por venir nunca, desde antes de mí ya ha venido; yo no estaba dispuesto a hacerle entender que me había enterado.
Nada de lo dicho era lo correcto, veía al mundo como algo equivocado y hostil, un mundo del que yo era el huésped y él, una delirante compañía. Casi todo era NO, como el eco de las palabras mayores, de esos adultos que parecía que no habían cometido errores nunca, jamás.
Así fui construyendo el cuerpo, moldeándolo incesante, cincelándolo bajo la mirada cuasi-atenta del espejo, en el cotidiano encierro.
Muchas veces deseaba una nave, que la imaginaba azul, una nave que me diese el poder para irme, el poder del viaje inesperado, repentino y duradero. Algo así como a otra galaxia, otro cielo; sin filas escolares, sin auroras cautelosas, sin el discurso del héroe; de aquél que fue, porque mató.
Deseaba todo sin saber qué. Deseaba lugares, soñaba el mar, la luna, una estepa de estrellas abrigándome en la noche. Ahí sentí la necesidad de alejarme un tanto de mí para poder encontrarme allá, a lo lejos, anónimo y en lo anónimo, y rescatarme o perderme de una vez por todas.

LA SEÑORITA YO -Viceversa - Cap 1


¡Esta todo bien!, ¿venís a casa? ¿Por dónde estas? – me dijo Manuel en el segundo dialogo telefónico.
¿Te parece?... yo no tengo problemas en ir. Ahora estoy en lo de un amigo tomando un café. Me desocupo en una hora, si queres paso. – conteste yo con la intención de conocerlo.
Si dale, venite así nos conocemos. – respondió.
Ok, dame la dirección. – dije con esa sensación de nervios que siempre tuve al conocer a alguien.
Si, anota.

Un mes atrás había empezado el dialogo por chat. Durante un mes las palabras fluían y escapaban por la pantalla. Durante un mes hablando sobre el desafío de conocernos. Hasta aquí, supuestamente, uno sabía todo del otro, parecía que las palabras jugaban su destino: significarse detrás de ellas, hablar de verdades, no esconder supuestos. Mi amigo Daniel servia el segundo café:

¿Quién era? – me pregunta Daniel.
Manuel, un chico que conocí en el Chat.
Pero como ¿y Gónzalo ?
La relación no da para más, no sé como hablarle. Vivimos dos realidades distintas, yo muy encerrado en mí y él en una nube de pedos permanente. Hay días que no soporto hablar, quiero cortar la relación.
¿Pero se lo dijiste?
Aún no.
Entonces decidís conocer a otro. ¿Lo conoces cómo levante o cómo algo más?
¿Qué me preguntas, cómo puedo saberlo? ¿Vos metes un tipo a tu casa y ya sabes si va a estar con vos para un polvo o va a ser tu Romeo?
¿Qué contestador estamos, dudas quizás? A mí sólo me interesa coger – respondió Daniel.
Bueno a mí me interesa vivir y si dentro de ese vivir esta la posibilidad del amor mejor, sino también el sexo es un buen escape.
Ja, ja, ja – rió como sabe hacerlo para que yo enfurezca – parece que evolucionaste, lograste desdoblar una relación seria de un toque y me voy. Además nada tienen que ver el sexo con el amor, van por caminos diferentes, si se encuentran fantástico y sino a gozar igual. Alguna vez te dije que espero que el mundo no termine con una explosión, sino con un gemido y deseo que sea un gemido de placer.
Esa facilidad que tenes para hacerme enojar. ¿Siempre sexo vos? No se que pasara con este chico, por ahora, a Gonzalo no pienso serle infiel.
Por ahora. ¿Entonces a qué vas?
¿Cómo a qué voy?, a conocerlo. Siempre me tenes que joder con esas preguntas.
Yo no te jodo, por ahora significa duda.

Duda, siempre esta la duda, el temor a lo desconocido o lo que es peor, el miedo a lo conocido, y cuando eso conocido empieza a resultar extraño.
La música clásica, que siempre pone Daniel para el café, rodeaba mis fantasías. Ya no lo escuchaba a él, tenia la mente puesta en el encuentro con Manuel; el encuentro con las respuestas del ¿Cómo seria?, ¿qué historia tendríamos? ¿Hasta dónde llegaría yo y hasta dónde llegaría él?
Me sentía bien con la complicidad de la música y la figura de Daniel frente a mí. En ese momento no necesitaba nada más. Daniel nunca me daba consejo alguno, nunca me censuraba; solo hablaba y me llevaba sin escalas a la reflexión. Ese vínculo que teníamos fortalecía mi amistad con él, ese vínculo generaba en mí la imperiosa necesidad de verlo aunque sea una vez por semana. A veces salía de su departamento furioso por escucharlo decirme impresionantes barbaridades, y a los pocos minutos sentía que sus palabras eran sinceras y amistosas verdades y ahí me daba cuenta que mi furia era cobardía y tristeza a la vez.
Daniel es de esas personas que no todos alcanzan a conocer y no todos pueden hablar, no lo digo para subestimar a nadie, pero seguir una conversación con él cuando se introduce en los senderos de la filosofía es no apto para simples y sencillos mortales. Su intelectualidad me extasió siempre , hablaba de Milan Kundera o bioética con idéntica pasión e idoneidad, o de política y de familia como un experto en el tema, y desde mi sed de saber, lograba admirarlo hasta la reverencia. Siempre me regocijan esos cálidos encuentros.

¿Qué vas a hacer entonces? – me preguntó.
Nada, voy a ir a conocerlo, a charla y tomar algo, no sé. – respondí con el fondo de música clásica.
Te pregunto qué vas a hacer con Gonzalo, en realidad, qué vas a hacer con vos y tu relación.
Hablar, decirle que se termino, explicarle que las diferencias que nos unían ahora nos separan. No sé…
Bien, hace como te parezca, pero pensá todo. Pero sobre todo pensá alguna vez en vos, en lo que es mejor para vos. –sentenció.

Salí del departamento pensando en que seria lo mejor para mí. ¿Existe algo que sea mejor que uno para uno mismo? ¿En relación a qué es la función del otro en la vida de uno? ¿Cúal es la utilidad del otro o de mí en los otros? Recordé un chico con el que salí unos meses, Diego se llamaba. Un viernes nos invitaron a una fiesta donde la heterogeneidad del lugar la hacía fascinante; travestís, enanos, algunos ejecutivos, señoras mayores, escritores, modelos y todo aquello que pertenece a este gran circo de la hipocresía, aquellos a los que le gusta decir; - Si, tengo amigos homosexuales, ¡me encantan!. Todo como un grito de moda, de lo que se usa. Sí, tener un amigo puto queda bien. Si es puto y negro mejor, se sienten nominados al Premio Nobel de la Paz.
Dos horas habían pasado desde que llegamos a la fiesta y charlaba de nada con una bailarina; en realidad ella hablaba de su pasión, mientras yo asentía alentado por el champagne. Diego me llamo para presentarme a una pareja de amigos; Pablo y Ramiro. Pablo era simpático, robusto sin ser gordo, vestido de pies a cabeza por Key Biscayne, tendría unos cuarenta y cinco años, de profesión abogado, igual que Diego. Ramiro tenía una belleza sobrenatural, casi salvaje, imposible de no sentirse atraído o perdido en sus ojos verdosos y melancólicos. Era alto, cuerpo trabajado y tendría unos treinta años, de profesión sociólogo, y amaba la pintura. Una belleza cautivamente, un hablar pausado. Un tipo seguro de él y ajeno a este mundo en el que se encontraba, como yo; festejando algo que no sabíamos. Lamento no haber escapado de esa fiesta con él.
Luego de intercambiar algunas palabras con la feliz pareja, que hacia tres meses que salían, Diego me miro y me dijo: - ¿Viste qué lindo es Ramiro?, vos y él son ideales para estos lugares, son como elementos decorativos, todo el mundo los mira, todos los desean y, en definitiva, sólo son nuestros-.
Quede vacío en un segundo, su voz me devolvía la nada. Mire a mí alrededor, algunas miradas me miraban, me sentí perseguido. Sentí estar en un laberinto donde cada persona buscaba hacerme su presa. No escuche más a Diego. Me asfixiaba y salí al balcón. Lloviznaba, la avenida mojada sostenía los pasos de los últimos transeúntes de la noche. En la esquina un sin casa dormía tapado por la desesperanza. No quise volver a la fiesta. De lejos vi a Ramiro sonriéndole sin ganas a Pablo. Diego como si no hubiese dicho nada hablaba con todos. Pensé que me pediría disculpas, pensé que iba a darse cuenta de lo dicho. Nada de eso paso.
A las cinco de la mañana tomamos un taxi, llegamos a su departamento, nos acostamos. Todo sin hablarnos; mi ánimo estaba desvanecido. El cuerpo de Diego se derrumbó de cansancio y se durmió. Cuando desperté a la mañana Diego no estaba, había dejado una carta: Sergi: me fui al gym, acórdate que hoy tenemos el cumple de Francisco, a las nueve, en Belgrano. Ponete lindo como anoche. Diego
Salte de la cama, fui al baño, moje con agua helada mí cara para despertarme. Junte algunas cosas mías que había en el departamento y me fui.
Nunca más volví a verlo, nunca más atendí sus llamados, ni sus urgencias. Nunca más me intereso ser un elemento decorativo para él ni para nadie. Ni siquiera merecía una carta de despedida; yo no lleno el vacío visual de nadie.
Seis de la tarde, Avenida Córdoba es un caos de automóviles. Sigo pensando en el encuentro. Si tomo un colectivo tardare mucho y mi ansiedad me hará colapsar. Si voy en taxi, llegaré pronto y mi miedo puede hacer que me arrepienta. Siempre los extremos, solo tengo que elegir el medio y llegar a Palermo, sin dudas, sin arrepentimientos, después de todo ¿qué estoy haciendo mal? No soporto el calor, demasiado calor. Enero en Buenos Aires es la antesala del infierno. Quiero llegar a la cita impecable, seco.
Me decido por un taxi. Le indico el camino. El bullicio de la calle me perturba, lógicamente no estoy del todo bien; acostumbrado hace años a esta ciudad, no puede justo hoy hacerme sentir así o sentirme ajeno a su alboroto. Soy parte de ella, mis sueños se volcaron en ella, se consumieron en ella, ¿Cómo puede perturbarme?
Abro mi bolso, siempre llevo bolso, nunca están de más en el un libro, un cuaderno, la agenda, algún ansiolítico, bolígrafos, tickets de subtes, colectivos, alguna foto, bla, bla. El bolso es como una metáfora del desarraigo, es como estar siempre presto a partir, como estar en todos lados sin habitar ninguno. Saco el perfume y me pongo un poco. Agarro una mentita y juego a derretirla en mi boca. Parezco un adolescente en su primera cita. Caigo: tengo 32 años, tengo una vida pasada, quiere decir que tengo una historia, quiere decir que he vivido, quiere decir que no me puede poner nervioso ir al encuentro de alguien. Mejor dicho, no me tendría que poner nervioso si no fuera porque voy a conocer a alguien con otra intención. Voy a conocer a alguien que algo de mi querrá y que lógicamente algo de él quiero. Amor, sexo, compañía, compartir, sólo cosas de las que estoy careciendo ahora. Estoy nervioso porque tengo el presentimiento de empezar algo sin haber terminado lo otro.
No estoy nervioso; tengo miedo, mucho miedo.

¿Doblo por Anchorena? – me dice el taxista.
¿Perdón? – contesto.
Te preguntaba si doblo por Anchorena.
Ah, sí, sí esta bien.

Suena mí celular, por la pantalla veo el nombre de Gonzalo, dudo de atenderlo pero lo hago. Mientras lo escucho me persigo, no sé mentir, no me sale.
- ¿Hola mi amor cómo estas? – me dice.
- ¿Bien vos?
- Bien, ¿por dónde andas?
- En la calle.
- Ok, ya no vuelvo a casa, acordate que hoy ceno en la Embajada de Holanda. -me dice y me relajo. Me acaba de dar tiempo, de regalar horas, cederme minutos para mí. No sé sí seguir en el taxi para encontrarme con Manuel o pedirle que de la vuelta e irme al departamento a sumergirme en la bañera durante horas y repensarme un poco.

¿Me escuchas? me dice Gonzalo.
Eh? Sí, sí este …
¿Estás bien? ¿Te pasa algo?
No, no. Bueno, nos vemos a la noche.
Si un besito. Te amo.
Un beso.

Nada. No me hizo ni una pregunta. Nada. O muy seguro de mí se sentiría o no le importaba más que mi compañía. Absolutamente un mínimo de interés, me sentí solo, me sentí ocre, sentí la imperiosa necesidad de que alguien me abrace, de alguien que, con mínimos gestos, me demuestre que me ama o que me quiere, que me sostenga de caer una y otra vez. Gonzalo, ¿entendería alguna vez el significado de sus te amo o seguiría diciéndolos por costumbre? Si alguna vez se hubiese dado cuenta, de la cercanía entre el decir y el hacer, aun estaríamos juntos.
El taxi sigue, ahora, por Charcas. Afuera el calor sofoca, la gente igual camina despreocupada de todo y de todos. Los miro, como ellos me deben mirar a mí. Pienso que aún soy alguien, que tengo mucho para dar y que hay una persona esperándome para nombrarme. Bajo del taxi, las bocinas me aturden, solo unos metros me separan de un portero eléctrico que me presentara otra vida. No me animo a tocarlo. Es el piso séptimo, me gustan los números impares. Doy vuelta sobre el portero. Miro nuevamente a la gente que camina sin prisa por el boulevard, mi cabeza va a estallar. Pienso que algunos de ellos este día vivirán más que yo y no logro soportarlo, yo también deseo vivir más que
ellos.

LA SEÑORITA YO - El Origen



Quizás la felicidad podía ser un instante ¿por qué entonces la imposibilidad de vivirla? Me había relegado de tal forma que cualquiera podía, con el encanto de las palabras, hacerme creer que me amaba. Él era cualquiera. Yo también.
Cualquier concepto del amor, estructurado por cierto, que yo conocía, lentamente se iba a transformar en nada. Entendí que de esa nada surgía siempre algo. Algo que me seguía uniendo, atando. Algo que me seguía relegando.
Aún existen muchas cosas que me asombran, como la muerte que me sigue asombrando o sorprendiendo en el asombro. Me asombra también como una persona, a través de los años o el tiempo; formas de medición, puede cambiar tanto. Como podemos dejar de creer en lo que creíamos y volcarnos a otro tipo de relaciones sólo por el simple hecho de mantener sólida una relación.
Cuando me supe enamorado, fui relativamente feliz, siempre con el sentir puesto en el para siempre y el pensamiento apostando a lo que dure. Pensar una relación es ubicarla en un plano que no existe, el lugar de lo ideal. Lógico es saber que todo inicio va a tener necesariamente un final. La vida en sí, ¿no es vida por qué lleva consigo la muerte? Ante esta idea de la muerte como única certeza, el hombre no se cansa de buscarla, sin darse el tiempo de la espera.
Amor y razón nunca se llevaron bien; cuando uno piensa no esta sintiendo, cuando uno siente no esta pensando. Cuando el pensamiento se enquista en una relación las palabras no encuentran su lugar, las miradas susurran recuerdos y las horas, convertidas en tiempo, aniquilan la presencia del otro. Mi realidad fue siempre así; cada vez que pensé una relación la deje de sentir. Todo terminaba como en su inicio: rápidamente.
Sabiendo que ese lugar no existe; el lugar de lo ideal, y que como todo lo que empieza termina, me deje llevar hasta él; hasta su demencial paso por el mundo, hasta su egoísmo, hasta su aguda desesperación de hombre creyéndose ser el centro del universo; universo por él inventado y sostenido. Vuelvo: me deje llevar hasta él, hasta su risa contagiosa, sus manos abarcadoras y calidas, sus recuerdos tristes y sombríos, sus ojos; enmarcando una mirada que se perdía en la mia.
El pensamiento achica las relaciones, las limita, apura el decir que no surge, los objetos se acumulan en la despedida y el manto crucial del silencio vence a la tarde miserable en esperanzas.
Sentir, pensar; ¿no es acaso el amor el vínculo más frágil de las relaciones humanas?.
A la distancia me pregunto: ¿no es el amor el Río de Heráclito?, ¿no es el amor acaso como la muerte, la cual se atraviesa solo una vez?
No se puede aprender a morir, tampoco se aprende a amar. La sabiduría del amor llega un tiempo después de su llegada, la sabiduría del amor llega unas horas después de su partida. Entender que uno amaba es comprender su ausencia, la propia desesperación llevada a un plano de locura.
Con él no pude manejar la palabra, nunca pude hacerle entender que no era importante la palabra, sino lo que ella decía, lo detrás de ella. Creyéndome evolucionado yo no hablaba, creí que el silencio podía decir todo. Es imposible luchar contra el viento, es imposible enfrentar tormentas de permanentes desvaríos.
Acá estoy yo, encerrado entre blancas paredes que hacen juego con mis olvidos, por la ventana el verde; que no quiero sentir, que no quiero oler, que no quiero… He armado algo así como mi antigua casa; de paredes ajadas, espacios de grandes sueños que me regalan un infinito mundo literario y divino. Me miento, regrese a mi vieja morada; la letra, reencontré en ella un tiempo despiadado y poderoso. Regrese a un hueco que absorbió en segundos la historia de mi vida, cada uno de todos esos días multiplicados por mis edades.
Mi hogar es la letra, el vacío que ella encierra; sus oscuridades tempranas, o las mías. En ellas, las letras, dejo a ese niño que no puede convencerme del hombre que hoy soy. Tengo la esperanza empecinada de encontrar aromas en las palabras, porque ellas están desprolijamente disfrazadas de primaveras.
Tanto tiempo que es casi nada. No hay recorrido que no empiece con el tiempo, que no deja de ser un tirano, una novedad o un dolor. No hay recorrido que no deje de atravesar puertas, ventanas selladas, rincones repletos de aquellos ecos que nos dieron vida.
La palabra es la voz que subyuga cualquier infidencia, que clausura todo lo esquivo que puede traer la memoria.
Recupere mis letras y me hallé yo; vacío de las personas que no pudieron asistir a la cita, sin siquiera sonreírme en el espejo; tengo un miedo aterrador: la sonrisa como aproximación a la felicidad.
Mi voz no habla con otras voces. Y ese hombre que mí voz no menciona y mi recuerdo perpetua; aquel hombre que no supo leerme en el alma todas mis carencias, decirme en su paso todas las incertidumbres que supieron opacarme. Ese hombre que como pocos no tuvo la grandeza de hacerme vivir en su memoria.
Buenos Aires se disfraza de noche. Estoy solo. Hay gente afuera que me espera y que no quiero encontrar. Voy a intentar leer para salvarme por un rato, cada cosa que leo es como que anuncian mis fracasos, como pequeños suicidios cada día, esas cosas me fortalecen.
También me entristezco a veces, pero cada vez me importa menos, la tristeza es una buena compañía para el que finge ser feliz. En estas letras me siento en una religión sin Dios, alguna vez habité su roca y tampoco estaba, alguna vez le creí, alguna vez me creí.
Me huyo, escapo de mí. Me enciendo en un cigarrillo y escribo, ni siquiera se por qué.
Dentro del muro blanco que me inventé me siento seguro. Entre blancas paredes hago juegos con mis olvidos. Sigue el verde por la ventana, imaginado por supuesto, que no quiero sentir, que no quiero oler, que no quiero…los aromas, los colores, sólo me traen recuerdos y entiendo que hay un presente durmiendo conmigo y un futuro incierto disfrazando más mis inseguridades.
En cada átomo del aire esta él; erguido, dulce, vivo, perverso, su imagen allí; asintiendo todo, susurrándome: - ¿Esta todo bien?.