jueves, 8 de enero de 2009

LA SEÑORITA YO - Cap 10 - El primero es el tercero


Hace unas cuantas semanas que Manuel tiene un cambio de actitud; esta tranquilo casi sosegado, diría que demasiado. Lo miro con ternura mientras el duerme y Paula acompaña mis desatinos literarios. Lo miro, y creo que lo amo, al menos eso pienso, pero pensarlo también es no sentirlo. Inmediatamente me pregunto que amo de él y no encuentro respuesta. Decido no preguntarme más; no me sirve pensar tanto en esto: ¿Para qué pensar cuando no hay eco?
Un mensaje de Gonzalo llega a mi celular; me quiere ver. Contesto que no puedo, que viajo al otro día y no llego a terminar todo lo que tengo que hacer. Se enoja, es su problema. Juntarme con él será algo así como perder el tiempo en lo intrascendente, en la nada. Lo quiero, claro que lo quiero, pero necesito estar vacío de mí para poder estar con él.
Sigo escribiendo, sobre esas personas, sobre esa esquina. Pienso que una esquina puede ser todo un universo, un estar, una realidad diaria para muchas personas. Pienso que una flor en un muro, no tiene más que ese muro y los ojos atentos de la quien la observa. Esa flor es todo en el muro, y el muro todo para la flor.
Manuel se despierta y proponer ir a cenar a algún lugar lindo. Acepto.
Confieso que salir a comer es uno de nuestros programas favoritos; siempre la pasamos bien, nos divertimos y reímos mucho, algo constante en nosotros. Son como ínfimos momentos de felicidad o lo más cercano a ella. Claro que su mente siempre prepara el terreno para todo; me hace recordar a un personaje femenino de una novela que nunca me acuerdo su nombre; bien, ella era incapaz de disfrutar el momento, siempre estaba pensando el próximo movimiento.
Salimos del restaurante y propone caminar un rato. Aclaro: detesta caminar. Caminamos y reímos; me pregunta como estoy y contesto que bien. Seguimos caminando, ahora bajo un silencio que anuncia tempestades.

- ¿Pensaste en lo qué hablamos? – me dice sonriendo
- ¿En qué? hablamos tantas cosas. ¿En lo de alquilar otro departamento? – repregunto.
- No, en lo de tener una cama de tres. – dice –
- La verdad que no. ¿Vos queres hacerlo?
- Y… si.
- Hagámoslo – le contesto seguro –

Formas del amor, de la aceptación, de la idiotez, formas de la nada y el vacío. Caminamos nuevamente por Callao.

- ¿Cómo hacemos? – le pregunto-
- No sé… que sé yo… ¿vamos a un sauna?
- ¿Cómo a un sauna?, ¿a un sauna, a coger con otro? Bueno ¿dónde hay uno?
- Acá a la vuelta. –me responde –

Nada preparado, la cena, las ganas de pasarla bien conmigo, la caminata cuando no hay ganas de caminar. Todo armado; las ganas de otros cuerpos, del revolcón, del sexo Express, del sauna, de olvidarnos de nosotros porque no nos bastamos con nosotros mismos. Y es verdad ¿que tiene que ver el sexo con el amor?
Vuelvo a pensar en los celos, ese sentimiento que puede resultar peligroso, esta vez reconociéndome; siento ser apasionado, ansioso, un poco sadomasoquista y neurótico, y debo ser de proyectar mis propias tendencias a la infidelidad. Sí, me doy cuenta que tengo celos delirantes por sentirme abandonado, menospreciado y burlado, por eso lo ataco. Será el miedo a separarnos, no sé por qué. Mi vida sentimental es un no sé por qué. Siento que mí equilibrio emocional y bienestar psicológico se ven amenazado. Siento que lo voy a perjudicar a él. Cuando sentí esto la primera vez viví la situación como una tortura, incluso sentí deseos de venganza. En principio me encerré en el silencio hasta el drama y luego me entregue a la experimentación, de todo y de todos. No era cuestión que él viva más que yo.
La puerta de vidrio opalina es imponente, nadie que no lo sepa, pensaría que ahí se debaten grandes contiendas sexuales.
Traspasamos esa puerta y hay otra, vidriada. Tocamos un portero, la puerta se abre. Pagamos la entrada; él pago por la entrega, por el sexo, por el otro. Nos dan unas llaves, ojotas, toallas y nos dicen que no se puede transitar por el lugar vestido; sólo cubiertos por una minúscula toalla blanca. Me rió e imagino la toalla blanca como símbolo de pureza y castidad en un lugar donde la pija simula ser la cruz de un culo que es el santo sepulcro. Nos indican donde cambiarnos, algunos hombres, ya desnudos, salen de ese cuarto. Manuel no deja de mirarme. Con las toallas puestas en nuestra cintura salimos del cuarto en donde dejamos nuestra ropa.
El lugar es muy luminoso, hay una barra donde un mexicano, extremadamente vulgar, traga una hamburguesa gigante mostrando los pocos dientes que le quedan, empujándola con una cerveza. Me mira como mirando una posibilidad, ni siquiera me imagino tocar, por todo el dinero del mundo, esa bola grasienta, oliendo a cebada y destilando mostaza por sus aberturas dentales. Asco, siento asco. Si esto puede llegar a ser una cama de tres, la fantasía de Manuel acababa de morir.


- ¿Qué te pasa? – me dice Manuel mientras nos acomodamos en los taburetes de la barra.
- Nada, ese cerdo que esta ahí no para de mirar y hacer ojitos – contesto ofuscado- ni en pedo hago algo con ese tipo.
- ¡Pero vos estas loco, es un asco! Pidamos algo de tomar y quédate al lado mío, no te vayas, siento mucho pudor de estar acá.
- Pero ¿no querías estar acá? Además ¿adonde voy a ir? ¿Qué queres tomar?
- Tomemos un vinito.

Un vinito, la llave de entrada a su verdadero yo, su descontrol, su dejarse llevar por cualquier cosa que le digan, su ofrecerse. Total era el centro del mundo.
El vinito que allí venden es como un ácido que te carcome lentamente las entrañas, pero es la única bebida espirituosa ofrecida. También hay bebidas colas y mucha pero mucha variedad de bebidas energizantes. Todo tiene que ver con todo supongo, la entrada no es barata y pagar para un polvo e irse no debe ser lo ideal. Estas bebidas deben actuar soberanamente bien para poder seguir una jornada sexual intensa. No sé, supongo. Tomamos unas copas y veo que hay una escalera a la izquierda de la barra. Sugiero subir a ver de qué se trata, que habrá allí arriba.
Cuando nos levantamos, varias miradas nos buscan. Ya lo he dicho, nos veían altos, atractivos, simpáticos y, encima, éramos una pareja.
Pareja en el ambiente gay significa: “descuídate un segundo que lo perdes porque lo quiero yo” o su equivalente “te odio perra por estar con alguien y yo solo”. En cambio si te ven sólo la cosa cambia; te histeriquean más, dan más vueltas, joden y joden. Lo gay, por naturaleza, siempre será lo prohibido; nada mejor que desear al hombre del prójimo, aunque no este a tú alcance. Lo del alcance es relativo; Manuel estaba al alcance de cualquiera que le dijese algo “lindo”, y las locas de eso saben mucho. ¿Será una cuestión de género?, ¿o una cuestión de soledad?. Ningun gay va a asumir en su repútisima y triste vida que estar solo es feo. Los que dicen “yo estoy bien solo, para qué quiero un tipo, ni loca mi amoooor”; mienten, mienten. Todo esto lo dicen y justifican, enrredados sexualmente con el primer tipo que tienen enfrente; desnudándolo, deseando como loca que lo mire y le diga algo, le jure amor, y ahí la cosa cambia. De esa loca olvídate; esas que juraron estar bárbaros solos, cuando se ponen en pareja desaparecen. Se olvidan de amigos, padre, madre, abuela, hermanos, de su historia, sí!!! Esas locas cuando se ponen en pareja parecen olvidarse del pasado: nunca se enamoraron antes, este último es el amor de sus vidas, así no, despacito que me duele (en la primera vez claro) cuando tienen kilómetros de pija adentro, etc, etc,etc. Y los celos, la parte más cansadora, pues estas locas le harán la vida imposible al pobre tipo que tuvo la reverencia de fijarse en ellos. No podrán mirar ni siquiera al perro del vecino pues lo trataran de zoofilico. Miedo a perder todo, como siempre.
Ahí estábamos, los dos, en un lugar donde vale todo y contra todos.
En el primer piso, varias reposeras rodeaban un minúsculo jaccuzi que contenía los cuerpos de cuatro hombres, todos comprimidos. Uno de ellos; un hombre maduro daba vuelta sus ojos sintiendo las manos en su pene del adolescente que lo masturbaba mientras lamía su cuello. Los otros dos tocaban sus miembros viendo la escena de alto contenido gerontológico. Nosotros nos tentamos de risa y decidimos bajar. Caminamos por un ancho pasillo; una puerta de madera conducía al baño seco, enfrentada a ella los baños comunes; con duchas y más adelante el comienzo de la acción.
Una puerta conduce a una sala con televisor donde proyectan pornografía y los hombres se sientan en cómodas reposeras a masturbarse. Pensé rápidamente que, para masturbarme me quedo en mi casa, aunque no soy amigo del onanismo; me gusta tocar y que me toquen, me confiere la posibilidad de darme cuenta que siento al otro en mí.
Otra abertura conduce al laberinto, entramos. Pasillos mas angostos, todos negros, solo se ven las siluetas de los cuerpos y de vez en cuando resplandece la blancura de las toallas puestas en esos cuerpos. Toallas sujetas en las cinturas, de los que tienen cintura, pues me daba la sensación de estar en un lugar donde la gente no tenía formas.
Manuel me toma de la mano y transitamos esos pasillos. Algunos hombres no nos detenemos. Tocar significa, allí, detenerse y hasta ahora nadie merece esa quietud. Dos tipos cuando pasamos por al lado toman mi mano y la apoyan en su sexo; duro, muy duro. Seguimos, dentro de ese laberinto también hay puertas por las cuales se accede a pequeños cuartos con una camilla del tipo “masajista” en donde uno se mete a hacer lo que quiere. Observamos dentro de un cuarto, sobre la camilla, el cuerpo desnudo de una mariquita enceguecida de la calentura. Esta solo, refregándose sobre la camilla, pellizcándose los pezones, metiéndose dedos en el culo, gimiendo…Manuel me dice: - ¡No lo puedo creer, que asco esa loca!, y seguimos. Yo tampoco lo podía creer o sí que sé yo, a la distancia algunas cosas todavía me sorprenden. La loca estaba sola, era más feo que pisar mierda descalzo, se debe haber tirado sobre la camilla para ver si alguien, dentro de tanta oscuridad, y con dos o tres copas de más, se lo cogia. Supongo que al no tener suerte tenía que mostrar, a puertas abiertas, ese espectáculo erótico que no calentaba a nadie. En fin hay cosas que se hacen por amor, otras por soledad, lo del medio no existe.

- ¿Y eso? – me pregunta Manuel cuando salimos del laberinto y vemos otra escalera.
- Y … debe ser otro laberinto – le contesto desde mis supuestos.
- Me da miedo, la gente acá es un asco – exclama.
- Si viniste a tener miedo nos vamos – le digo.
- Bueno subamos y vemos que onda… –responde.

Si, otro laberinto, idéntico al de abajo aunque parece ser que la gente es más interesante. Lo transitamos igual que al otro. Manuel me dice cada cinco minutos que esta muy flaco, que le da vergüenza, que son todos feos, que él se ve feo. Ni lo escucho, ¿para qué?
Lo mismo; algunos nos manosean, seguimos caminando, nos detenemos en un espacio donde todos parecen detenerse, donde todos parecen ver un poco más la cara del otro pues la luz es un bien escaso en los laberintos, casi inexistente. El sexo manifestado en cientos de gemidos, manos extendidas al cuerpo que pasa, las vergas escapandose de las pelvis, los culos ofrecidos com mercancías al mejor pijón, el sexo, siempre el sexo, la gratiuidad, el instante. En ese espacio mínimamente lumínico vemos al único hombre que parece interesarnos a los dos.
Esta apoyado sobre el fondo negro de un lateral, nos mira, lo miramos. Bajo su toalla se ve claramente una protuberancia clamando urgencias. Vuelve a mirarnos, a llamarnos con la mirada. Camina hacia uno de los pasillos del laberinto, lo seguimos. Se detiene en otra pared. Caminamos hacia él, está solo, los tres estamos solos. Me siento totalmente solo; Manuel se acaba de desdibujar en mi mente: no sé quien es.

- Décile algo – le digo a Manuel.
- Me da vergüenza – responde.
- ¡Dale!-insisto.
- Pero ¿por qué no le decís …?
- ¡Dale!

Lo enfrentamos. Lo saludamos. Nos sonríe y respondemos a su sonrisa, casi verdaderamente. Es alto como nosotros, cuerpo atlético, torax bien marcado. Su pelo es entrecano, cosa que me fascina; siempre tuve fascinación por los hombres entrecanos, Richard Gere por ejemplo. No pienso en un anciano, sino en esos hombres hasta cuarenta y cinco años que presentan tonos grises y blancura en su cabeza. Bien; le decimos que somos una pareja. El nos dice que es versátil; si, pasivo-activo, le gusta penetrar y ser penetrado. Parece ser que uno es más o menos macho, más o menos hombre si es activo o pasivo. Absurdos. El dialogo puede desplegarse y no vale la pena, fuimos ahí a coger no a hacer relaciones públicas.

- Si ustedes tienen en claro lo que sienten, hacemos algo – dijo el hombre mirándome fijamente a los ojos.
- Sí. - le respondió Manuel.
- ¿Y vos? – mi dijo sin dejar de mirarme.
- Sí. – le respondí.
- Vengan acá.

No metemos en un cuartito. Andrés, el ilustre desconocido, regula con un botón la casi nula luz. Me siento sobre la camilla, él se acerca abre lentamente mis piernas, se apoya todo en mí y comienza a besarme.
Fuimos al sauna sin decirnos nada sobre lo que nos permitiríamos hacer y sobre lo que no.
Andrés no deja de besarme, de lamerme el cuello, bajar a mis tetillas. Yo lo beso, lo acaricio, rozo sus tetillas y desprendo lentamente la toalla que lo cubre. Su sexo esta a la deriva.
Se incorpora Manuel, con su pene erecto, por detrás de Andrés, lo toma del cuerpo y lo besa. Le apoya la pija dura, apoya todo su cuerpo en la espalda de Andrés y busca mi boca. Me besa profundamente mientras yo no dejo de acariciar a Andrés.
Varios minutos descubriendo los c uerpos con nuestras manos, de besos, de juntar tres lenguas en una sola boca. Seis manos dibujando geografías en tres cuerpos. Parecería ser todo matemático.
Antes de que viviéramos esa situación, pensé que me moriría al ver a Manuel con otro en una escena así; siempre trágico yo. La verdad fue un baldazo de agua fría a mi mente: no sentí nada.
Andrés me besaba mientras Manuel disfrazaba de latex su miembro tieso para penetrarlo. El primer intento lo hace parado, no puede. Suben a la camilla, yo me apoyo contra una pared y conecto mi boca a la de Andrés, Manuel lo intenta otra vez como un perrito y se le rompe el profiláctico. Andrés despega su boca de la mia y me dice: te quiero coger. Bueno –respondo- .
Bajamos los dos de la camilla, Manuel, que ya tiro el profiláctico, se acomoda abierto de piernas, me toma del cuello besándome profundamente. Siento el miembro cubierto de látex de Andrés, apoyándose en mí, jugando a poseerme. Manuel lleva mi cabeza hasta su verga y comienzo a lamerla, a chuparla, a sentir que me pertenece solo a mí, empieza a gemir.
Andrés me toma de la cintura, me lame la espalda, besa a Manuel y no puede penetrarme, va perdiendo la erección. Se saca el profiláctico, lo tira. Mira profundamente a Manuel y le dice: - Hácelo vos, él te ama demasiado. A veces también la visón de los otros puede ser una equivocación, lo erróneo. ¿ Qué lo hizo pensar que yo lo amaba?, ni siquiera nos conocíamos, o ¿fue quizás lo que le trasmitió mi mirada?
Manuel me penetra, sin forro, como hace tiempo. Mi cuerpo se entrego a él, con la confianza de la idiotez, del absurdo. Toda mi vida cuidándome, sexualmente, para entregarme a la persona más infiel del mundo; ¿qué me hizo pensar que si no se cuidaba conmigo si iría a cuidar con los otros, o con los antes de mí ?. Creyéndole todo, siempre, me entregue completamente a él, en lo sexual.
Me coge sin detenerse. Andrés me besa, sin detenerse, mientras se masturba. Manuel gime cada vez más y acaba a los gritos. También acabo, Andrés acaba. Todo acaba.
Nos cubrimos con las toallas, Andrés sugiere que vayamos a bañarnos los tres.
Bajamos, llegamos a las duchas Andrés y yo. Cae el agua caliente, vuelvo a sentir el agua como una caricia que limpia todo; la mugre interna y la externa. Andrés me besa, me dejo besar. Manuel no aparece. Toma el jabón y recorre mi cuerpo, se siente la voz de Manuel llamándome: - ¿Sergio dónde estas?. En la primer ducha – le respondo. Se mete con nosotros.

- ¿Por qué no me esperaste? – me dice.
- Veníamos los tres Manuel, no se donde te quedaste vos. – le respondo.
- ¿No viste quién esta?
- No. – le contesto y me cuenta del famoso cantante que estaba ahí yirándole a cuanto tipo se le cruzase. Me rió y después confirmo que era verdad, ahí andaba la loquita cantante chupando vergas por doquier.

Andrés nos cuenta que es psicólogo, que también tiene pareja, pero que esta de viaje y le contamos un poco de nuestras vidas. En ningún momento, Andrés, deja de mirar directa y fijamente a los ojos.
Terminamos de ducharnos, nos secamos y salimos del baño.
Andrés se sienta en la barra donde antes habíamos bebido Manuel y yo. Nosotros nos vamos al vestidor. En silencio nos vestimos. Termino primero y salgo. Voy a la barra a buscar las tarjetas de control que dan cuando uno entra. Me llama Andrés:

- La pase bárbaro, sos tan lindo.
- Gracias – le digo sin saber que decir.
- Me das tu celular- continua.

Tiemblo pálido, no quiero mirar para atrás, siento que voy a traicionar a Manuel.

- Eh…sí, no se donde te lo anoto – le respondo, sin saber en realidad que hacer y viendo como Andrés le dice al mozo que anote mi celular. El mozo sabe lo que esta pasando, cómplice sin querer.

Le doy un beso y aparece Manuel, nos vamos del lugar. Antes de salir entregamos la toalla, las ojotas y pagamos lo consumido. Estamos en la calle.

- ¿Qué hacías con el tipo? – me dice.
- ¿Con qué tipo?
- No te hagas el tarado, con el que garchamos.
- Nada, ¿qué voy a hacer?, fui a buscar las tarjetas, estaba ahí y lo salude.
- ¡Hácete el idiota! ¿No le habrás dado tu celular, no?
- ¿¡Qué taredeces decís!?

Tomamos un taxi, recorremos el camino en silencio, como cuando fuimos. Sentía mi pelo húmedo en el frío de la noche, olía en mi piel la amarga impresión de un jabón barato, de horas desperdiciadas. Siento la mano de Manuel tomar la mía, respondo también, pero sin mirarlo, ya es sólo una costumbre.
Llegamos al departamento, todo es quietud. Nos acostamos. Me doy vuelta y me abraza.

- ¿Cómo lo pasaste? – pregunta.
- Bien –le respondo – un copado el chabon.
- Si, la verdad que si.
- ¿Vos la pasaste bien?
- Si. Bueno, dentro de todo, sí.
- ¿Cómo dentro de todo?
- No me gusto que te bese ,y bueno que sé yo, no sé si hicimos bien en ir. –dice como si nada.
- Vos no te quedaste atrás con los besos, después de todo vos querías ir.
- Ya sé, sólo que me puse celoso.

Celoso, otra manera de victimizarse, ¿sabrá lo qué es sufrir por amor?, ¿sentir todo lo que yo sentía?.
Bien, Manuel quería un trío sexual, y lo tuvimos. Lo disfrute, sólo fue sexo; uno más en mis trayectos y no me arrepiento de no haberle dado a Andrés mi verdadero celular.

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