“en lo mas crudo del invierno aprendí al fin , que había en mi un invencible verano”
(Albert Camus)
(Albert Camus)
No estoy triste. Sé que otra vez voy a volver a todo aquello que no quería volver. Me pregunto ¿para qué volver?, si volver es otra forma inútil de partir, de no estar.
No estoy triste; estuve triste cuando me dí cuenta que no lo amaba que ya no amaba más a Manuel, y me dolió. No me arrepiento de todo lo que hicimos. Me enfurece la forma en que lo hicimos y como se fueron dando las cosas, me enfurece haberlo conocido a destiempo. Me enfurece saber que todo lo que él hizo, no deseaba hacerlo; todo eso era sólo era una forma de no sentirse tan triste y vació, tan disfrazado de soledad. Una forma de escape hacia lo que no tiene escape alguno. Una forma idiota de no pedir auxilio.
Siento bronca al saber que no pude hacer nada, que no pude hacer nada para ayudarlo. Siento miedo al afirmarme que se perdió en un mundo que no lo encuentra, porque Manuel no quiere dejarse encontrar.
A Manuel, como siempre, lo veo triste, lo siento triste. El es triste. En realidad, no sé si me daba pena su tristeza, no debí nunca identificarlo con la tristeza, sino con las situaciones tristes que vivía; también él estaba cansado de fracasar en sus relaciones, porque esto de conocer a los otros se tornaba un acto repetitivo y aburrido.
Empezar, siempre empezar; es un inicio con final anunciado. Contar las mismas cosas al próximo que creerás para siempre, repetir la historia, avizorar el final. Callar cuando hay que hablar, hablar cuando hay que callar, ocultar cosas por miedo a herir .
No, definitivamente ya no estoy triste, supe donde ubicar la tristeza, aunque esta es como un camino que no tiene fin. Me pregunté que haría Manuel sin mí, y la respuesta fue simple: seguiría viviendo, nadie es indispensable en la vida del otro y menos cuando el vínculo se corta, se desgasta. Nada es más fácil que vivir, nada más certero. Uno vive hasta que muere; lo que exista en el medio es lo que uno elije, lo optado y lo dejado. Debe ser verdad esa idea de que el hombre por ser hombre, sabe que en algún momento morirá y a partir de esa certeza, busca la muerte en forma permanente. Pienso también que no necesariamente la muerte buscada debe ser física, algo así como estar muerto en vida, como no estar aquí porque todo duele demasiado.
Leo un texto que siempre me cautivo, un texto que me recuerda a Manuel , a su vida:
No estoy triste; estuve triste cuando me dí cuenta que no lo amaba que ya no amaba más a Manuel, y me dolió. No me arrepiento de todo lo que hicimos. Me enfurece la forma en que lo hicimos y como se fueron dando las cosas, me enfurece haberlo conocido a destiempo. Me enfurece saber que todo lo que él hizo, no deseaba hacerlo; todo eso era sólo era una forma de no sentirse tan triste y vació, tan disfrazado de soledad. Una forma de escape hacia lo que no tiene escape alguno. Una forma idiota de no pedir auxilio.
Siento bronca al saber que no pude hacer nada, que no pude hacer nada para ayudarlo. Siento miedo al afirmarme que se perdió en un mundo que no lo encuentra, porque Manuel no quiere dejarse encontrar.
A Manuel, como siempre, lo veo triste, lo siento triste. El es triste. En realidad, no sé si me daba pena su tristeza, no debí nunca identificarlo con la tristeza, sino con las situaciones tristes que vivía; también él estaba cansado de fracasar en sus relaciones, porque esto de conocer a los otros se tornaba un acto repetitivo y aburrido.
Empezar, siempre empezar; es un inicio con final anunciado. Contar las mismas cosas al próximo que creerás para siempre, repetir la historia, avizorar el final. Callar cuando hay que hablar, hablar cuando hay que callar, ocultar cosas por miedo a herir .
No, definitivamente ya no estoy triste, supe donde ubicar la tristeza, aunque esta es como un camino que no tiene fin. Me pregunté que haría Manuel sin mí, y la respuesta fue simple: seguiría viviendo, nadie es indispensable en la vida del otro y menos cuando el vínculo se corta, se desgasta. Nada es más fácil que vivir, nada más certero. Uno vive hasta que muere; lo que exista en el medio es lo que uno elije, lo optado y lo dejado. Debe ser verdad esa idea de que el hombre por ser hombre, sabe que en algún momento morirá y a partir de esa certeza, busca la muerte en forma permanente. Pienso también que no necesariamente la muerte buscada debe ser física, algo así como estar muerto en vida, como no estar aquí porque todo duele demasiado.
Leo un texto que siempre me cautivo, un texto que me recuerda a Manuel , a su vida:
“El camino detrás del instante en que hoy estaba, adquiría de pronto la forma de un atajo y volvía a cruzar la avenida de su vida. Hubiese querido en más de una ocasión no ver la señal de cruce, pero como no cruzarlo era detenerse, se sumergía en una senda sinuosa creyendo que lo necesario era una recta final. Siempre así y todo volvía a ese primer instante. De pronto creyó lograrlo, en la recta todo era claro, seguro; ya no miraría hacia atrás y solo era cuestión de lanzarse hacia delante. Hasta que llego a un puente y se encontró mirando su vida desde arriba. Estaba ahí; tendida en el lecho del río, seca, aparente, sin opciones, lisa como una cinta de asfalto, sin sobresaltos. Miro hacia todos lados. Lloro, rió, maldijo y no pudo encontrar la razón de tal descontento. Entonces su visión se alejo de las rutas, caminos, atajos, sendas; cargo en su mochila la vida que le cabía, se lleno de esperanzas para recorrer los caminos del azar y sintió que no necesitaba más que un desconocido camino”(Alejandra M. V.)
Este texto es su foto, su radiografía. Siento que una parte mia murió con él.
Todo fin, tiene como destino un comienzo, o ese origen que avecina un final. Volví a empezar, por supuesto, con la creencia firme de que mi vida nunca volvería a ser igual. Lo único que permanecían intactas eran mis ganas de creer en el otro, o en el próximo. Las ganas de recuperar el amor, la confianza. El deseo de sentirme amado y amar. Después de todo el amor es algún extraño tipo de motor que nos da fuerzas para seguir.
El amor o la idiotez, su sinónimo. La idiotez linda de saber que hay alguien, un alguien que no esta por estar. Que no ocupa un lugar vacío, sino un espacio lleno.
He leído del amor, he creído y creo en el amor, aunque nunca pude definirlo. ¿Es, acaso, el amor una sensación placentera, cuyo hallazgo es una cuestión de azar, algo con lo que uno "tropieza" si tiene suerte?
Todos estamos sedientos de amor, todos lo necesitamos. Vivimos viendo películas basadas en historias de amor felices y desgraciadas, escuchamos patéticas canciones que hablan del amor y nos olvidamos de pensar en todo lo que hay que aprender del amor.
Para mí, creo que para la mayoría de las personas, el problema del amor consiste, fundamentalmente, en ser amado, y no en amar; muchas veces olvidamos nuestra propia capacidad de amar. El problema era cómo lograr que me ame, cómo ser digno de amor. Imposible lograrlo, imposible saberlo. Tal vez yo no le estaba dando amor o lo que él creía como amor. Las creencias también pueden ser un arma letal. Siempre juro amarme, y quien sabe, tal vez fue verdad. Tal vez fui el gran amor de su vida; la persona con la cual quería morir, como solía decirme. Pero tampoco yo, supe entender esa clase de amor. En fin, palabras al viento dichas y en el viento destrozadas.
- No me dejes - me decía envuelto en lagrimas, mientras yo cargaba mi bolsos con cosas mías.
- Es lo que vos elegís Manuel, vos buscas que te deje. Yo no te dejo, los dos nos dejamos - le respondí yo.
- Por favor, dame otra oportunidad.
- La oportunidad dátela vos,pero no conmigo.
Durante el breve dialogo de nuestra despedida contuve el llanto; no quería llorar frente a Manuel. Quería que me vea superado, abstracto en realidad. Ordene todas mis cosas y llame un taxi. Me quedaría algunos días en lo de Daniel hasta que encontrase un departamento para mí. Nos despedimos a las ocho de la noche de un jueves, esa noche no pude dormir. Mi cabeza no paraba de pensar y Manuel me atormentaba llamándome y mandando mensajes al celular. Nunca le dije que estuve en lo de Daniel, hubiese ido a buscarme, y lo que menos quería era verlo en ese momento.
La ruptura en mí se fue dando paulatinamente, comenzó a deslizarse en aquel primer engaño, de su parte, hasta la caida final en un precipicio negro y sin retorno. Hacia tiempo que veníamos naufragando sólo que Manuel no lo veía, o no lo asumía. Yo le daba pequeños indicios y, si discutíamos, grandes pruebas de que la relación no iba. Pero el quería seguir. Paralelamente yo ya sentía no amarlo, en realidad mis energías estaban puestas en Juan Ignacio, con el cual me veía casi a diario a la salida del trabajo y compartíamos grandes charlas, todo sin tener contacto sexual. Éramos como grandes amigos; Juan Ignacio me respetaba y respetaba mi relación con Manuel.
Con Juan Ignacio fue con la única persona que sentí que traicionaba a Manuel ya que me estaba involucrando sentimentalmente, y ese sentir no me permitía actuar. El juego de los amantes puede ser peligroso.
Una noche, que acompañe a Juan Ignacio a tomar un taxi, cuando lo fui a saludar, me dio un suave y prolongado beso en la boca. Interiormente tambalee. Las personas que caminaba por Córdoba y Florida reían, cómplices de tanta liberación o daban vuelta la cara, cómplices de tanta represión. En ese beso, todo lo que me faltaba se instalo en mí. Ese beso inicio el derrumbe decisivo en mi relación con Manuel. Un beso. Sólo un beso.
Cuando llegue al departamento ya vi con otros ojos a Manuel. Me propuso ir a bailar y no acepte. Se enojo, me insulto, y se fue.
A la seis de la madrugada sentí como que golpeaban la puerta del departamento, me asuste un poco pero decidí abrir. Era Manuel, tirado en el pasillo, la cabeza apoyada en la puerta. Vomitaba, hablaba cosas que nunca supe descifrar. El olor a alcohol era insoportable. Como pude lo entre, lo desvestí y lo acosté. Me quede levantado, prepare café y me puse a leer y a observarlo. Tenia la respiración agitada, daba vueltas por la cama y, de a ratos, decía mi nombre. Me tranquilizaba saber que yo estaba ahí, con él. Me intranquilizaba saber que no sabia lo que había hecho y si le habían hecho algo malo. Esa tranquila intranquilidad culminó con el derrumbe de mi relación con Manuel.
A media mañana, luego de haberle dado un te, que nunca supe si se dio cuenta, pero que tomo, me fui a trabajar. Al mediodía lo llame para saber como estaba, me dijo que bien y me pregunto a que hora volvería yo. No sé,- le respondí-, sabiendo que ese día no volvería. Otra vez mi celular invadido de sus mensajes, otra vez mis no respuestas. Deje pasar ese día, negro por cierto y volví al departamento con la firme decisión de dejarlo. Me preguntó ¿por qué lo dejaba, por qué lo abandonaba?. No profundice mucho, sólo le dije que la relación no daba para más. Él lloraba y yo guardaba mi llanto. Cuando me dijo que no podíamos cortar por una borrachera, que además los dos nos amábamos, tome la decisión de cortar todo por lo sano; que en ese momento lo sano era solamente uuna mentira de mi parte:
Durante el breve dialogo de nuestra despedida contuve el llanto; no quería llorar frente a Manuel. Quería que me vea superado, abstracto en realidad. Ordene todas mis cosas y llame un taxi. Me quedaría algunos días en lo de Daniel hasta que encontrase un departamento para mí. Nos despedimos a las ocho de la noche de un jueves, esa noche no pude dormir. Mi cabeza no paraba de pensar y Manuel me atormentaba llamándome y mandando mensajes al celular. Nunca le dije que estuve en lo de Daniel, hubiese ido a buscarme, y lo que menos quería era verlo en ese momento.
La ruptura en mí se fue dando paulatinamente, comenzó a deslizarse en aquel primer engaño, de su parte, hasta la caida final en un precipicio negro y sin retorno. Hacia tiempo que veníamos naufragando sólo que Manuel no lo veía, o no lo asumía. Yo le daba pequeños indicios y, si discutíamos, grandes pruebas de que la relación no iba. Pero el quería seguir. Paralelamente yo ya sentía no amarlo, en realidad mis energías estaban puestas en Juan Ignacio, con el cual me veía casi a diario a la salida del trabajo y compartíamos grandes charlas, todo sin tener contacto sexual. Éramos como grandes amigos; Juan Ignacio me respetaba y respetaba mi relación con Manuel.
Con Juan Ignacio fue con la única persona que sentí que traicionaba a Manuel ya que me estaba involucrando sentimentalmente, y ese sentir no me permitía actuar. El juego de los amantes puede ser peligroso.
Una noche, que acompañe a Juan Ignacio a tomar un taxi, cuando lo fui a saludar, me dio un suave y prolongado beso en la boca. Interiormente tambalee. Las personas que caminaba por Córdoba y Florida reían, cómplices de tanta liberación o daban vuelta la cara, cómplices de tanta represión. En ese beso, todo lo que me faltaba se instalo en mí. Ese beso inicio el derrumbe decisivo en mi relación con Manuel. Un beso. Sólo un beso.
Cuando llegue al departamento ya vi con otros ojos a Manuel. Me propuso ir a bailar y no acepte. Se enojo, me insulto, y se fue.
A la seis de la madrugada sentí como que golpeaban la puerta del departamento, me asuste un poco pero decidí abrir. Era Manuel, tirado en el pasillo, la cabeza apoyada en la puerta. Vomitaba, hablaba cosas que nunca supe descifrar. El olor a alcohol era insoportable. Como pude lo entre, lo desvestí y lo acosté. Me quede levantado, prepare café y me puse a leer y a observarlo. Tenia la respiración agitada, daba vueltas por la cama y, de a ratos, decía mi nombre. Me tranquilizaba saber que yo estaba ahí, con él. Me intranquilizaba saber que no sabia lo que había hecho y si le habían hecho algo malo. Esa tranquila intranquilidad culminó con el derrumbe de mi relación con Manuel.
A media mañana, luego de haberle dado un te, que nunca supe si se dio cuenta, pero que tomo, me fui a trabajar. Al mediodía lo llame para saber como estaba, me dijo que bien y me pregunto a que hora volvería yo. No sé,- le respondí-, sabiendo que ese día no volvería. Otra vez mi celular invadido de sus mensajes, otra vez mis no respuestas. Deje pasar ese día, negro por cierto y volví al departamento con la firme decisión de dejarlo. Me preguntó ¿por qué lo dejaba, por qué lo abandonaba?. No profundice mucho, sólo le dije que la relación no daba para más. Él lloraba y yo guardaba mi llanto. Cuando me dijo que no podíamos cortar por una borrachera, que además los dos nos amábamos, tome la decisión de cortar todo por lo sano; que en ese momento lo sano era solamente uuna mentira de mi parte:
-Manuel ya no te amo.
- Me estas mintiendo – me dijo él.
- No. Para nada, ya no te amo y no voy a seguir un minuto más con la mentira de sostener una relación sin amor . - afirme.
Detenerme en recordar todo lo que paso ese día es la nada. Fue un día de mierda, aunque no exista el primitivo sentimiento del inicio, cortar una relación siempre es doloroso. No me importaba ya su salida nocturna, ni que le hayan robado dinero y que Manuel no sabia bajo que circunstancias. Un día de mierda, pero un día indiferente y necesario a la vez. Mi única realidad era que ya no podía hacerme cargo de su vida, no podía seguir cuidándolo como si fuese un enfermo terminal que necesita en sus últimos momentos sentirse querido, amado y respetado por quien lo acompañaba. En definitiva, me sentía una enfermera atendiendo heridos en alguna guerra de un país que estaba destruido.
Me instale en lo de Daniel y un mes después alquile un departamento. Lo pinte todo de blanco. Puse pocos muebles, solo los necesarios. Acomode mis libros y me instale con Paula, mi computadora, la única compañía posible en ese tiempo.
Durante algunas semanas Manuel me llamaba a toda hora para saber de mí. Yo atendía sus llamadas, pero me negaba a verlo, necesitaba tomar una prudencial distancia, al menos por un tiempo.
Cada vez que me hablaba pasaba por todos los estados emocionales: me insultaba, me halagaba, me desafiaba sexualmente, juraba amarme, decía que no aguantaba más vivir solo, que me extrañaba, que estaba enfermo y creo que tenia la inútil esperanza de recuperarme. Decía que tenía algo importante que decirme pero que lo haría personalmente. Jugaba, siempre jugaba conmigo y mis sentimientos. En ese entonces nunca me junté con él y, si era verdad que tenia algo importante para decirme, nunca supe que era.
Paralelamente, a mi separación con Manuel, comencé a frecuentar a Juan Ignacio; este sabia de mi situación, la entendía y respetaba mí decisión de estar un tiempo solo.
En el preciso instante que me separe de Manuel deje de tener deseos sexuales; sublime todo impulso hacia la escritura, la lectura y las reuniones con gente que hacia tiempo no frecuentaba. El sexo parecía ser un acto que o una palabra que no tenía significado alguno en mí vida. También el trabajo comenzó a ser algo intenso en mis horas cotidianas. Ni siquiera me pregunté por qué. Pasar de una vida sexual intensa a la nada fue un hecho que paso sin ser advertido en mi vida, pero hecho fundante en mi ahora. Entendía como persona, como humano que había cambiado o lo mejor; retornaba a mi esencia de ser solo o de ser solo para otro, no para otros. Lo único permanente es el cambio; aseguran sociólogos, psicólogos, economistas y demás psicóticos, algo de razón tendrán.
Cuando me separe mi creatividad literaria tuvo como un explosivo brote; no podía parar de escribir, de crear historias y no iba a permitir que nadie bloquease esta etapa de mi nueva vida. En estos cambios internos mios, tambien llegaron las sorpresas y buenas nuevas; una editora amiga me llamó para reunirnos; estaba interesada en publicar una novela mía que, tiempo atrás, le había dejado para que lea y opine. Todo en algún momento encuentra un cauce natural. Cuando alguien desea algo tanto, en algún momento, el universo, o quién sabe que fuerza superior, conspiraran para que eso suceda.
Amo levantarme a la mañana, preparar café, hacer las tostadas y desayunar en el balcón; un pequeño balcón terraza es un refugio ideal para mirar todo desde arriba sin que nada ni nadie nos haga mal. Me gusta estar en mi lugar; escuchar música, andar desnudo, me gusta hacer nada. Escribir cuando tengo ganas, sean las dos de la tarde o las cinco de la madrugada. Me gusta saber que nadie me jode y que no tengo horarios. Recibir sólo a la gente que quiero. Atender el teléfono y escuchar la voz de Juan Ignacio diciéndome que quiere verme. Esa sensación de sentirme novio de alguien es linda, casi placentera. Digo, tampoco sirvo para estar solo.
Claro que a veces lo extraño, a Manuel, es un sentimiento raro. Lo recuerdo como algo lindo; hasta suele robarme una sonrisa cuando recuerdo algunas peleas o cosas que pasamos juntos. Era un loco lindo, es un loco lindo.
A veces, en realidad cada semana, recibo un mail de Manuel. Me hace reír mucho contándome sus nuevas y calientes historias. Vive en Italia; conoció a un chico de Roma al mes de cortar conmigo, seis meses después de fue a vivir con él. Lo del mes de cortar conmigo es lo que dice Manuel, se que lo conoció cuando estábamos en pareja y que fueron amantes un tiempo. En ese entonces yo le preguntaba y él, por supuesto, lo negaba. ¿Qué necesidad no? ¡Qué tontera querer retenerme cuando ya estaba viviendo otra historia! ¿Qué le esperaría al tano?, allá ellos.
Lejos de ellos, lejos de Manuel, lejos de todo y de todos, yo; la Señorita YO. Aquel que a veces se pierde en los laberínticos espacios del pensamiento, aquel que se pierde en hojas en blanco, aquel que no quiere buscar porque se ha perdido en todo y en todos y sólo desea encontrarse.
Buenos Aires, Febrero 2009 del 2008
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