TIEMPO (a Olga Orozco)
Yo no sé de la infancia
Más que un miedo luminoso
Y una mano que me arrastra
A mi otra orilla.
Mi infancia y su perfume
A pájaro acariciado.
(Poema de Alejandra Pizarnik)
Yo no sé de la infancia
Más que un miedo luminoso
Y una mano que me arrastra
A mi otra orilla.
Mi infancia y su perfume
A pájaro acariciado.
(Poema de Alejandra Pizarnik)
Un perfume apagado en el misterio de los primeros años, los que hoy se escuchan lejos, como el ajetreo nítido y constante de las golondrinas buscando sus lugares.
Un perfume acopiando recuerdos de mi infancia acariciada por la luz difusa del rocío, haciendo estragos en el pasto. Cuando niño, yo vivia en un miedo luminoso, casi perverso; creía que cada luz aparecida era como la antesala de mi encuentro con Dios. Pero no, no había una mano arrastrándome al encuentro con aquel dios que creía mío; ha sido el silencio, lo absurdo, la nada, eso ha sido mi credo, mi única religión.
Un perfume acopiando recuerdos de mi infancia acariciada por la luz difusa del rocío, haciendo estragos en el pasto. Cuando niño, yo vivia en un miedo luminoso, casi perverso; creía que cada luz aparecida era como la antesala de mi encuentro con Dios. Pero no, no había una mano arrastrándome al encuentro con aquel dios que creía mío; ha sido el silencio, lo absurdo, la nada, eso ha sido mi credo, mi única religión.
Ha sido el tiempo con sus manos arrastrándome a orillas de mares lejanos y cargados de esperas. Si, y era como perderme en una búsqueda de nunca saber que. Callar lo sentido, decirse en el silencio que nadie escuchaba, apagar con un leve soplo de olvido todo el deseo acurrucado en la piel.
Aquella infancia, que tal vez no fue la mía; porque en este hoy deje de ser aquel, tiene olor a tilo, conserva la textura áspera y ocre de los otoños, el color del cielo tornándose horizonte en un cruce anaranjado, rojizo y gris.
Aquella infancia, que tal vez no fue la mía; porque en este hoy deje de ser aquel, deje de ser entonces, fue la infancia vivida de los otros, pues la infancia que recuerdo no tiene memoria. En la infancia que recuerdo no había posibilidades, no había origen; sólo existía el silencio, demasiada mudez en las voces, demasiada vacuidad en lo dicho. Silencio, demasiado silencio.
Voces perdidas
Ecos susurrados
Rebotes y rebrotes
De los que todo lo quieren
Sin la necesidad de tenerlo
Voces y gritos
Shh!
Más silencio.
Yo me rescataba de mí, me escondía de mi sombra y a veces jugaba con ella para naufragar en esos mares, aquellas tempestades tan despiadadas como yo. Y yo me perdía de mí; esa era mi infancia o el desdoblarse en la tristeza de querer ser alguien.
Tu infancia y su perfume a pájaro acariciado confundida hoy con el vapor maldito de mi memoria.
Nunca fue una mano la que me arrastro al encuentro con aquel dios que creí mío; era el miedo el que me llevaba, el aterrador miedo de la desesperanza, del querer ver a ese dios y que me hable, me hable, me acaricie la voz de su perfume y me abrace con la luminosidad que sólo él, suponía yo, tenia.
Sólo quería saber de él.
No, aquella infancia, tal vez la que fue mía, ya no tiene memoria, sólo retiene el sonido ensordecedor de voces silenciosas, el aroma apagado de los tilos y la imagen de un niño que siempre quiso ser otro y sólo se encontró con él.
Aquella infancia, que tal vez no fue la mía; porque en este hoy deje de ser aquel, tiene olor a tilo, conserva la textura áspera y ocre de los otoños, el color del cielo tornándose horizonte en un cruce anaranjado, rojizo y gris.
Aquella infancia, que tal vez no fue la mía; porque en este hoy deje de ser aquel, deje de ser entonces, fue la infancia vivida de los otros, pues la infancia que recuerdo no tiene memoria. En la infancia que recuerdo no había posibilidades, no había origen; sólo existía el silencio, demasiada mudez en las voces, demasiada vacuidad en lo dicho. Silencio, demasiado silencio.
Voces perdidas
Ecos susurrados
Rebotes y rebrotes
De los que todo lo quieren
Sin la necesidad de tenerlo
Voces y gritos
Shh!
Más silencio.
Yo me rescataba de mí, me escondía de mi sombra y a veces jugaba con ella para naufragar en esos mares, aquellas tempestades tan despiadadas como yo. Y yo me perdía de mí; esa era mi infancia o el desdoblarse en la tristeza de querer ser alguien.
Tu infancia y su perfume a pájaro acariciado confundida hoy con el vapor maldito de mi memoria.
Nunca fue una mano la que me arrastro al encuentro con aquel dios que creí mío; era el miedo el que me llevaba, el aterrador miedo de la desesperanza, del querer ver a ese dios y que me hable, me hable, me acaricie la voz de su perfume y me abrace con la luminosidad que sólo él, suponía yo, tenia.
Sólo quería saber de él.
No, aquella infancia, tal vez la que fue mía, ya no tiene memoria, sólo retiene el sonido ensordecedor de voces silenciosas, el aroma apagado de los tilos y la imagen de un niño que siempre quiso ser otro y sólo se encontró con él.
(de mi Libro Alejandra y Yo)
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