Miro la foto, un pequeño, mínimo pensamiento se genera en mí: existe una dialéctica entre quien la mira y quien es visto, existe algo en lo supremo y sublime de la mirada y un constante debate entre lo ausente y lo presente. Menciono la palabra dialéctica como técnica de “conversación” (entre el objeto “foto” (que dejara de ser un objeto)), no quiero arrimar mi escrito en nada vinculado a lo filosófico de la dialéctica, a ninguna lógica irrelevante (en este caso) del siglo XIII y mucho menos a ninguna teoría del conocimiento.
La foto me llega de un matrimonio amigo que visito a Salta y vio a este hombre sentado en las escalinatas de la Catedral.
Primero mire la foto como un esbozo de reconocimiento simplista hacia mis amigos, claro, debía hacerles una devolución.
Pero ¿qué es la fotografía?, nada más que un proceso de captura, de captura de imágenes, de almacenamiento de vidas. Un proceso que pasa de lo móvil a lo estático con solo oprimir un botón.
No alcanza nunca con mirar las cosas, sobre todos las fotos y en la fotos, quizás, se encuentra el génesis de la mirada del otro. La foto es más de lo que uno ve; las fotos son el recorrido del ojo de quien la ejecuta, de ese ojo que se detiene en un momento exacto, que como todo momento, tiene su por qué, su para qué y su necesidad; su necesidad de perpetuarse.
La foto, la fotografía es una obra de arte, y la condición de observación de toda obra de arte es ofrecerles el ritual de la contemplación; ese mirar con interés, con detenimiento, ese reflexionar con atención para formarse una idea de lo que uno ve. Contemplar es ver una posibilidad; ¿posibilidad de qué? De cambiar una realidad. Contemplar nos permite reflexionar intensamente sobre lo que vemos, apartándonos de nosotros mismos.
En la relación a esta foto puedo afirmar otra cosa que se oponen a lo antedicho: el matrimonio de amigos míos, argentinos, viven en Paris hace años. Yo, argentino, nunca quise irme de mi país (eso no nos diferencia en nada o quizás en mucho, sobre todo en la forma de “ver”).¿Por qué esta aclaración?: para ellos es una forma de mirar (algo casi decorativo, curioso, “autóctono” un hombre “pobre” sentado en una Iglesia “llamativa” de una provincia argentina), para nosotros, no solo es la mirada, sino la proyección de un descubrimiento, el imaginario que deja plasmado esa foto en nuestra mente y me atrevo, en nuestras emociones.
En las fotos miramos una realidad, que generalmente la sentimos ajena, pero la capturamos, ¿el ahí de la posesión?, ¿el ahí de hacerla nuestra a esa realidad? ¿O es un mero juego qué con el tiempo se vincula al recuerdo o al ejercicio de la memoria? (que en un tiempo tiende a ser olvido).
Contemplar la realidad bajo la luz unificadora de nuestras ideas tiene la ineludible ventaja de darle nuevas formas a nuestra existencia; aunque a veces niega la diversidad y las infinitas posibilidades de la realidad.
La fotografía debería ser, además de un acto creador, fundante; nuestro derecho a ver una realidad, a refundar lo que deseamos; sea el otro, seamos nosotros mismos. Es liberador notar cada vez más cosas que nos eran ajenas; esta sociedad, plagada de imágenes, hace que se transformen en el vinculo ideal con realidades de la cuales no tenemos una vivencia directa o creencias moralmente incorrectas.
La foto define por nosotros aquellas cosas que “permitimos” sean reales y que lógicamente ensanchan los limites de lo real (por ejemplo esta foto del hombre; un conflicto social no denunciado del todo (solo la foto da cuenta de su existencia), y es un conflicto distante del espectador (de quién fotografía). He aquí el poder de la fotografía, casi redentor; la fotografía da IDENTIDAD, fija estáticamente una realidad móvil, confiere importancia a un acontecimiento y los vuelve parte activa de nuestra memoria, lo convierte en un SER en una EXISTENCIA (y vale la redundancia).
Esta, como tantas otras fotografías, es solo un fragmento de una realidad, es solo un destello, podríamos afirmar un vislumbrarse hacia… una proyección. Y por supuesto tiene otra condición; la de ser memorable, inolvidable.
En un mundo como el nuestro donde todo es apariencia, donde todo es cambiante, la fotografía registra precisamente eso: LO APARENTE, pero también registra un cambio y la destrucción de un pasado. Y aquí, en lo aparente, en lo cambiante, radica nuestra morbosa modernidad: todas las realidades son construcciones: pero hay una realidad indiscutible, la de la identidad, la de cómo miramos al otro, la de cómo identificamos a los otros, la de cómo contemplamos al otro y le damos existencia en nosotros.
Las fotografías no se parecen a la vida: son la vida. Y al ser vida, la fotografía no es definitiva, es el principio de un algo, de una parte, de un todo.
Rescato, básicamente, que más allá de la mirada primera y la contemplación posterior, la fotografías nos da conocimientos de otras vidas, de otras miradas hacia los otros y hacia nosotros (ver cosas que retratamos también nos hacen descubrirnos) y, sobre todo, la fotografía es el deposito de una sociedad que nunca termina de completarse ni definirse.
La foto me llega de un matrimonio amigo que visito a Salta y vio a este hombre sentado en las escalinatas de la Catedral.
Primero mire la foto como un esbozo de reconocimiento simplista hacia mis amigos, claro, debía hacerles una devolución.
Pero ¿qué es la fotografía?, nada más que un proceso de captura, de captura de imágenes, de almacenamiento de vidas. Un proceso que pasa de lo móvil a lo estático con solo oprimir un botón.
No alcanza nunca con mirar las cosas, sobre todos las fotos y en la fotos, quizás, se encuentra el génesis de la mirada del otro. La foto es más de lo que uno ve; las fotos son el recorrido del ojo de quien la ejecuta, de ese ojo que se detiene en un momento exacto, que como todo momento, tiene su por qué, su para qué y su necesidad; su necesidad de perpetuarse.
La foto, la fotografía es una obra de arte, y la condición de observación de toda obra de arte es ofrecerles el ritual de la contemplación; ese mirar con interés, con detenimiento, ese reflexionar con atención para formarse una idea de lo que uno ve. Contemplar es ver una posibilidad; ¿posibilidad de qué? De cambiar una realidad. Contemplar nos permite reflexionar intensamente sobre lo que vemos, apartándonos de nosotros mismos.
En la relación a esta foto puedo afirmar otra cosa que se oponen a lo antedicho: el matrimonio de amigos míos, argentinos, viven en Paris hace años. Yo, argentino, nunca quise irme de mi país (eso no nos diferencia en nada o quizás en mucho, sobre todo en la forma de “ver”).¿Por qué esta aclaración?: para ellos es una forma de mirar (algo casi decorativo, curioso, “autóctono” un hombre “pobre” sentado en una Iglesia “llamativa” de una provincia argentina), para nosotros, no solo es la mirada, sino la proyección de un descubrimiento, el imaginario que deja plasmado esa foto en nuestra mente y me atrevo, en nuestras emociones.
En las fotos miramos una realidad, que generalmente la sentimos ajena, pero la capturamos, ¿el ahí de la posesión?, ¿el ahí de hacerla nuestra a esa realidad? ¿O es un mero juego qué con el tiempo se vincula al recuerdo o al ejercicio de la memoria? (que en un tiempo tiende a ser olvido).
Contemplar la realidad bajo la luz unificadora de nuestras ideas tiene la ineludible ventaja de darle nuevas formas a nuestra existencia; aunque a veces niega la diversidad y las infinitas posibilidades de la realidad.
La fotografía debería ser, además de un acto creador, fundante; nuestro derecho a ver una realidad, a refundar lo que deseamos; sea el otro, seamos nosotros mismos. Es liberador notar cada vez más cosas que nos eran ajenas; esta sociedad, plagada de imágenes, hace que se transformen en el vinculo ideal con realidades de la cuales no tenemos una vivencia directa o creencias moralmente incorrectas.
La foto define por nosotros aquellas cosas que “permitimos” sean reales y que lógicamente ensanchan los limites de lo real (por ejemplo esta foto del hombre; un conflicto social no denunciado del todo (solo la foto da cuenta de su existencia), y es un conflicto distante del espectador (de quién fotografía). He aquí el poder de la fotografía, casi redentor; la fotografía da IDENTIDAD, fija estáticamente una realidad móvil, confiere importancia a un acontecimiento y los vuelve parte activa de nuestra memoria, lo convierte en un SER en una EXISTENCIA (y vale la redundancia).
Esta, como tantas otras fotografías, es solo un fragmento de una realidad, es solo un destello, podríamos afirmar un vislumbrarse hacia… una proyección. Y por supuesto tiene otra condición; la de ser memorable, inolvidable.
En un mundo como el nuestro donde todo es apariencia, donde todo es cambiante, la fotografía registra precisamente eso: LO APARENTE, pero también registra un cambio y la destrucción de un pasado. Y aquí, en lo aparente, en lo cambiante, radica nuestra morbosa modernidad: todas las realidades son construcciones: pero hay una realidad indiscutible, la de la identidad, la de cómo miramos al otro, la de cómo identificamos a los otros, la de cómo contemplamos al otro y le damos existencia en nosotros.
Las fotografías no se parecen a la vida: son la vida. Y al ser vida, la fotografía no es definitiva, es el principio de un algo, de una parte, de un todo.
Rescato, básicamente, que más allá de la mirada primera y la contemplación posterior, la fotografías nos da conocimientos de otras vidas, de otras miradas hacia los otros y hacia nosotros (ver cosas que retratamos también nos hacen descubrirnos) y, sobre todo, la fotografía es el deposito de una sociedad que nunca termina de completarse ni definirse.