jueves, 1 de enero de 2009
LA SEÑORITA YO - Cap 5 - Manuel y yo
El Río de la Plata se presenta como un suburbio de agua y lodo. Hace casi seis meses que estamos juntos. Gonzalo quedo atrás después de la separación, como queda todo lo que fue una urgencia, en el otro, en mi. Estamos en la terraza del barco, el sol se siente tibio sobre la piel. Nunca pensé que Gonzalo me insultaría al decirle que quería terminar con la relación. Luego de algunas semanas volvió a hablarme. Lo mismo había pasado con Gustavo; con el que conviví cinco años, hasta que un día sentí que no ocupaba el rol de pareja sino de padre, y yo no tengo sexo con mi padre. Cuando plantee la separación, lloro mucho. Nunca pensé que así sería. Yo también llore mucho; viví todo como un fracaso, sin dudas la culpa no es de uno, es de dos y de a dos, no se debería llegar al fracaso, por lo menos a las recurrencias. A las pocas semanas de separarnos, Gustavo, se fue a vivir a España. Quede en el departamento con la soledad cayéndome en el cuerpo y en el corazón. Sólo estuvo seis meses y regreso con toda la intención de recuperarme. Mi felicidad al verlo contrarresto con mi negativa de volver con él. En ese momento se desato el caos; me dijo que nunca sería mi amigo, que no podíamos vivir juntos, etc, etc, etc. Dos días después me mude a un departamento de unos amigos, lugar que se convertiría en el reducto de mil historias. Durante muchos meses me odio con la misma intensidad que decía haberme amado. Me encontraba en un pub o boliche y me insultaba. Nunca entendí esa actitud de un hombre como él. Un domingo, ese día que suele ser el indicado para encontrar la muerte, Gustavo vino al departamento, fuimos al cuarto y llorando, nuevamente, me pidió disculpas por todo. Ahí fue el final de nuestra relación y el inicio de una amistad que duraría siempre .
Manuel me pregunta si me gusta navegar. Le respondo que sí, que siempre que puedo lo hago. Antes me gustaba ir solo, tomar el barco comedor, que tenia un recorrido de cinco horas por todo el Tigre, y sentarme en sus mesitas a escribir enmarcado en ese contexto de agua y verde, siempre en primavera o verano.
Me dice que se siente feliz conmigo y que me ama. Tengo el mismo sentimiento.
Algunos niños juegan mientras sus padres pierden la mirada triste en el río ¿estarán arrepentidos de la vida que eligieron? Frente a nosotros, otra pareja gay; hombres maduros. Se dicen todo con la mirada. No puedo dejar de mirarlos sin pensar en todo, sin pensar en ellos. ¿Cómo y cuándo se habrán conocido?, ¿cuánto hará que están juntos?, ¿él, lo amara a él? Y el otro él, ¿amara a ese él?
Lo miro a Manuel, la cara levantada orientada al sol con los ojos cerrados, debe sentir la caricia de la tibieza, debe buscar la calidez del astro. ¿Deseará las manos mías, en este momento, acariciando sus temores? Lo miro proyectando todo, me mira y sonríe. Acaricia mis manos sin importarle nada. A mí tampoco, no sé si alguien nos mira, no sé si somos parte colorida del paisaje o generamos rechazo a los otros. No importa; este momento es nuestro y de nadie mas. Si hay espectadores que no les gusta la situación, que no miren, a nadie hacemos mal.
El sol empieza lentamente a bajar, en un rato se perderá en un horizonte de agua; llegamos a puerto. Los niños bajan como si hubiesen estado encerrados mucho tiempo, corren a tierra, los padres gritan por miedo que caigan al agua. No reímos, nos reímos mucho. Compramos algunas cosas para el departamento y el tren que parece pertenecer a una película de animatics nos regresa.
El atardecer se presenta cálido. Llegamos al departamento, nos duchamos y vamos a Palermo; al mismo bar donde fuimos la primera vez. Seguimos charlando, los temas nunca se agotan. Y nos reímos, nos reímos mucho. La risa nos rescataba de todo, es como una terapia personal y secreta .Siempre tuvimos la virtud de reírnos mucho; de nosotros, de las situaciones que vivíamos, de los otros sin ser irrespetuosos. Nos reíamos de las formas preestablecidas, de esas formas sociales que nunca son formas, sino prejuicios.
Claro que la risa suele ser, muchas veces la antesala de lo no entendible, de lo que nos da miedo, de lo que nos calla. De todo lo que creemos lógico y certero.
Estábamos en el mismo balcón, riendo. Manuel se pone serio de repente, de golpe. Le pregunto si le pasa algo y me cuenta de su viaje a San Juan, un mes atrás.
Cuando él viajo a San Juan, una semana, lo extrañe muchísimo. Viajaba por trabajo y esos días, para mí, fueron años. Durante los primeros tres días no recibí llamado, ni mensaje alguno. No sabía en que hotel estaba ni nada. A veces, no entender nada hubiese evitado tantos malos momentos. Otras hacerme el desentendido hubiese resultado ideal. Después de cuatro días me llama diciendo que en unas horas sale para Buenos Aires, que me extraña mucho y que tiene ganas de estar conmigo. Aun recuerdo su regreso; hicimos el amor como nunca antes, una, dos, tres veces…¿ será el sexo un estigma del genero o simplemente un icono de propiedad?
Me contó de lo bien que lo había pasado y lo lindo que era San Juan, de su trabajo nada.
- ¿Qué tiene el viaje a San Juan? – le pregunto.
- No fui por trabajo – dice bajando la mirada.
- ¿Y a qué fuiste?
- Antes de conocerte a vos, chateaba con un chico de allá y fui a conocerlo. No sé por qué, a veces no sé por qué hago las cosas. Me invito, yo estaba un poco cansado del ritmo de acá y fui a descansar un poco… nada, no sé por que te cuento… - hablaba todo sin mirarme.
No. No; esto no es una tragedia, sólo una mariquita puede vivirlo así; bien, soy una loca dramática. Ergo: era una tragedia.
Lo que uno puede sentir ante esta situación, sólo se sabe cuando pasa. Mi cuerpo se congelo, mis sentimientos tambalearon y mí mente comenzó a correr agitadamente, como queriendo desprenderse de mi.
- ¿Tuvieron algo? – pregunte como un imbecil.
- ……………..
- ¿Sí? – seguí preguntando.
- Si, tuvimos sexo, pero sólo una vez, después no pude. –me dijo casi en susurros, todo sin mirarme a los ojos.
- ¿Vamos? – dije yo, no soportaba más estar ahí, estar con él. ¿Para qué le dije vamos?
- ¡Para!, ¿dónde vamos?, sentaté por favor. Esta todo bien. Me di cuenta que te amo. Él otro no me intereso, no sé por qué lo hice. Dale no te enojes. Fue sexo, sólo sexo.
Yo estaba parado llamando al mozo. Pagué.
- ¿Te quedas? – le pregunte.
- Vamos – contesto.
Caminamos por una Buenos Aires saturada de malos aires. Vamos en silencio. ¿No vas a decir nada? – me pregunta. No respondo, no quiero hablarle una palabra. Todo lo vivido en este día tiene que ser parte del olvido. Todo fue una gran mentira – pienso – preparo todo el terreno para, a la noche, hacerme atragantar con esta novedosa vejez.
Pensar que estuvo con otro, que manoseo a otro, se beso con otro, cogio con otro; me da nauseas, asco. ¿Cómo pudo llegar de San Juan y acostarse conmigo de esa manera? ¿Como pudo mantener una mentira de una manera tan integra? ¿Para qué me lo cuenta ahora? ¿Necesita hacerme sufrir?. ¿Nunca escucho la frase: ojos que no ven corazón que no siente? ¿Cuál es la necesidad imperiosa de hacerme mierda?
Llegamos al departamento, agarro el bolso y empiezo a tirar mí ropa en el; mi dramatismo suele superar cualquier novela venezolana.
- ¿Qué haces? – me dice.
- Me voy a la mierda – le respondo sin mirarlo.
- No. Vos no te vas. ¿Por qué te vas?. No jodás, dale. Vos no te vas. Te amo, me equivoqué. – todo lo dice llorando, como lo veré tantas veces llorar.
- No me importa nada, no me importas nada – le digo también llorando como lo haré pocas veces.
- Sentaté, hablemos, ¡por favor!, ¡dale! – suplicaba –
- ¿Qué queres decir?
Durante cuatro horas hablamos. En la conversación no cabían mas justificaciones de su parte; que había estado equivocado, que se dejo tentar, que lo entienda, que se entregaría por completo a mí, que le diera otra oportunidad, que me amaba como nunca había amado, etc, etc, etc.
Yo no entendía, hasta ese momento, como alguien que decía amar tanto, podía engañar así. Claro que también las personas, las situaciones y las cosas cambian. No es lo mismo el amor de los diez y ocho con el de los treinta y dos.
Hasta que me supe engañado, creía que el amor, el compartir y el sexo eran de dos personas o de a dos. Nunca había sido infiel y siempre creí conveniente no dudar del otro; en realidad mis otras parejas, de muchos años por cierto, nunca me dieron motivos para sospechar. Hasta ese momento había vivido relaciones amorosamente clásicas y sin conflictos de este tipo.
Mientras Manuel me largaba una catarata de excusas yo pensaba que cuando estuve solo no fui precisamente una monja de clausura; todo lo contrario. Recuerdo que cuando me separe de mi primer pareja, sin haber experimentado nada más que ese cuerpo y queriendo saber de que se trataba todo, le puse ruedas al culo y lo largue por Avenida Santa Fe.
Avenida Santa Fe fue como el foco de la movida gay; locas de todos los tamaños y colores desfilaban permanentemente por ella. Los viernes y sábados cualquier unabomber sediento de explosiones se hubiese deleitado viendo volar plumas luego del estallido. Yo era una de esas locas, hasta me atrevo a decir una de la más deseadas.
Eran otros tiempos, distintas mentalidades; algo así como más tranquilo, más naif. Olvidarnos un poco de todo y de todos, jugar a ser novios con los que nos entregaban una sonrisa y nos regalaban una caricia. Eran épocas lindas, sembradas de creencias en eso que llamábamos amor, de verdes promesas.
Yo tenia novietes a montones, mis amigos temblaban los fines de semana por miedo a que me convierta en una modelo arrojada del balcón, pues desfilaban por el departamento tres de “mis chicos” pensando cada uno que me tenían en exclusiva. Yo era chico, muy chico, inmaduro, muy inmaduro, con todo lo que eso significa. Sin concepción del peligro.
Una vez conocí a un pibe, Marcelo, en un boliche de Recoleta. Él quedo deslumbrado conmigo y yo con él. Hablamos mucho bajo las luces de aquel boliche de la vedette, mientras ella caminaba, enorme, por todo el lugar saludando a todos. Casi al cierre del local, Marcelo me dice: - Vine con unos amigos, ¿te venís con nosotros? - Las fiestas no me van- le conteste. Se río y me dijo que a el tampoco, pero que había venido con sus amigos, con los que salía siempre y se iba con ellos, deseando que yo me vaya con él.
Cuando salíamos del lugar, repito; boliche de una vedette en Recoleta, paramos un taxi y le dicen al chofer que el destino es Retiro. ¿Cómo Retiro?, les pregunto. - Sí, somos de Rosario, Provincia de Santa Fé, ¿no te lo dije?, me contesto Marcelo. Quede en blanco. El color fue cambiando cuando desde la ventanilla del micro en el que viajamos, vi como el Río Paraná aparecía antes mis ojos. Tres días me quede en Rosario, con lo puesto, viviendo setenta y dos horas maravillosas. Historias, sólo historias. Y por cierto yo estaba solo y no le cagaba la vida a nadie.
Buscar la otra mitad es cosa engorrosa, tampoco iba a mantener un amor a la distancia. A Marcelo lo volví a ver un par de veces y siempre la pasamos bárbaro, pero todo lo que empieza termina. Bueno nada, yo no era un santo precisamente. También de esta manera he ido a Córdoba, Mar del Plata, Montevideo, Punta del Este, Río de Janeiro y algunos otros destinos en América y mi hermosa Argentina. Una búsqueda constante.
Claro que Avenida Santa Fe ya no es lo mismo; pocas locas la recorren. Muchas de las de antes se “casaron”, otras se las llevo la vida por querer vivir todo con todos y las históricas, sólo aquellas que sobrevivieron, siguen caminándola, con más años encima de lo que aparentan, buscando un destino que parece no aparecer.
El amor, los amores, en realidad los hombres serian siempre parte de mi vida. Creo que en esa búsqueda mi realidad era encontrar todas mis carencias, todo aquello que me faltaba, pero en otro. Completarme parecía depender de los otros. Repito; muchas veces las realidades cambian, como nosotros, seres humanos y erráticos por naturaleza.
Con Manuel decidimos darnos otra oportunidad, aunque no sé si de estas oportunidades se vuelve, por lo menos yo parecia haber comprado un boleto de ida solamente.
Nada volvió a ser igual para mí; hay dos cosas que me gusta tener en claro con el otro; sentirme respetado y querido y por otro lado sentir que confío. El respeto y la confianza debían reconstruirse y si su idea del amor iba a ser esa, había que trabajarla o terminar definitivamente la relación.
Me sentí cansado y quería dormir. Cuando desperté a la mañana las cosas que había guardado en el bolso estaban perfectamente ordenadas en el placar. Me había dejado el desayuno sobre la mesa de la cocina y un papelito escrito en rojo con la leyenda: TE AMO. Sonreí y creí poder volver a empezar. Nunca nada volvió a ser igual. Si él me miraba con los mismos ojos de siempre luego de haberme traicionado, yo quería sentir el poder de hacer lo mismo: sostener la mirada luego de engañarlo.
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