Antiguamente la gestión cultural era una especie de patente de “culto” que detentaban quienes habían adquirido conocimientos consagrados, reservados solo para algunos elegidos que tenían la oportunidad de cultivarse. La cultura era cosa reservada a los eruditos, artistas e intelectuales a cuyo estadio podía acceder cierto público tácitamente elegido que concurría en forma pasiva admirativa.
Cuando el hecho cultural ingreso en un proceso de democratización se abrió lentamente el acceso irrestricto a la generalidad de los integrantes del cuerpo social. Todos tenían derecho de acceder a la cultura. La comunicación fue mayor, la difusión se extendió a todos los ámbitos, la cultura perdió solemnidad, el espectro emisor-receptor se amplio. El cambio, en definitiva, solo consistió en que mientras antes la cultura era la producción de unos pocos destinada a otros pocos, ahora era la producción de unos pocos destinada a muchos. No había una participación del cuerpo social en el hecho cultural, en la gestión; el hecho era pasivo-receptivo.
En el proceso cultural el agente es solo un administrador y un animador de los bienes y servicios culturales que la comunidad crea y recrea permanentemente. Ese proceso no es un repositorio de valores consagrados, sino un caudal móvil que se expresa y reformula día a día, dentro de esa complejidad multifacética que presenta la realidad.
Actualmente la gestión cultural otorga preeminencia a quienes va dirigida la misma y no a quien la dirige. El agente cultural no va delante de la comunidad, camina junto a ella. Por lo tanto debe ser cada día mas anónimo, mas humilde, mayor debe ser su capacidad de servicio y mayor su apertura para comprender la realidad de un mundo que cambia en forma permanente.
Caminar junto a la comunidad significa entenderla, interpretarla para que a partir de esa realidad aprehendida podamos generar ámbitos de encuentro y preparación para el desarrollo. Los primeros ámbitos que debemos crear son aquellos que le permitan al individuo encontrarse e integrarse consigo mismo.
La mayoría de las personas están acostumbradas desde pequeñas a ser dominadas o castigadas por su mal comportamiento y pocas veces reconocidas por sus virtudes. La mayoría de las religiones inducen a proceder bien por temor a Dios y no por amor a El.
En estas condiciones el ser humano carece de autoestima y de imagen propia. Entonces se enmascara, agrede y se defiende. La prueba de su poca autoestima y de la división que lo afecta es la ambigüedad permanente con que actúa. Esta dividido y por consecuencia dominado.
Cuando este hombre no puede con su mundo interior su situación es aprovechada por ciertas ideologías, tanto de derecha como de izquierda, con sus secuelas de dominación y autoritarismo, para mantener un estado donde aparentemente se cambia todo para que todo siga como esta.
Si a esto le sumamos la “cultura del entretenimiento” esta realidad se agrava. Des esta manera incorporamos patrones culturales y comportamientos que nos llevan a quitar, disminuir y desmerecer a los actores de procesos legítimos.
Toda conducta que lleva al hombre a la infelicidad es consecuencia del encadenamiento de una serie de factores sociales, políticos, económicos, religiosos, educacionales, individuales, etc., que han salido de su cauce genuino y han roto la armonía de lo natural, de lo espontáneo.
Los nuevos tiempos nos han enfrentado también a nuevos problemas. El mayor de ellos es la inestabilidad de los conocimientos.
Antaño los conceptos, conocimientos científicos, leyes y principios perduraban a través del tiempo. Una cosa era de determinada manera para los hombres de una generación y lo seguía siendo para las generaciones sucesivas. Ahora, los conocimientos avanzan tan vertiginosamente que lo que hoy se determina que es de tal o cual forma, mañana se demuestra lo contrario y luego... se vuelve a reformular. Esto se ha dado en llamar “aceleración del cambio” o “dinámica de la provisoriedad”.
Así el hombre se queda sin normas, se desestructura, pierde seguridades; se produce un estado anómico. No se degradan los valores morales, sino que surge la angustia, la crisis por falta de normas, etc.
Una de las respuestas que debe dar la cultura es ayudar a vivir dentro de ese estado de provisoriedad, donde el componente ético debe ser principio rector.
Hay que aprender a vivir en la anomia sin desestructurarnos.
Visto de este modo la cultura es una forma de vivir, de mirar la vida, de sentir. Dentro de esta forma de vivir se encuentra el arte como una de las manifestaciones supremas del espíritu.
Esto tampoco significa que es una verdad absoluta; podemos agregar mucho conforme al modo de ver el mundo.
El papel de la gestión cultural no debe pasar solamente por el espectáculo y el pasatiempo sino también por establecer ámbitos de comunicación y de expresión en donde estos u otros planteos se manifiesten libremente y se den las condiciones para encontrar los canales naturales de solución.
Decimos entonces que la gestión cultural con sus contenidos deben darse dentro del marco de la realidad social, en forma solidaria con el cuerpo social en su totalidad y con sus preocupaciones. Este debe ser el sentido popular de la cultura. No se trata de bajar de calidad sino de bajar a la realidad para remontarse luego con bases sólidas hacia los estadios superiores de la evolución cultural.
La eterna discusión “cultura consagratoria-cultura popular cae en esa ingrata desvirtuación “elitismo-populismo” donde la cultura nos es mas que victima de esas alteraciones.
Lo consagratorio no sirve cuando se queda en el reducto de los elegidos de turno. Tampoco lo popular por el mero hecho de hacer difusión en abundancia, plurisectorial y pluriespacial. En cambio todo sirve cuando somos capaces de interpretar al pueblo, de reconocer su historia, rasgos y costumbres; cuando somos capaces de justipreciar a sus creadores, de acompañar sus manifestaciones, de entender sus aspiraciones; en fin, cuando tenemos la capacidad de traducir la suma del acervo espiritual de una comunidad, creando condiciones presentes que le permitan proyectarse en pos de un destino superior.
La gestión cultural en distritos intermedios adquiere para nosotros especial relevancia. Helber Reed planteo que “las grandes transformaciones van a venir de la soledad de los pequeños grupos, no de los grandes ”.
Cuando el hecho cultural ingreso en un proceso de democratización se abrió lentamente el acceso irrestricto a la generalidad de los integrantes del cuerpo social. Todos tenían derecho de acceder a la cultura. La comunicación fue mayor, la difusión se extendió a todos los ámbitos, la cultura perdió solemnidad, el espectro emisor-receptor se amplio. El cambio, en definitiva, solo consistió en que mientras antes la cultura era la producción de unos pocos destinada a otros pocos, ahora era la producción de unos pocos destinada a muchos. No había una participación del cuerpo social en el hecho cultural, en la gestión; el hecho era pasivo-receptivo.
En el proceso cultural el agente es solo un administrador y un animador de los bienes y servicios culturales que la comunidad crea y recrea permanentemente. Ese proceso no es un repositorio de valores consagrados, sino un caudal móvil que se expresa y reformula día a día, dentro de esa complejidad multifacética que presenta la realidad.
Actualmente la gestión cultural otorga preeminencia a quienes va dirigida la misma y no a quien la dirige. El agente cultural no va delante de la comunidad, camina junto a ella. Por lo tanto debe ser cada día mas anónimo, mas humilde, mayor debe ser su capacidad de servicio y mayor su apertura para comprender la realidad de un mundo que cambia en forma permanente.
Caminar junto a la comunidad significa entenderla, interpretarla para que a partir de esa realidad aprehendida podamos generar ámbitos de encuentro y preparación para el desarrollo. Los primeros ámbitos que debemos crear son aquellos que le permitan al individuo encontrarse e integrarse consigo mismo.
La mayoría de las personas están acostumbradas desde pequeñas a ser dominadas o castigadas por su mal comportamiento y pocas veces reconocidas por sus virtudes. La mayoría de las religiones inducen a proceder bien por temor a Dios y no por amor a El.
En estas condiciones el ser humano carece de autoestima y de imagen propia. Entonces se enmascara, agrede y se defiende. La prueba de su poca autoestima y de la división que lo afecta es la ambigüedad permanente con que actúa. Esta dividido y por consecuencia dominado.
Cuando este hombre no puede con su mundo interior su situación es aprovechada por ciertas ideologías, tanto de derecha como de izquierda, con sus secuelas de dominación y autoritarismo, para mantener un estado donde aparentemente se cambia todo para que todo siga como esta.
Si a esto le sumamos la “cultura del entretenimiento” esta realidad se agrava. Des esta manera incorporamos patrones culturales y comportamientos que nos llevan a quitar, disminuir y desmerecer a los actores de procesos legítimos.
Toda conducta que lleva al hombre a la infelicidad es consecuencia del encadenamiento de una serie de factores sociales, políticos, económicos, religiosos, educacionales, individuales, etc., que han salido de su cauce genuino y han roto la armonía de lo natural, de lo espontáneo.
Los nuevos tiempos nos han enfrentado también a nuevos problemas. El mayor de ellos es la inestabilidad de los conocimientos.
Antaño los conceptos, conocimientos científicos, leyes y principios perduraban a través del tiempo. Una cosa era de determinada manera para los hombres de una generación y lo seguía siendo para las generaciones sucesivas. Ahora, los conocimientos avanzan tan vertiginosamente que lo que hoy se determina que es de tal o cual forma, mañana se demuestra lo contrario y luego... se vuelve a reformular. Esto se ha dado en llamar “aceleración del cambio” o “dinámica de la provisoriedad”.
Así el hombre se queda sin normas, se desestructura, pierde seguridades; se produce un estado anómico. No se degradan los valores morales, sino que surge la angustia, la crisis por falta de normas, etc.
Una de las respuestas que debe dar la cultura es ayudar a vivir dentro de ese estado de provisoriedad, donde el componente ético debe ser principio rector.
Hay que aprender a vivir en la anomia sin desestructurarnos.
Visto de este modo la cultura es una forma de vivir, de mirar la vida, de sentir. Dentro de esta forma de vivir se encuentra el arte como una de las manifestaciones supremas del espíritu.
Esto tampoco significa que es una verdad absoluta; podemos agregar mucho conforme al modo de ver el mundo.
El papel de la gestión cultural no debe pasar solamente por el espectáculo y el pasatiempo sino también por establecer ámbitos de comunicación y de expresión en donde estos u otros planteos se manifiesten libremente y se den las condiciones para encontrar los canales naturales de solución.
Decimos entonces que la gestión cultural con sus contenidos deben darse dentro del marco de la realidad social, en forma solidaria con el cuerpo social en su totalidad y con sus preocupaciones. Este debe ser el sentido popular de la cultura. No se trata de bajar de calidad sino de bajar a la realidad para remontarse luego con bases sólidas hacia los estadios superiores de la evolución cultural.
La eterna discusión “cultura consagratoria-cultura popular cae en esa ingrata desvirtuación “elitismo-populismo” donde la cultura nos es mas que victima de esas alteraciones.
Lo consagratorio no sirve cuando se queda en el reducto de los elegidos de turno. Tampoco lo popular por el mero hecho de hacer difusión en abundancia, plurisectorial y pluriespacial. En cambio todo sirve cuando somos capaces de interpretar al pueblo, de reconocer su historia, rasgos y costumbres; cuando somos capaces de justipreciar a sus creadores, de acompañar sus manifestaciones, de entender sus aspiraciones; en fin, cuando tenemos la capacidad de traducir la suma del acervo espiritual de una comunidad, creando condiciones presentes que le permitan proyectarse en pos de un destino superior.
La gestión cultural en distritos intermedios adquiere para nosotros especial relevancia. Helber Reed planteo que “las grandes transformaciones van a venir de la soledad de los pequeños grupos, no de los grandes ”.
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