viernes, 2 de octubre de 2009

Salta 28 de julio 2005 - Parte 2 -


El almuerzo transcurre entre risas que se mezclan con la tristeza del monje que parte para México. El Hermano Maximiliano va y viene llevando y trayendo platos. Se escuchan en el aire anécdotas y se cuentan pequeñas picardías que hacen de estos seres, personas cercanas a lo divino.

- Che, R !. ¿Por qué no acompañas a los chicos al Aeropuerto así conoces un poco más?- me dice el padre Agustín estampando su figura de patriarca en la cabecera de la mesa.
- Bueno – contesto.

Cada cosa, cada comentario que hace o calla, tienen el sello final de un sonrisa capaz de iluminar cualquier abismo. Hasta la órdenes que le escuche dar, no sonaban a órdenes.

Partimos hacia el aeropuerto, el sol sigue siendo abrasador comprobando así lo que me decía Magdalena; en Salta el día parece regalar un sol infinito con temperaturas que, aún en invierno, superan los 20º y por la noche un vientito frío desdibuja cualquier deseo de asomase a la calle.
En la ruta hacia nuestro destino se podía ver como las casitas; bajas y coloridas, se extendían en una superficie que parecía no terminar nunca. Me vinieron a la cabeza imágenes de Trelew, ciudad que habite cuatro años. Similitud que me vino por las grandes extensiones de tierras; por momentos verdes por instantes áridas, esas extensiones donde la naturaleza parece enfermar parcelas y sanar otras.
Mientras tanto en la parte trasera de la traffic sólo silencio.

La crucifixión de las voces,
lo sublime;
el tiempo que avanza
detenido
en función de hacerse presencia
en función de hacerse silencio.
El tiempo, lo que sana,
todo el pasado.

El aeropuerto se levanta, como tantos otros, en la superficie aislada de la nada, dejando el espacio libre a los pájaros metálicos que transportan vidas y despedidas.
Ocupamos dos tandems en la sala de espera; tres de un lado, tres del otro, espaldas contra espaldas.

Casi sin querer verlos
Enfrento la espalda
A la palabra
A la redención.
Me miro:
Todo me resulta lejano.

- ¿Y hasta cuándo te quedas?- me pregunta el Hermano Pío dándose vuelta y obligándome a hacerlo a mi.

¿Por qué desde que llegue me hacen esa pregunta?, en principio hasta el martes, le respondo mientras nos miramos a los ojos y siento estar flotando. Y luego, después de segundos donde mi cuerpo se sintió extranjero en mi cuerpo, me dijo:

- ¿Ah sí? Yo creo que vos no te vas, con los Hermanos hicimos apuestas y yo aposte a que te quedas.

Era, ahora, mi cuerpo una geografía estropeada, una península arrasada, un atolón en el desierto. Sin decir más se dio vuelta y siguió hablando con otro monje como si no hubiese dicho nada. No había dicho nada para él y quizás todo para mí. Apostar a un escape, apostar es una forma de perder o un disfraz del ganar. ¿Estaban todos locos acaso? ¿Tomaron narcóticos estos monjes y monjas?
El Hermano Pío nunca vio que cuando volteo su espalda y yo di vuelta la mía, una lagrima escapo rozando atrevida mi mejilla.

Dulce espera
del agua que escapa por los ojos
pidiendo un sendero
de renuncia.

El avión orillo el espacio y los que se tenía que ir, muy a pesar suyo, se fueron. Volví a la pregunta, a esta altura casi una afirmación: todo sucede por algo. Volvemos a la parroquia. En el viaje la Hermana Teresa bosteza y dice que si puede dormirá la siesta. La traffic es una caldera encendida por un sol que parece no se ocultara nunca.
En la parroquia la frescura del lugar y el casi permanente y silencioso murmullo no dejan de crearme otro.

- Llegaste! me dice Magdalena - vamos a merendar y ayúdame a preparar las cosas para el retiro de mañana. ¿Vas a venir no? – me dice como esperando una única respuesta.
- Si claro, le contesto
- ¡Qué bueno! – dice la voz de la Hermana Luz que aparece detrás de Magdalena.

Aparece la Hermana Teresa con la misma cara de dueño que tenia en el viaje de regreso del aeropuerto; no puede dormir la siesta ya que viene gente del obispado para que les graben comerciales para la fiesta de la Virgen de los Milagros. Tanto la Hermana Teresa con el Hermano Rodolfo son y serán las voces cantantes de esta congregación; editores de los cds, de los coros, etc.
Mi sed eterna de saber todo de todo y todos, ese absurdo de querer saberlo todo, me lleva a realizar las preguntas más estúpidas que una vez formuladas merecerían de respuestas un. ¿A vos que carajo te importa? Pero no , diametralmente opuesta a mi pobre pensamiento fue la respuesta de Rodolfo al explicarme su decisión de entrar a la congregación, las fuerzas internas que enfrento, lo que opinaba su familia, etc., pero me resulta humanamente irresponsable de mi parte transcribirlo. Me quedo con sus palabras guardadas, alimentando mi corazón.
Empiezan a trabajar con la gente del obispado en las grabación, al rato decido irme; percibo que una de las jóvenes que oficia de locutora se ponía nerviosa al ver a un extraño.
Atravesé la parroquia muy lentamente, algunos fieles se disponía por el lugar para escuchar la misa que en minutos comenzaría. El Hermano Maximiliano, cerca del altar, encendía la velas con el mismo recato, suavidad y timidez que un par de horas antes lo hacían cocinar.
En el medio, Cristo, simbología de la vida, lo creado y lo no, aparece en hilos de voz que se confunden en plegarias. Lo observo y en mi rostro se dibuja una sonrisa seria.

Miedo, demasiado
A que me revele
A caer inerte
Antes sus ojos.
Miedo encontrado
Y armado
En la desesperación y en la esperanza.
Miedo a su sangre
Salvadora
A su muerte por mi, ser creado.
Demasiado miedo
Terror
Pavor
A que me muestre un camino.

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