sábado, 10 de enero de 2009

LA SEÑORITA YO -Cap 11 - Paréntesis



Manuel siempre fue el típico gay, aún antes de darse cuenta que lo era, supongo. Nunca dijo la verdad en su totalidad, bueno después de todo, todos mentimos un poco.
En el ambiente gay casi todos se creen o hacen los millonarios, los “pudientes” diría una amiga mia. Creen que son todos bellos, todopoderosos e inmortales: que una “loca” acepte el paso del tiempo como algo natural, sería el titular de los principales diarios del mundo. Ni hablar de los problemas, ninguna gay tiene problemas y la mayoría se siente orgulloso de su condición sexual y no de su ser persona. La no asumida, en cambio, va a terapia psicológica y a la salida, chupa pijas en el baño con la misma boca que más tarde besará a su mujer. Por supuesto que también están los gays solos, que dicen ser felices así; su discurso, siempre distorsionado e incoherente, dice que estar con alguien significa, para ellos, estar condicionados a esa persona. Etc. Etc. Etc. Etc. Etc. Etc. Etc. Y la lista sigue y es larga.
Si entras a una línea telefónica o un chat gay y alguien te dice que es maduro, hay que pensar que esta en una franja de edad que va desde los 60 a los 70 años. Si te dice que es versátil, llegara hasta vos y se pondrá en cuatro patas para que le taladres la cola, ese es pasiva cantada. También están las que te dicen morrudas, bueno imagínate ver en ellos un avistaje de ballenas. Y esto sigue, sigue…
La mentira es como un lugar común en al ambiente gay. Con el tiempo uno se va dando cuenta que no debe creer, al menos de noche, al menos en un boliche, al menos después de la cinco de la mañana, ninguna palabra dicha por una “loca”. A esa hora, con una copas de más y el pescado sin vender, lo gays, alzados, calientes cual horno de panadería, agotaran los adjetivos calificativos (bellos por cierto) para tratar de levantarse al primer macho que se les cruce; mientras tenga una verga y respire, todo funcionara bien.
Odio la mentira, odio la falsedad, detesto esa declaración falsa que tendrá como único objetivo hacerte preso de algo que no existe; el otro. Ya lo sé; a la noche todos los gatos son pardos, pero bueno de ahí a acostarte con Gotzila hay un largo trecho. La falta de verdad, la carencia de lo autentico siempre es constante. Con el tiempo vas aprendiendo.
Cuando comencé a salir, no tan joven por cierto, luego de terminar mi primera relación de pareja (escribo esto y me siento una especie de Liz Taylor), conocí todos los lugares gay de Buenos Aires, absolutamente todos. Yo era joven, demasiado, y por lo que dicen lindo, atractivo y simpático; condiciones necesarias para que se te abran las puertas del mundo. Y yo me abría y como me abría, solo me importaban las aperturas, sexuales, claro.
En esos años, en los cuales recorrí la noche, nunca pague entrada a ningún lugar gay, ni hice la cola para entrar en ellos (suena sexual pero no lo és). Pocas veces pague un trago, siempre me invitaban los dueños del lugar u otros hombres que se calentaban conmigo. No lo digo para vanagloriarme de nada sino para dimensionar un poco como era en aquel entonces el ambiente gay. Los años noventa fueron gloriosos; los vínculos con los otros aparecían naturalmente, espontáneos, sin artificios, sin imposiciones. Eran como devoluciones en miradas. Recuerdo que con un amigo llegábamos a Avenida Santa Fe y Pueyrredón para encontrarnos con conocidos y caminábamos hasta Callao. Esas pocas cuadras significaban, para nosotros dos, casi una hora y media de recorrido ya que nos paraban todos los tarjeteros de los boliches incitándonos a ir a los lugares que representaban. Nos daban entradas gratis, tragos gratis, nos daban interesantes charlas de cómo serian nuestras vidas si estábamos de novio con ellos. Nosotros reíamos y creíamos ser dos Adonis en un poblado azteca. Claro que en aquella época los tarjeteros eran divinos uno veía en ellos lo que se iba a encontrar en el boliche y era así. Los mejores eran los del templo de la movida gay de la calle Anchorena, verdaderas bellezas, como la gente que iba allí. También eran más selectivos; no todos recibían la entrada gratis. Eso también sigue siendo una constante; los gays eternos luchadores contra la discriminación, son los primeros en discriminar. Siempre parecieron nuclearse, detesto los ghetos, las feas van a un boliche por el centro, ahí encontrar una dentadura completa es un hito histórico, en el Sótano de Barrio Norte el ambiente cambia; son todos hombres mayores. Además de los gerentes el Sotana esta habitado por trabajadores sexuales y pendejos desesperados buscando un padre. Todo desconcentrado y todo ausente a la vez.
Ghetos, ghetos, cosas fragmentadas, adversidades. Búsqueda de la sin razón, del tiempo que no tiene tiempo porque todo parece ser apuro, todo urgencias. Si, los gays somos urgentes; todo tiene que ser ya, ahora, en este instante, el minuto a minuto de la televisión parece ser otro tópico. Todo ahora, el tipo que me sonríe es una posibilidad, el que me besa, un amor, el que me coje, lo inmediato. Todo ahora. Todos ahora.
En este ahora, y en aquel entonces, ninguna loca es pobre ni lo es ahora. Todas son viajadas, todas conocen New York; escribir Nueva York haría desmayar a más de una. Lo que no cuentan es que estuvieron cinco años comiendo arroz blanco para el deseado viaje. Cinco años secas de vientre por conocer las bondades de la Gran Manzana. Apariencias, todas apariencias y estructuras. ¿Para que mencionar la moda? Basta que salga alguna indumentaria nueva para que todas corran despavoridas a los locales que las venden a agotar en segundos los stocks, y los fines de semana vas al boliche y te sentís pertenecer a un colegio privado: todas uniformadas, todas igualitas. Originalidad cero. Punto cero. Nihilismo.
En mi paso por la noche conocí gente de mucho dinero y encantadora por cierto. Recuerdo que con mi amigo, ese con el que tardábamos horas en caminar unas pocas cuadras, un día en el reducto para la tercera edad se nos acerco un hombre, bueno mejor dicho un caballero. Simpático, entrado, correcto en todo el sentido de la palabra. Tendría unos sesenta años , era alto, de ojos azules y pelo canoso. Nosotros reíamos, y él se acoplo a nuestra alegría. Charlamos casi toda la noche, sobre todo cuando le confirmamos que no éramos trabajadores sexuales, (era algo que nos pasaba con frecuencia a mí amigo y a mí; antes de preguntarnos el nombre nos preguntaban cuanto cobrábamos. La verdad hoy estaría mejor económicamente si me hubiese dejado llevar por esas pequeñas tentaciones) ahí se distendió y pidió la primer botella de champagne (fueron tres en total). Alrededor de las seis de la mañana nos pregunta si queremos desayunar con él. Nosotros aceptamos, éramos extremadamente sociables o fáciles, en el lenguaje gay. No sabíamos quién era, tampoco nos interesaba saberlo. Llegamos al pie de la escalera y desde su celular hace una llamada. Subimos y vemos como, en la puerta del Sótano, un espectacular Mercedez Benz nos esta esperando con su respectivo chofer; ¿podía ser de otra manera?. Mi amigo me mira y dice ¡Subamos Nena!. Y…subimos.
Fuimos a un señorial hotel del Barrio de Retiro, al costado de la autopista . Cuando entramos al lobby del hotel decenas de personas que terminaban de celebrar un casamiento se dan vuelta para mirar a ese hombre mayor, con lo que habrán pensado, terribles dos gatos. Él, dándose por aludido, nos dice – volvamos a entrar para que nos vean mejor. Nosotros reímos y acatamos la divertida orden. Terminamos en su triplex de Avenida del Libertador. Fotos con presidentes del mundo, con su “Santidad” y otras tantas personalidades, adornaban un hogar enorme y acogedor. En la terraza una pileta con hidromasaje y todo el Río de la Plata como postal.
Charlamos largas horas, y cuando el sueño nos fue venciendo, ese caballero, con apellido de una de la grandes fortunas del país, dueño de un conglomerado de empresas multinacionales, ordeno a su chofer que nos lleve a nuestros domicilios. Hablamos un par de veces más, pero nunca más volvimos a verlo.
También fue exótico, y por demás erótico, que por un trabajo que realice, y sin querer provocar nada, termine en una intensa jornada sexual con uno de los mejores futbolistas del mundo; mulato él, que, terminado el empate por penales, me regalo una cigarrera de plata y tres mil dólares. Lo de los dólares fue un plus pos-orgásmico; me hizo sentir una prostituta, y me gusto. Y el otro personaje internacional, cantante, digno representante del tequila, supo ser mí dueño en otro hotel, por un instante claro, y tan buen amante no fue. De los famosos locales, pasaron algunos, pero prefiero olvidarlos, son más objetos que personas.
Otro personaje divertido que conocí fue Emmanuel alias el Conde, una mariquita extravagante que organizaba fiestas en su casa de San Isidro, sólo para no sentirse “solo”. Ahí si iba gente de dinero, como él, no como yo, que simplemente le caí simpático al Conde y cada vez que organizaba algo me llamaba. El Conde era,o es; la verdad hace mucho que no sé nada de él, algo así Golum, el personaje del Señor de los Anillos. Era horrible, rozando el limite con el espanto. Tenía mucho dinero y lo sabia. Sabia que cada hombre que se le acercaba amorosamente no era por él, sino por sus billetes. Buena gente el conde, buena gente.
En sus fiestas pasaba lo mismo que en cualquier boliche, pero todo era más selecto; todos se creían dioses, me gustaba compararlos con los hipocampos; se creían potros y eran pescados. ¿Qué feo no reconocer que uno, digámoslo diplomáticamente; es visualmente inaceptable no?. Uno puede vestirse bien, arreglarse, que se yo hasta… , no sé , un botox aquí un poco de colágeno allá… pero de ahí a ser un monstruo y creerse Narciso hay un largo camino. No pero las mariquitas , como rezan “antes muerta que sencilla”, se ponen todo encima, aunque les quede como el culo, total se usa y salen al ruedo, “si pica, pica”
Ni hablar de las musculocas; reprimidos patovicas que organizan sus vidas en el ejercicio del músculo y sobredosis de anabólicos, y después de los cuarenta son como panes dulces que se olvidaron de levar. Caídas, andan llevando a rastras huellas de cuerpos deformes, labios hinchados y pómulos forunculosos a punto de explotar. Horror. Nunca se sacan la musculosa, la llevan adherida al cuerpo y los jeans dejan de ser jeans para ser calzas.
Sí, el ambiente gay es una gran circo y en definitiva también pertenezco a el, uno no deja de ser un triste animal de costumbre, un león carcomido a latigazos antes de cruzar, por última vez el aro de fuego.