jueves, 24 de septiembre de 2009

ARTE POETICO - SERIE POSTALES


Salta 28 de julio 2005


Ya había despertado cuando Magdalena golpeo la puerta a las ocho de la mañana, pero no le quitaría el gozo que le causa despertarme y me hice el dormido.


- ¡Arriba!, vamos, despiértese!!- mientras yo sonreía debajo de las frazadas – ¿Te traigo el mate?
- No, ya me levanto y desayunamos en la cocina.
- Ok, te esperamos.


Me levante y deje que el agua de la ducha recorra mi cuerpo un largo tiempo, mientras me reconocía a mí mismo como contenedor de la juventud que no deja entrar más años y atrae el rumor de lo perdido.

Como queriendo lavar
Lo que el agua no lava,
Las manos buscando
en los limites del cuerpo
una señal
alguna marca
un dejo de deseo
una ceniza que trata
de ser fuego,
un rasgo del pasado.
Como queriendo lavarme
Todo de mí;
La ablución de lo siniestro.

Imposible no ser espejo al entrar a la cocina y devolver, desde el corazón, todas esas sonrisas que me esperaban sentadas en la mesa. Como que todo el universo conspiraba para hacerme parte de el; ¿acaso no lo era ya?. Ahí estaba yo, frente a estos niños-hombres, niñas-mujeres que entregaron su vida a algo, a un sentido, lo que ellos llaman Dios; lo sublime, lo perpetuo, la alteridad.


- Tomemos unos mates.- dijo la Hna Teresa y agrego: - Ricardo ¿paseaste por Salta? ¿Te gusto? –mientras todas las caras y las sonrisas se posaban en la mía.

Como ya dije no les hable de la geografía que había visto sino que les explique lo que pensaba; eso de que la belleza de los lugares no radicaba en el lugar en si, sino en su gente. Me miraban, sonreían y asentían. Y me sentí ancho de espíritu, grande de corazón…


- ¿Y hasta cuándo te quedas?, me pregunto la Hermana Maria Luz, mientras Magdalena miraba el techo y los demás me miraban como diciendo: - pensá un poco lo que vas a decir.
- Hasta el martes o miércoles supongo – conteste tan bajo que casi ni me escucho yo mismo.
- Yo creo que no te vas a ir- me contesto Magda, mientras se levantaba y se iba a otra dependencia.

Cuando volví rebotando de sus palabras nadie me miraba a la cara. Por dentro me sentí feliz por aquellas palabras, muy feliz y con demasiado miedo.


- ¡ Así es che! contame de la Magda, de cuando estaban los dos en Buenos Aires ¿dale? – me dice la Hermana Teresa con una sonrisa que separa su rostro en dos hemisferios.

El mate siguió su recorrido y la risa de la Hermana Teresa ante las anécdotas mías y de aquella Valeria, sólo eran interrumpidas por la voz de esta Valeria; la Hermana Magdalena, que asomaba su cabeza de tanto en tanto para decir: - No le creas, ¡esta exagerando ! o ¡ Mentira! ¡Eso lo hiciste vos, no yo!.
Y yo veía en sus ojos toda la complicidad que nos regalamos siempre.

Como una hora que tiene su destino señalado, cada uno de los hermanos y hermanas de la congregación se dispersan por todos lados para comenzar con las tareas diarias. Sólo quedo en la cocina el Hermano Maximiliano que desparramaba por sobre la mesada kilos de verdura, pollos, condimentos y observe en su cara toda la desesperación de tener que cocinar solo. Simplemente pregunte: - ¿Te ayudo? Y la respuesta inmediata, - No esta bien, toma mate tranquilo. Okey – pienso- y mientras le cebo mate comienzo a pelar kilos de papas.

El Hermano Maximiliano habla poco, algo así como lo que debe considerar indispensable y uno puede confundirlo con un ser triste ya que son pocas las veces que la risa lo sorprende y cuando ríe lo hace como pidiendo permiso.

Hay que preparar el almuerzo, en unas horas la visitante mexicana y dos Hermanos de la Congregación volverán a México.
Mi colaboración en la cocina comenzó y termino en la papas. No insistí, pensé que podía estar invadiendo terreno ajeno y deje a Maximiliano en su soledad.
Más tarde comprendí que me consideraban un huésped y a ellos les complacía atenderme como tal; si hasta cuando fui a mi cuarto en busca de un libro habían ordenado todo.
Leí durante unas horas en el patio, rodeado de plantas y flores, bajo un sol arrasador y todo bajo la atenta mirada de Pipo, el perro. Pipo de tanto en tanto buscaba mi atención acercándose para saltarme o que le haga caricias en su cabeza cobriza y si no respondía a su petición se tiraba al pasto, apoyaba la cabeza entre sus patas y con una cara de depresión digna de filmar, observaba todo a la distancia.

Toda quietud;
un sol que dispensa vida
el verde trepando el muro
que deja de ser muro
para ser morada.
La inmensidad de un momento
que encierra todo
que escapa a nada.

ARTE POETICO