jueves, 8 de enero de 2009

LA SEÑORITA YO - Cap 10 - El primero es el tercero


Hace unas cuantas semanas que Manuel tiene un cambio de actitud; esta tranquilo casi sosegado, diría que demasiado. Lo miro con ternura mientras el duerme y Paula acompaña mis desatinos literarios. Lo miro, y creo que lo amo, al menos eso pienso, pero pensarlo también es no sentirlo. Inmediatamente me pregunto que amo de él y no encuentro respuesta. Decido no preguntarme más; no me sirve pensar tanto en esto: ¿Para qué pensar cuando no hay eco?
Un mensaje de Gonzalo llega a mi celular; me quiere ver. Contesto que no puedo, que viajo al otro día y no llego a terminar todo lo que tengo que hacer. Se enoja, es su problema. Juntarme con él será algo así como perder el tiempo en lo intrascendente, en la nada. Lo quiero, claro que lo quiero, pero necesito estar vacío de mí para poder estar con él.
Sigo escribiendo, sobre esas personas, sobre esa esquina. Pienso que una esquina puede ser todo un universo, un estar, una realidad diaria para muchas personas. Pienso que una flor en un muro, no tiene más que ese muro y los ojos atentos de la quien la observa. Esa flor es todo en el muro, y el muro todo para la flor.
Manuel se despierta y proponer ir a cenar a algún lugar lindo. Acepto.
Confieso que salir a comer es uno de nuestros programas favoritos; siempre la pasamos bien, nos divertimos y reímos mucho, algo constante en nosotros. Son como ínfimos momentos de felicidad o lo más cercano a ella. Claro que su mente siempre prepara el terreno para todo; me hace recordar a un personaje femenino de una novela que nunca me acuerdo su nombre; bien, ella era incapaz de disfrutar el momento, siempre estaba pensando el próximo movimiento.
Salimos del restaurante y propone caminar un rato. Aclaro: detesta caminar. Caminamos y reímos; me pregunta como estoy y contesto que bien. Seguimos caminando, ahora bajo un silencio que anuncia tempestades.

- ¿Pensaste en lo qué hablamos? – me dice sonriendo
- ¿En qué? hablamos tantas cosas. ¿En lo de alquilar otro departamento? – repregunto.
- No, en lo de tener una cama de tres. – dice –
- La verdad que no. ¿Vos queres hacerlo?
- Y… si.
- Hagámoslo – le contesto seguro –

Formas del amor, de la aceptación, de la idiotez, formas de la nada y el vacío. Caminamos nuevamente por Callao.

- ¿Cómo hacemos? – le pregunto-
- No sé… que sé yo… ¿vamos a un sauna?
- ¿Cómo a un sauna?, ¿a un sauna, a coger con otro? Bueno ¿dónde hay uno?
- Acá a la vuelta. –me responde –

Nada preparado, la cena, las ganas de pasarla bien conmigo, la caminata cuando no hay ganas de caminar. Todo armado; las ganas de otros cuerpos, del revolcón, del sexo Express, del sauna, de olvidarnos de nosotros porque no nos bastamos con nosotros mismos. Y es verdad ¿que tiene que ver el sexo con el amor?
Vuelvo a pensar en los celos, ese sentimiento que puede resultar peligroso, esta vez reconociéndome; siento ser apasionado, ansioso, un poco sadomasoquista y neurótico, y debo ser de proyectar mis propias tendencias a la infidelidad. Sí, me doy cuenta que tengo celos delirantes por sentirme abandonado, menospreciado y burlado, por eso lo ataco. Será el miedo a separarnos, no sé por qué. Mi vida sentimental es un no sé por qué. Siento que mí equilibrio emocional y bienestar psicológico se ven amenazado. Siento que lo voy a perjudicar a él. Cuando sentí esto la primera vez viví la situación como una tortura, incluso sentí deseos de venganza. En principio me encerré en el silencio hasta el drama y luego me entregue a la experimentación, de todo y de todos. No era cuestión que él viva más que yo.
La puerta de vidrio opalina es imponente, nadie que no lo sepa, pensaría que ahí se debaten grandes contiendas sexuales.
Traspasamos esa puerta y hay otra, vidriada. Tocamos un portero, la puerta se abre. Pagamos la entrada; él pago por la entrega, por el sexo, por el otro. Nos dan unas llaves, ojotas, toallas y nos dicen que no se puede transitar por el lugar vestido; sólo cubiertos por una minúscula toalla blanca. Me rió e imagino la toalla blanca como símbolo de pureza y castidad en un lugar donde la pija simula ser la cruz de un culo que es el santo sepulcro. Nos indican donde cambiarnos, algunos hombres, ya desnudos, salen de ese cuarto. Manuel no deja de mirarme. Con las toallas puestas en nuestra cintura salimos del cuarto en donde dejamos nuestra ropa.
El lugar es muy luminoso, hay una barra donde un mexicano, extremadamente vulgar, traga una hamburguesa gigante mostrando los pocos dientes que le quedan, empujándola con una cerveza. Me mira como mirando una posibilidad, ni siquiera me imagino tocar, por todo el dinero del mundo, esa bola grasienta, oliendo a cebada y destilando mostaza por sus aberturas dentales. Asco, siento asco. Si esto puede llegar a ser una cama de tres, la fantasía de Manuel acababa de morir.


- ¿Qué te pasa? – me dice Manuel mientras nos acomodamos en los taburetes de la barra.
- Nada, ese cerdo que esta ahí no para de mirar y hacer ojitos – contesto ofuscado- ni en pedo hago algo con ese tipo.
- ¡Pero vos estas loco, es un asco! Pidamos algo de tomar y quédate al lado mío, no te vayas, siento mucho pudor de estar acá.
- Pero ¿no querías estar acá? Además ¿adonde voy a ir? ¿Qué queres tomar?
- Tomemos un vinito.

Un vinito, la llave de entrada a su verdadero yo, su descontrol, su dejarse llevar por cualquier cosa que le digan, su ofrecerse. Total era el centro del mundo.
El vinito que allí venden es como un ácido que te carcome lentamente las entrañas, pero es la única bebida espirituosa ofrecida. También hay bebidas colas y mucha pero mucha variedad de bebidas energizantes. Todo tiene que ver con todo supongo, la entrada no es barata y pagar para un polvo e irse no debe ser lo ideal. Estas bebidas deben actuar soberanamente bien para poder seguir una jornada sexual intensa. No sé, supongo. Tomamos unas copas y veo que hay una escalera a la izquierda de la barra. Sugiero subir a ver de qué se trata, que habrá allí arriba.
Cuando nos levantamos, varias miradas nos buscan. Ya lo he dicho, nos veían altos, atractivos, simpáticos y, encima, éramos una pareja.
Pareja en el ambiente gay significa: “descuídate un segundo que lo perdes porque lo quiero yo” o su equivalente “te odio perra por estar con alguien y yo solo”. En cambio si te ven sólo la cosa cambia; te histeriquean más, dan más vueltas, joden y joden. Lo gay, por naturaleza, siempre será lo prohibido; nada mejor que desear al hombre del prójimo, aunque no este a tú alcance. Lo del alcance es relativo; Manuel estaba al alcance de cualquiera que le dijese algo “lindo”, y las locas de eso saben mucho. ¿Será una cuestión de género?, ¿o una cuestión de soledad?. Ningun gay va a asumir en su repútisima y triste vida que estar solo es feo. Los que dicen “yo estoy bien solo, para qué quiero un tipo, ni loca mi amoooor”; mienten, mienten. Todo esto lo dicen y justifican, enrredados sexualmente con el primer tipo que tienen enfrente; desnudándolo, deseando como loca que lo mire y le diga algo, le jure amor, y ahí la cosa cambia. De esa loca olvídate; esas que juraron estar bárbaros solos, cuando se ponen en pareja desaparecen. Se olvidan de amigos, padre, madre, abuela, hermanos, de su historia, sí!!! Esas locas cuando se ponen en pareja parecen olvidarse del pasado: nunca se enamoraron antes, este último es el amor de sus vidas, así no, despacito que me duele (en la primera vez claro) cuando tienen kilómetros de pija adentro, etc, etc,etc. Y los celos, la parte más cansadora, pues estas locas le harán la vida imposible al pobre tipo que tuvo la reverencia de fijarse en ellos. No podrán mirar ni siquiera al perro del vecino pues lo trataran de zoofilico. Miedo a perder todo, como siempre.
Ahí estábamos, los dos, en un lugar donde vale todo y contra todos.
En el primer piso, varias reposeras rodeaban un minúsculo jaccuzi que contenía los cuerpos de cuatro hombres, todos comprimidos. Uno de ellos; un hombre maduro daba vuelta sus ojos sintiendo las manos en su pene del adolescente que lo masturbaba mientras lamía su cuello. Los otros dos tocaban sus miembros viendo la escena de alto contenido gerontológico. Nosotros nos tentamos de risa y decidimos bajar. Caminamos por un ancho pasillo; una puerta de madera conducía al baño seco, enfrentada a ella los baños comunes; con duchas y más adelante el comienzo de la acción.
Una puerta conduce a una sala con televisor donde proyectan pornografía y los hombres se sientan en cómodas reposeras a masturbarse. Pensé rápidamente que, para masturbarme me quedo en mi casa, aunque no soy amigo del onanismo; me gusta tocar y que me toquen, me confiere la posibilidad de darme cuenta que siento al otro en mí.
Otra abertura conduce al laberinto, entramos. Pasillos mas angostos, todos negros, solo se ven las siluetas de los cuerpos y de vez en cuando resplandece la blancura de las toallas puestas en esos cuerpos. Toallas sujetas en las cinturas, de los que tienen cintura, pues me daba la sensación de estar en un lugar donde la gente no tenía formas.
Manuel me toma de la mano y transitamos esos pasillos. Algunos hombres no nos detenemos. Tocar significa, allí, detenerse y hasta ahora nadie merece esa quietud. Dos tipos cuando pasamos por al lado toman mi mano y la apoyan en su sexo; duro, muy duro. Seguimos, dentro de ese laberinto también hay puertas por las cuales se accede a pequeños cuartos con una camilla del tipo “masajista” en donde uno se mete a hacer lo que quiere. Observamos dentro de un cuarto, sobre la camilla, el cuerpo desnudo de una mariquita enceguecida de la calentura. Esta solo, refregándose sobre la camilla, pellizcándose los pezones, metiéndose dedos en el culo, gimiendo…Manuel me dice: - ¡No lo puedo creer, que asco esa loca!, y seguimos. Yo tampoco lo podía creer o sí que sé yo, a la distancia algunas cosas todavía me sorprenden. La loca estaba sola, era más feo que pisar mierda descalzo, se debe haber tirado sobre la camilla para ver si alguien, dentro de tanta oscuridad, y con dos o tres copas de más, se lo cogia. Supongo que al no tener suerte tenía que mostrar, a puertas abiertas, ese espectáculo erótico que no calentaba a nadie. En fin hay cosas que se hacen por amor, otras por soledad, lo del medio no existe.

- ¿Y eso? – me pregunta Manuel cuando salimos del laberinto y vemos otra escalera.
- Y … debe ser otro laberinto – le contesto desde mis supuestos.
- Me da miedo, la gente acá es un asco – exclama.
- Si viniste a tener miedo nos vamos – le digo.
- Bueno subamos y vemos que onda… –responde.

Si, otro laberinto, idéntico al de abajo aunque parece ser que la gente es más interesante. Lo transitamos igual que al otro. Manuel me dice cada cinco minutos que esta muy flaco, que le da vergüenza, que son todos feos, que él se ve feo. Ni lo escucho, ¿para qué?
Lo mismo; algunos nos manosean, seguimos caminando, nos detenemos en un espacio donde todos parecen detenerse, donde todos parecen ver un poco más la cara del otro pues la luz es un bien escaso en los laberintos, casi inexistente. El sexo manifestado en cientos de gemidos, manos extendidas al cuerpo que pasa, las vergas escapandose de las pelvis, los culos ofrecidos com mercancías al mejor pijón, el sexo, siempre el sexo, la gratiuidad, el instante. En ese espacio mínimamente lumínico vemos al único hombre que parece interesarnos a los dos.
Esta apoyado sobre el fondo negro de un lateral, nos mira, lo miramos. Bajo su toalla se ve claramente una protuberancia clamando urgencias. Vuelve a mirarnos, a llamarnos con la mirada. Camina hacia uno de los pasillos del laberinto, lo seguimos. Se detiene en otra pared. Caminamos hacia él, está solo, los tres estamos solos. Me siento totalmente solo; Manuel se acaba de desdibujar en mi mente: no sé quien es.

- Décile algo – le digo a Manuel.
- Me da vergüenza – responde.
- ¡Dale!-insisto.
- Pero ¿por qué no le decís …?
- ¡Dale!

Lo enfrentamos. Lo saludamos. Nos sonríe y respondemos a su sonrisa, casi verdaderamente. Es alto como nosotros, cuerpo atlético, torax bien marcado. Su pelo es entrecano, cosa que me fascina; siempre tuve fascinación por los hombres entrecanos, Richard Gere por ejemplo. No pienso en un anciano, sino en esos hombres hasta cuarenta y cinco años que presentan tonos grises y blancura en su cabeza. Bien; le decimos que somos una pareja. El nos dice que es versátil; si, pasivo-activo, le gusta penetrar y ser penetrado. Parece ser que uno es más o menos macho, más o menos hombre si es activo o pasivo. Absurdos. El dialogo puede desplegarse y no vale la pena, fuimos ahí a coger no a hacer relaciones públicas.

- Si ustedes tienen en claro lo que sienten, hacemos algo – dijo el hombre mirándome fijamente a los ojos.
- Sí. - le respondió Manuel.
- ¿Y vos? – mi dijo sin dejar de mirarme.
- Sí. – le respondí.
- Vengan acá.

No metemos en un cuartito. Andrés, el ilustre desconocido, regula con un botón la casi nula luz. Me siento sobre la camilla, él se acerca abre lentamente mis piernas, se apoya todo en mí y comienza a besarme.
Fuimos al sauna sin decirnos nada sobre lo que nos permitiríamos hacer y sobre lo que no.
Andrés no deja de besarme, de lamerme el cuello, bajar a mis tetillas. Yo lo beso, lo acaricio, rozo sus tetillas y desprendo lentamente la toalla que lo cubre. Su sexo esta a la deriva.
Se incorpora Manuel, con su pene erecto, por detrás de Andrés, lo toma del cuerpo y lo besa. Le apoya la pija dura, apoya todo su cuerpo en la espalda de Andrés y busca mi boca. Me besa profundamente mientras yo no dejo de acariciar a Andrés.
Varios minutos descubriendo los c uerpos con nuestras manos, de besos, de juntar tres lenguas en una sola boca. Seis manos dibujando geografías en tres cuerpos. Parecería ser todo matemático.
Antes de que viviéramos esa situación, pensé que me moriría al ver a Manuel con otro en una escena así; siempre trágico yo. La verdad fue un baldazo de agua fría a mi mente: no sentí nada.
Andrés me besaba mientras Manuel disfrazaba de latex su miembro tieso para penetrarlo. El primer intento lo hace parado, no puede. Suben a la camilla, yo me apoyo contra una pared y conecto mi boca a la de Andrés, Manuel lo intenta otra vez como un perrito y se le rompe el profiláctico. Andrés despega su boca de la mia y me dice: te quiero coger. Bueno –respondo- .
Bajamos los dos de la camilla, Manuel, que ya tiro el profiláctico, se acomoda abierto de piernas, me toma del cuello besándome profundamente. Siento el miembro cubierto de látex de Andrés, apoyándose en mí, jugando a poseerme. Manuel lleva mi cabeza hasta su verga y comienzo a lamerla, a chuparla, a sentir que me pertenece solo a mí, empieza a gemir.
Andrés me toma de la cintura, me lame la espalda, besa a Manuel y no puede penetrarme, va perdiendo la erección. Se saca el profiláctico, lo tira. Mira profundamente a Manuel y le dice: - Hácelo vos, él te ama demasiado. A veces también la visón de los otros puede ser una equivocación, lo erróneo. ¿ Qué lo hizo pensar que yo lo amaba?, ni siquiera nos conocíamos, o ¿fue quizás lo que le trasmitió mi mirada?
Manuel me penetra, sin forro, como hace tiempo. Mi cuerpo se entrego a él, con la confianza de la idiotez, del absurdo. Toda mi vida cuidándome, sexualmente, para entregarme a la persona más infiel del mundo; ¿qué me hizo pensar que si no se cuidaba conmigo si iría a cuidar con los otros, o con los antes de mí ?. Creyéndole todo, siempre, me entregue completamente a él, en lo sexual.
Me coge sin detenerse. Andrés me besa, sin detenerse, mientras se masturba. Manuel gime cada vez más y acaba a los gritos. También acabo, Andrés acaba. Todo acaba.
Nos cubrimos con las toallas, Andrés sugiere que vayamos a bañarnos los tres.
Bajamos, llegamos a las duchas Andrés y yo. Cae el agua caliente, vuelvo a sentir el agua como una caricia que limpia todo; la mugre interna y la externa. Andrés me besa, me dejo besar. Manuel no aparece. Toma el jabón y recorre mi cuerpo, se siente la voz de Manuel llamándome: - ¿Sergio dónde estas?. En la primer ducha – le respondo. Se mete con nosotros.

- ¿Por qué no me esperaste? – me dice.
- Veníamos los tres Manuel, no se donde te quedaste vos. – le respondo.
- ¿No viste quién esta?
- No. – le contesto y me cuenta del famoso cantante que estaba ahí yirándole a cuanto tipo se le cruzase. Me rió y después confirmo que era verdad, ahí andaba la loquita cantante chupando vergas por doquier.

Andrés nos cuenta que es psicólogo, que también tiene pareja, pero que esta de viaje y le contamos un poco de nuestras vidas. En ningún momento, Andrés, deja de mirar directa y fijamente a los ojos.
Terminamos de ducharnos, nos secamos y salimos del baño.
Andrés se sienta en la barra donde antes habíamos bebido Manuel y yo. Nosotros nos vamos al vestidor. En silencio nos vestimos. Termino primero y salgo. Voy a la barra a buscar las tarjetas de control que dan cuando uno entra. Me llama Andrés:

- La pase bárbaro, sos tan lindo.
- Gracias – le digo sin saber que decir.
- Me das tu celular- continua.

Tiemblo pálido, no quiero mirar para atrás, siento que voy a traicionar a Manuel.

- Eh…sí, no se donde te lo anoto – le respondo, sin saber en realidad que hacer y viendo como Andrés le dice al mozo que anote mi celular. El mozo sabe lo que esta pasando, cómplice sin querer.

Le doy un beso y aparece Manuel, nos vamos del lugar. Antes de salir entregamos la toalla, las ojotas y pagamos lo consumido. Estamos en la calle.

- ¿Qué hacías con el tipo? – me dice.
- ¿Con qué tipo?
- No te hagas el tarado, con el que garchamos.
- Nada, ¿qué voy a hacer?, fui a buscar las tarjetas, estaba ahí y lo salude.
- ¡Hácete el idiota! ¿No le habrás dado tu celular, no?
- ¿¡Qué taredeces decís!?

Tomamos un taxi, recorremos el camino en silencio, como cuando fuimos. Sentía mi pelo húmedo en el frío de la noche, olía en mi piel la amarga impresión de un jabón barato, de horas desperdiciadas. Siento la mano de Manuel tomar la mía, respondo también, pero sin mirarlo, ya es sólo una costumbre.
Llegamos al departamento, todo es quietud. Nos acostamos. Me doy vuelta y me abraza.

- ¿Cómo lo pasaste? – pregunta.
- Bien –le respondo – un copado el chabon.
- Si, la verdad que si.
- ¿Vos la pasaste bien?
- Si. Bueno, dentro de todo, sí.
- ¿Cómo dentro de todo?
- No me gusto que te bese ,y bueno que sé yo, no sé si hicimos bien en ir. –dice como si nada.
- Vos no te quedaste atrás con los besos, después de todo vos querías ir.
- Ya sé, sólo que me puse celoso.

Celoso, otra manera de victimizarse, ¿sabrá lo qué es sufrir por amor?, ¿sentir todo lo que yo sentía?.
Bien, Manuel quería un trío sexual, y lo tuvimos. Lo disfrute, sólo fue sexo; uno más en mis trayectos y no me arrepiento de no haberle dado a Andrés mi verdadero celular.

LA SEÑORITA YO - Cap 9 - Marco



Otra pelea más; ya no soporto ser el espectador de su narcisismo, de su aquí estoy impuesto. No sé, en realidad no sé lo que siento; celos tal vez. Recuerdo que Jacques Cardonne definía a los celos como “el vicio de la posesión”. No sé nada, no deseo poseerlo ni que me posea, sólo que me demuestre un rasgo de interés sin imposiciones. Los celos son un argumento fácil de la vida de relaciones, de la vida compartida, del amor. Son el germen de demasiados sucesos desgraciados. No es el miedo ansioso de perderlo, en definitiva ¿Qué estoy perdiendo?; ¿amor? Tengo demasiado para dar y que me den (no el precisamente), ¿poder? No, nada de poder. ¿Imagen personal o profesional? A nadie cuento de mi relación, es la primera vez que no lo hago.
Me jode que nada pueda ser natural en la vida de Manuel. Absolutamente nada se puede dar sin ser presionado. Estábamos en el Sótano, y como en cada salida nuestra; en las cuales pocas veces nos divertíamos, terminamos peleados. Detesto profundamente a la gente que bebe sin saber hacerlo; esas personas que con una copa ya no saben ni quien son. Bien, Manuel tenía la virtud de ser uno de ellos, con sólo sentir el olor de una bebida alcohólica ya estaba borracho, diciendo idioteces a toda loca que caminaba, encarándose a todos, ignorándome por completo a mí. Yo en un pub, en un boliche o en cualquier lugar gay no era nadie para él.
No lo aguante, mientras bailaba apretado con un tipo que intentaba besarlo, lo saque a empujones del lugar. Él decía no entender nada; como siempre, como cada vez. Yo lo insultaba con la primeras barrabasadas que me venían a la boca, y él las contestaba sin hacerse cargo de nada mientras, lloraba todas sus inseguridades.
En la plaza de Callao y M.T. de Alvear siguió la pelea, lo empujo, otra virtud de él siempre fue sacar mis partes mas nefastas (jamás creí poder insultar a nadie como lo hice con Manuel, jamás creí poder pegar o empujar a alguien como lo hice con él). Trastabilla, esta borracho. Cuando salíamos para el boliche me había dicho: - Mi amor hoy vamos a estar toda la noche juntos, vamos a pasar una noche bárbara nosotros dos. Después del boliche vamos a desayunar. Algo así como ideal. Yo no le creía, sabia que eran todas mentiras; el alcohol jugaría otra vez a ser su enemigo, nuestro enemigo.
Vuelvo; trastabilla, se repone y de su boca sale lo indecible. Digo lo indecible porque siempre dijo las cosas en el momento menos oportuno, como deseando de sobremanera estropear todo. Dijo:- Quiero coger con otro, ¿vamos a un sauna?.
Yo no reaccione. Sólo atine a decirle: - Me voy a dormir, anda vos -. Él con los ojos empapados y mirándome para hacerme sentir culpable dijo: Bueno…
Cruzo Avenida Callao, hace mucho frío, junio trajo el invierno montado en la exageración. Los camiones repartidores de diarios aparecen sobre una Buenos Aires helada. Camino por M. T de Alvear, la calle esta desnuda de cualquier movimiento, mi mente se esparce en imágenes y pensamientos negros. Siento que algo se termina de quebrar en mí. Él se fue a un sauna a revolcarse con el primero que lo mire, y yo lo deje ir. No me importo ni siquiera su borrachera, ni sus lagrimas mentirosas, ni nada de nada. Nada me resulta importante. Sólo quiero caminar un rato, respirar mi aire y sentirme vivo, sentir que estoy bien yo.
El frío comienza a enquistarse en mí, decido caminar solamente hasta Avenida Pueyrredón, quedan cinco cuadras.
Él apareció desde las sombras de la noche como una sombra más. Llegó con pasos muy lentos y me saludó. Yo no lo había visto, es que en realidad era una sombra más. Parecía lindo, pero la oscuridad no me dejaba verlo bien.

- ¿Cómo estas vos? - me dice una voz arriba de un metro noventa y pico de altura.
- Bien, ¿vos? – respondo sin poder dejar de ver y admirar esa masa enorme y negra de hombre que me estaba hablando.

Los hombres de color siempre estuvieron en mis fantasías, supongo que como a la mayoría de las locas. Me atraía el hecho, no sólo del color, sino del tamaño: lo negro significaría algo así como lo prohibido, lo oscuro y el tamaño, supongo que la magnitud de esa oscuridad, su dimensión.
Una pésima idea fue ir e el Sótano, dentro de algunos días no me olvidaré de nada y seguiré acumulando preguntas. Estoy pensando todo demasiado y eso me tortura. Vuelvo al inicio; pensar una relación es hacerla llegar a su final. Es desgastarse más que en su inicio.
Marcos - me dice que se llama- , tiene un resabio de acento portugués en su voz. Tiene 24 años, 2 hijos con una argentina, llego a Buenos Aires a los cinco años y es músico de bossa nova. El arte me persigue, pienso. Hace dos años que es trabajador sexual. Me dice que le gusto, como le debe decirles a todos. Contesto que no pago por sexo, aún no creo necesitarlo; falso prejuicio, ¿por qué el sexo pago esta asociado sólo a las personas de edad mayor? ¿Acaso no es interesante, y hasta divertido, sentirte el dueño de un cuerpo ajeno aunque sea por un par de horas?, ¿sentir qué es tú esclavo sexual?
Sigo mi camino, Marcos me resulto simpático y comprador. Deseo con todo el cuerpo, con todos mis sexos, que me llame y me diga que no me cobrará, ¿Por qué tiene que cobrar? Eso no pasara. En sólo una cuadra pienso en la palabras de Daniel al respecto de los celos; - vos no confías en Manuel, vivís desconfiando y sospechando y eso perjudica la relación entre los dos, sos una especie de Juana la Loca.
Rebato lo que él me dice: - si sospecho, es porque con cada sospecha vino la confirmación, a Manuel lo miro y se que me está mintiendo, y es horrible, nunca me paso algo así. No tengo miedo a que me deje por otro, sólo que me proyecto en otros y él me hace perder la confianza en los otros. Simplemente no creo en él.
Recuerdo que esa vez Daniel me pregunto si Manuel se ponía celoso: - Si – le respondí – es una especie de indígena de las Islas Marquesas, cuando esta borracho se pone celoso, además de yirarle a todo el mundo.
Esa vez, también Daniel, ante mi respuesta me dijo, - déjalo, te va a enfermar a vos - . Lamento no haberlo reflexionado en ese momento. En fin, nunca es tarde.
Llego hasta la esquina y vuelvo. Aparece nuevamente desde la oscuridad.
- ¿Dónde podemos ir - le pregunto –
- En la esquina hay un telo barato, vamos – responde sin darme lugar a la duda.

Llegamos, entramos, pagamos. La habitación esta en penumbras. Voy a bañarme, dice Marcos. Yo me desnudo, enciendo el televisor. Una película pornográfica presenta una mujer envuelta en una panacea de pijas.
Marcos dejo la puerta entreabierta. Veo el perfil de su cuerpo; impecable, inconmensurablemente negro y perfecto. La espuma blanca del jabón dibuja picos nevados en sus nalgas, sus manos lo abrazan, su miembro aparece enorme, desmedido.
Cierro los ojos, estoy en la cama, rodeado de espejos. No quiero verme aún, no me hace falta.
Aparece la enorme mole chocolateada, me sonríe mostrando una perlas muy blancas, presentando una boca que deja de ser boca para convertirse en vicio. Apoyando las manos en el borde de la cama se arrastra hacia mí. Besa mis rodillas, sube con la lengua por mis piernas, se detiene en mi pelvis dejando un surco de saliva. Mientras tanto sus dedos acarician mis tetillas muy suavemente. Ahora la lengua se adueña de ellas. Acaricio su cabeza. Ellos no besan - me dijo una vez un amigo- , consumidor de sexo pago. - Se equivoco, -pensé cuando Marcos entro con su lengua en mi boca hasta hacerme desesperar de placer-
Sólo sé que soy yo en ese instante. Nadie más, ni siquiera Marcos. Este instante es mío.
El beso duro varios minutos, mi boca repleta de su lengua caliente y húmeda, su lengua que baja hasta mi sexo, lo hace suyo; lo besa, lo lame, lo succiona de una forma que hace palidecer mis formas. Voy a estallar. Gira sobre mi sexo poniendo el suyo frente a mi boca. Baja lentamente y me pierdo en el: Chupa mi niño – dice el niño - chupa.
Gime, gime y gimo. Nos desprendemos y se arrodilla al costado de mi pecho; el semen brota sin parar de su sexo y el mío. El blanco líquido le sale como un disparo, no puedo dejar de ver esa pija enorme y negra regalándome la belleza blanca de su contenido. No duchamos y fumamos.
Me dice que quiere más, más sexo. Su pene empieza a erguirse en el cuerpo esculpido, la imagen de una grúa subiendo una torre metálica viene a mi cabeza. Vuelve a besarme, lo hace lento, muy suave. Su lengua acaricia mis labios, los sobrepasa Se mete en mi boca, juega con mi lengua. Su sexo es una daga apoyada en mi sexo. Me siento inútil ante tanto placer; Marcos hace todo. Da vuelta mi cuerpo sobre la cama, lame mi espalda, baja hasta mis muslos; los besa, los viste de saliva. Veo por el espejo su cara perdiéndose en mi cuerpo, haciéndolo suyo. Veo por el espejo como, sin dejar de lamerme, abre un profiláctico. Disfraza su sexo de látex y recubre mi cuerpo con el suyo.
Siento su sexo abriéndose camino en mi cuerpo, mi cara apoyada en la cama observa por el espejo los dos cuerpos pegados. La cara de Marcos sintiendo placer. Siento dolor, siento plenitud. Lentamente se levanta sin dejar de sostener mi cuerpo pegado al suyo. Vuelvo a mirarme en el espejo. Su cuerpo, detrás del mío, se levanta imponente, poseedor de mí. Me excito, me caliento, lo blanco y lo negro, el yin y el yan, la energía de los opuestos. Se mueve, se mueve, me mueve, se sigue moviendo. Se mira en el espejo, me da morbo, le pido que no deje de mirar como me coje. No aguanta. No aguanto. Los gritos de placer y dolor se confunden en el cuarto del hotel.
Suavemente sale de mí. Siento el vacío.
Nos duchamos juntos. Me besa larga y profundamente bajo la ducha. Nos vestimos y salimos del telo. Me da un papelito en el que, no sé en que momento, anoto su teléfono y su correo electrónico. – Llámame vos – dice. Le pago y le digo que si.
Paro un taxi en Avenida Córdoba . No pienso en nada, no quiero pensar en nada; aún tengo marcas y olor a sexo en mi cuerpo. Marcas y olores que me gustan. Ya no tengo frío.
El departamento esta vacío, me acuesto y miro nada. A los pocos minutos llega Manuel:
-¿Cómo estas? – pregunta por preguntar –
- Bien, ¿vos? - le respondo por responder -
- Más o menos, no volví a el Sótano, fui a tomar un café.
- ¿Si?, yo también.
Se acuesta a mi lado y me abraza. Pienso en Borges, pienso en 1964; “ya no seré feliz, tal vez no importa, hay tantas otras cosas en el mundo”.

LA SEÑORITA YO - Cap 8 - Yo: aquel que escribe lo que no dice


Manuel se fue a lo de una amiga, quedo solo en el departamento y agarro el, primer libro que se me cruza; leer puede hacer que me olvide un poco de todo y viva en una frontera entre la desesperación y la libertad, aunque nunca identifique que diferencia existe entre estas. Leo a Gilles Deleuze, una frase me cautiva: “el mundo es el conjunto de síntomas cuya enfermedad es el hombre. Frente a ello la literatura es una empresa de la salud”.. Pienso en la verdad de la frase; una frase pura, sin deslices, integra. La literatura me salva, me rescata de mí, me lleva a otro lugar, lástima que, a esos lugares, viaje siempre conmigo. Revierto mis pensamiento, tambien, a veces, la literatura es sólo una enfermedad, una letal enfermedad; vivir historias de las cuales, nunca, seremos protagonistas.
Me levanto con la taza de café en mano, me acerco al enorme ventanal que da a la calle, veo como cae la lluvia que parece danzar en vaivén animal y sonoro con los adoquines; un ritmo donde deslizarse simula la vida misma. Cada gota, rompe contra el frío desmedrado del cemento hasta convertirse en miles de gotitas, que inmunes a ellas mismas, toman un camino diferente. Algunas se orientan hacia el desagüe más próximo, otras encontraban abierta alguna grieta de tierra y se perderán allí, extasiadas de orgullo mineral en la grieta y las otras, tal vez las más osadas, seguirán un camino difícil de adivinar.
Vuelvo a mí lugar, el lugar de escriba, de escritor, de esa forma de buscar historias que aún no encuentran su forma.
Dejo la taza sobre la mesada de la cocina y vuelvo a la ventana, aún siento temor de sentarme a escribir. Veo un hombre solo, bajo un toldo, que no deja de fumar, parece no importarle el agua que cae torrencialmente del cielo. A su derecha una pareja que seguramente, creo, está discutiendo; el movimiento de sus manos y las expresiones de sus rostros no me hacen imaginar una conversación tranquila. Del otro lado del hombre que fuma, un joven que puede estar pensando nada o buscando la forma de escaparse de él mismo en este día lluvioso, gris, cargado de fatalidades que se saben y no se ven. Es domingo y cualquier suicidio puede ser noticia o normalidad.
Desde que tengo memoria o razocinio; dos formas absurdas de reconocerme en los errores, he vivido para escribir, he visto sangrar mis dedos dejando huellas rojas en el papel, he inventado historias que jamás me han sucedido y hasta me convencí, en algún momento, que era un escritor.
De pequeño escribí poemas que lograban estremecerme, de adolescente cada párrafo de mis cuentos me hacían caminar hacia un delirio que no me resultaba propio. Vivía cada uno de mis personajes al límite; me sentía preso de ellos y me escapaba, pero en cada mirada de los otros volvía a encontrarlos.
Después llego la duda, la maldita duda, ese no saber si uno escribe bien o mal, si uno escribe para uno o para los otros o, si en definitiva, busca el banal reconocimiento de la opinión ajena. Escribo sólo para encontrarme.
Borraba sobre lo escrito y volvía a borrar. La duda radicaba en el inicio, en el como empezar. ¿Debía escribir sin sentido y descubrirlo mientras escribía? o ¿debía darle un sentido antes de empezar a escribir?
Siempre tuve miedo, miedo a la escritura, a escribir lo no dicho por temor a desnudarme frente al mundo. También sentía miedo a detenerme, a no poder seguir, a cortar para siempre mí relación casi onírica con la escritura. El miedo, el temor, las cosas que me circundaban. Cada palabra que no escribía me aproximaba al ahogo.
El miedo, el temor, las cosas que me circundaban, la visión de la vida; el plátano que deja caer sus hojas hacia una muerte segura, la viejita posada en la puerta de un bar; olvidada del mundo por pertenecer a él, esa viejita arropada de negra muerte que espera, espera… espera la monedita que solo la sobrevivirá unos minutos, lo que duren en esas manos que ya no son manos sino pedidos ausentes, salvajes recurrencias.
Mi visión del mundo era no querer ver más, todo me lastimaba, todo me suicidaba.
Cuando quise escribir del amor, no sabia nada de el, cuando supe lo que el era pense en no escribir nada. ¿Para qué escribir sobre lo efímero, sobre lo perecedero? ¿Para qué escribir sobre lo que es sustentado en la base de lo que no será? En definitiva nunca busque amor, si, en cambio, busque a los otros, los vehículos que me llevarían al amor.
Escribir del amor sería caer en lugares comunes, en cosas chabacanas, en pequeños libros de autoayuda barata, que por cierto se venderían por miles pero que a mi me resultarían vergonzosos.
Dejo de ver la postal de lluvia y gente y atiendo el teléfono que no para de sonar. Por el visor, veo que es el número de la amiga de Manuel.

- Hola .
- ¿Qué haces que no atendes? – me dice la vos de Manuel
- No escuche el teléfono – le digo.
- Así que no escuchaste, ¿qué hacías?
- Estaba escribiendo un poco.
- ¿Que escribís?
- Palabras, cosas, después te muestro.
- Bueno en media hora llego mi amor. ¿Preparas la cena?
- Bueno te espero, un beso.
- Te amo.
- Yo también. Chau.

Por teléfono me pregunto que escribo, es la primera vez que lo hace, y por teléfono. Nunca se interesó por saber si escribía o no. Nunca. Aún sabiendo que esa era mi pasión primera, en ningún momento de nuestra relación se vio interesado en saber algo de esto. Nada me sorprende de él. Nada. Lo peor es que ya tampoco me molesta. - Te amo –dijo- y -yo también- le respondí. Me reconforta saber lo fácil que es decir te amo; no cuesta nada, sale fácil y el otro se lo cree, como yo me lo creí siempre. Me estoy acordando de Gonzalo, ahora lo entiendo.
Me siento frente a Paula, le pause ese nombre a mí computadora, me gusta jugar con eso de que es una persona y me escucha. Me gusta pensar que en algún momento, ella me dará una respuesta a mis preguntas.
Me siento frente a Paula, ¿de qué puedo escribir ?, ¿qué historia contar si nada siento propio, no pertenezco a ningún lugar? ¿Cómo contestarme para empezar a escribirme? Este decirme yo, y caer reconocido. No. No puedo. Alguien me leerá y juzgara los escritos; mis letras, mi desnudez, y pueden llegar a condenarlas hasta confinarlas a un incinerador donde morirá la historia y con ella, otra vez, yo.
Tengo miedo; recuesto el cuerpo en el respaldo de la silla, levanto mis brazos estirando las extremidades. Siento no poder seguir.
Preparo otro café y el primer sorbo me vuelve a la realidad dormida; - Estoy solo , siempre estuve solo, sobre esto debo escribir - , ¿sobre la soledad ? Sí, un tratado sobre la soledad; la maravillosa esencia del ser humano, el estar solo, el saberse solo. ¿Cómo empezar entonces?; quizá un diario intimo, una larga reflexión. No importa, se trata de empezar, eso es lo importante. Esta iluminación que me supone ser; satori en este momento.
Vuelvo a la ventana, Buenos Aires se puso gris y gélida como una amante olvidada. Pero lo que le pase a ella es su problema. Pienso, hago intentos de frases. Todo con mi mente, trato de conjugar en presente y futuro del indicativo, sin imperativos, un tiempo que ya no es tiempo, sino apuro.
Nuevamente mi vista se desliza hacia fuera, hacia la gente;¿ Acaso todos ellos no pueden ser una historia, o varias?. Sí, todos son una historia, todos pueden ser parte de esta historia. Debo escribir sobre los rostros de esta gente, sus soledades. En los ojos de las personas uno puede descubrir todo el dolor y el amor que guardan, todas sus miserias. Sus ojos les transparentan un interior próximo a agotarse. Sus ojos son la clave, la visión que debo tener para escribir. Este instante es irrepetible, cada uno de ellos mañana serán olvidos en este tiempo despiadado y poderoso que en un segundo absorberá las historias de sus vidas. Por eso debo escribirlos, debo perpetuarlos, debo crearles una nueva vida.
Regreso a Paula. Mí mente vuela, siento estar en un cuarto muy blanco; muy frío y vegetal. Siento la obligación de darle vida a esa hoja computarizada que aparece infalible ante mis ojos, de ultrajarla en letras. Llenarla de palabras redentoras, signos revelados que le darán origen y le indicarán procedencias.
Estoy solo frente a Paula, como un Dios cansado de hacer milagros, esperando el milagro de su salvación.
Mentalmente vuelvo a esa esquina y sus personas, cierro los ojos y veo nuevamente al hombre que no deja de fumar bajo el toldo, parece no importarle el agua que cae torrencialmente del cielo, la pareja que sigue discutiendo; el movimiento de sus manos y las expresiones de sus rostros no me hacen imaginar una conversación tranquila. También el otro hombre que fuma; un joven que puede estar pensando nada o buscando la forma de escaparse de él mismo en este día lluvioso, gris, cargado de fatalidades que se saben y no se ven. Vuelvo a pensar que el suicidio es un buen principio de domingo. Es domingo y cualquier suicidio puede ser noticia o normalidad.
Pienso en todo ellos como en un intento de violar la sabiduría del olvido, trasnochar lunas que no les pertenecen, transitar la perpetua visión de lo ajeno; sus creencias, el silencio, la nada que en la nada se recrea. Y el vacío, que en su palabra encierra todo lo que significa la vida: el destino y la muerte.
Siento que soy el dueño de esas vidas, siento que les daré mejor vida en mis letras o algo mejor; un escape a sus realidades.
Los veo diferentes, los siento diferentes. Parece que esa esquina es como una antigua morada que a perpetuidad acumula pasado, tan ajena a todo. Pero no hay ausencias ni vacíos, ni siquiera silencios pequeños y tristones; hay voces que la habitan ahora; oscuridades tempranas. Tengo que contar de ese lugar y estas personas, debo escribirlo; inventar e inventarme en cada historia. Lo que yo escriba no me asegurara la gloria que no persigo, ni me reafirmara en mis fracasos, será un intento más de sentirme presente frente a un fantasma; yo.
Definitivamente debo escribir de esa esquina que me resulta un club a la intemperie de gente que no encuentra, que no se encuentra, que ya se canso de buscar, de fracasados, de mis espejos.
Comienzo a brotar en palabras, mis manos vuelven a sangrar y renazco desde mí convertido en letras y silencios. No me importa la cena ni que Manuel regrese.
Afuera la lluvia no hace más que traerme presencias.