jueves, 8 de enero de 2009

LA SEÑORITA YO - Cap 9 - Marco



Otra pelea más; ya no soporto ser el espectador de su narcisismo, de su aquí estoy impuesto. No sé, en realidad no sé lo que siento; celos tal vez. Recuerdo que Jacques Cardonne definía a los celos como “el vicio de la posesión”. No sé nada, no deseo poseerlo ni que me posea, sólo que me demuestre un rasgo de interés sin imposiciones. Los celos son un argumento fácil de la vida de relaciones, de la vida compartida, del amor. Son el germen de demasiados sucesos desgraciados. No es el miedo ansioso de perderlo, en definitiva ¿Qué estoy perdiendo?; ¿amor? Tengo demasiado para dar y que me den (no el precisamente), ¿poder? No, nada de poder. ¿Imagen personal o profesional? A nadie cuento de mi relación, es la primera vez que no lo hago.
Me jode que nada pueda ser natural en la vida de Manuel. Absolutamente nada se puede dar sin ser presionado. Estábamos en el Sótano, y como en cada salida nuestra; en las cuales pocas veces nos divertíamos, terminamos peleados. Detesto profundamente a la gente que bebe sin saber hacerlo; esas personas que con una copa ya no saben ni quien son. Bien, Manuel tenía la virtud de ser uno de ellos, con sólo sentir el olor de una bebida alcohólica ya estaba borracho, diciendo idioteces a toda loca que caminaba, encarándose a todos, ignorándome por completo a mí. Yo en un pub, en un boliche o en cualquier lugar gay no era nadie para él.
No lo aguante, mientras bailaba apretado con un tipo que intentaba besarlo, lo saque a empujones del lugar. Él decía no entender nada; como siempre, como cada vez. Yo lo insultaba con la primeras barrabasadas que me venían a la boca, y él las contestaba sin hacerse cargo de nada mientras, lloraba todas sus inseguridades.
En la plaza de Callao y M.T. de Alvear siguió la pelea, lo empujo, otra virtud de él siempre fue sacar mis partes mas nefastas (jamás creí poder insultar a nadie como lo hice con Manuel, jamás creí poder pegar o empujar a alguien como lo hice con él). Trastabilla, esta borracho. Cuando salíamos para el boliche me había dicho: - Mi amor hoy vamos a estar toda la noche juntos, vamos a pasar una noche bárbara nosotros dos. Después del boliche vamos a desayunar. Algo así como ideal. Yo no le creía, sabia que eran todas mentiras; el alcohol jugaría otra vez a ser su enemigo, nuestro enemigo.
Vuelvo; trastabilla, se repone y de su boca sale lo indecible. Digo lo indecible porque siempre dijo las cosas en el momento menos oportuno, como deseando de sobremanera estropear todo. Dijo:- Quiero coger con otro, ¿vamos a un sauna?.
Yo no reaccione. Sólo atine a decirle: - Me voy a dormir, anda vos -. Él con los ojos empapados y mirándome para hacerme sentir culpable dijo: Bueno…
Cruzo Avenida Callao, hace mucho frío, junio trajo el invierno montado en la exageración. Los camiones repartidores de diarios aparecen sobre una Buenos Aires helada. Camino por M. T de Alvear, la calle esta desnuda de cualquier movimiento, mi mente se esparce en imágenes y pensamientos negros. Siento que algo se termina de quebrar en mí. Él se fue a un sauna a revolcarse con el primero que lo mire, y yo lo deje ir. No me importo ni siquiera su borrachera, ni sus lagrimas mentirosas, ni nada de nada. Nada me resulta importante. Sólo quiero caminar un rato, respirar mi aire y sentirme vivo, sentir que estoy bien yo.
El frío comienza a enquistarse en mí, decido caminar solamente hasta Avenida Pueyrredón, quedan cinco cuadras.
Él apareció desde las sombras de la noche como una sombra más. Llegó con pasos muy lentos y me saludó. Yo no lo había visto, es que en realidad era una sombra más. Parecía lindo, pero la oscuridad no me dejaba verlo bien.

- ¿Cómo estas vos? - me dice una voz arriba de un metro noventa y pico de altura.
- Bien, ¿vos? – respondo sin poder dejar de ver y admirar esa masa enorme y negra de hombre que me estaba hablando.

Los hombres de color siempre estuvieron en mis fantasías, supongo que como a la mayoría de las locas. Me atraía el hecho, no sólo del color, sino del tamaño: lo negro significaría algo así como lo prohibido, lo oscuro y el tamaño, supongo que la magnitud de esa oscuridad, su dimensión.
Una pésima idea fue ir e el Sótano, dentro de algunos días no me olvidaré de nada y seguiré acumulando preguntas. Estoy pensando todo demasiado y eso me tortura. Vuelvo al inicio; pensar una relación es hacerla llegar a su final. Es desgastarse más que en su inicio.
Marcos - me dice que se llama- , tiene un resabio de acento portugués en su voz. Tiene 24 años, 2 hijos con una argentina, llego a Buenos Aires a los cinco años y es músico de bossa nova. El arte me persigue, pienso. Hace dos años que es trabajador sexual. Me dice que le gusto, como le debe decirles a todos. Contesto que no pago por sexo, aún no creo necesitarlo; falso prejuicio, ¿por qué el sexo pago esta asociado sólo a las personas de edad mayor? ¿Acaso no es interesante, y hasta divertido, sentirte el dueño de un cuerpo ajeno aunque sea por un par de horas?, ¿sentir qué es tú esclavo sexual?
Sigo mi camino, Marcos me resulto simpático y comprador. Deseo con todo el cuerpo, con todos mis sexos, que me llame y me diga que no me cobrará, ¿Por qué tiene que cobrar? Eso no pasara. En sólo una cuadra pienso en la palabras de Daniel al respecto de los celos; - vos no confías en Manuel, vivís desconfiando y sospechando y eso perjudica la relación entre los dos, sos una especie de Juana la Loca.
Rebato lo que él me dice: - si sospecho, es porque con cada sospecha vino la confirmación, a Manuel lo miro y se que me está mintiendo, y es horrible, nunca me paso algo así. No tengo miedo a que me deje por otro, sólo que me proyecto en otros y él me hace perder la confianza en los otros. Simplemente no creo en él.
Recuerdo que esa vez Daniel me pregunto si Manuel se ponía celoso: - Si – le respondí – es una especie de indígena de las Islas Marquesas, cuando esta borracho se pone celoso, además de yirarle a todo el mundo.
Esa vez, también Daniel, ante mi respuesta me dijo, - déjalo, te va a enfermar a vos - . Lamento no haberlo reflexionado en ese momento. En fin, nunca es tarde.
Llego hasta la esquina y vuelvo. Aparece nuevamente desde la oscuridad.
- ¿Dónde podemos ir - le pregunto –
- En la esquina hay un telo barato, vamos – responde sin darme lugar a la duda.

Llegamos, entramos, pagamos. La habitación esta en penumbras. Voy a bañarme, dice Marcos. Yo me desnudo, enciendo el televisor. Una película pornográfica presenta una mujer envuelta en una panacea de pijas.
Marcos dejo la puerta entreabierta. Veo el perfil de su cuerpo; impecable, inconmensurablemente negro y perfecto. La espuma blanca del jabón dibuja picos nevados en sus nalgas, sus manos lo abrazan, su miembro aparece enorme, desmedido.
Cierro los ojos, estoy en la cama, rodeado de espejos. No quiero verme aún, no me hace falta.
Aparece la enorme mole chocolateada, me sonríe mostrando una perlas muy blancas, presentando una boca que deja de ser boca para convertirse en vicio. Apoyando las manos en el borde de la cama se arrastra hacia mí. Besa mis rodillas, sube con la lengua por mis piernas, se detiene en mi pelvis dejando un surco de saliva. Mientras tanto sus dedos acarician mis tetillas muy suavemente. Ahora la lengua se adueña de ellas. Acaricio su cabeza. Ellos no besan - me dijo una vez un amigo- , consumidor de sexo pago. - Se equivoco, -pensé cuando Marcos entro con su lengua en mi boca hasta hacerme desesperar de placer-
Sólo sé que soy yo en ese instante. Nadie más, ni siquiera Marcos. Este instante es mío.
El beso duro varios minutos, mi boca repleta de su lengua caliente y húmeda, su lengua que baja hasta mi sexo, lo hace suyo; lo besa, lo lame, lo succiona de una forma que hace palidecer mis formas. Voy a estallar. Gira sobre mi sexo poniendo el suyo frente a mi boca. Baja lentamente y me pierdo en el: Chupa mi niño – dice el niño - chupa.
Gime, gime y gimo. Nos desprendemos y se arrodilla al costado de mi pecho; el semen brota sin parar de su sexo y el mío. El blanco líquido le sale como un disparo, no puedo dejar de ver esa pija enorme y negra regalándome la belleza blanca de su contenido. No duchamos y fumamos.
Me dice que quiere más, más sexo. Su pene empieza a erguirse en el cuerpo esculpido, la imagen de una grúa subiendo una torre metálica viene a mi cabeza. Vuelve a besarme, lo hace lento, muy suave. Su lengua acaricia mis labios, los sobrepasa Se mete en mi boca, juega con mi lengua. Su sexo es una daga apoyada en mi sexo. Me siento inútil ante tanto placer; Marcos hace todo. Da vuelta mi cuerpo sobre la cama, lame mi espalda, baja hasta mis muslos; los besa, los viste de saliva. Veo por el espejo su cara perdiéndose en mi cuerpo, haciéndolo suyo. Veo por el espejo como, sin dejar de lamerme, abre un profiláctico. Disfraza su sexo de látex y recubre mi cuerpo con el suyo.
Siento su sexo abriéndose camino en mi cuerpo, mi cara apoyada en la cama observa por el espejo los dos cuerpos pegados. La cara de Marcos sintiendo placer. Siento dolor, siento plenitud. Lentamente se levanta sin dejar de sostener mi cuerpo pegado al suyo. Vuelvo a mirarme en el espejo. Su cuerpo, detrás del mío, se levanta imponente, poseedor de mí. Me excito, me caliento, lo blanco y lo negro, el yin y el yan, la energía de los opuestos. Se mueve, se mueve, me mueve, se sigue moviendo. Se mira en el espejo, me da morbo, le pido que no deje de mirar como me coje. No aguanta. No aguanto. Los gritos de placer y dolor se confunden en el cuarto del hotel.
Suavemente sale de mí. Siento el vacío.
Nos duchamos juntos. Me besa larga y profundamente bajo la ducha. Nos vestimos y salimos del telo. Me da un papelito en el que, no sé en que momento, anoto su teléfono y su correo electrónico. – Llámame vos – dice. Le pago y le digo que si.
Paro un taxi en Avenida Córdoba . No pienso en nada, no quiero pensar en nada; aún tengo marcas y olor a sexo en mi cuerpo. Marcas y olores que me gustan. Ya no tengo frío.
El departamento esta vacío, me acuesto y miro nada. A los pocos minutos llega Manuel:
-¿Cómo estas? – pregunta por preguntar –
- Bien, ¿vos? - le respondo por responder -
- Más o menos, no volví a el Sótano, fui a tomar un café.
- ¿Si?, yo también.
Se acuesta a mi lado y me abraza. Pienso en Borges, pienso en 1964; “ya no seré feliz, tal vez no importa, hay tantas otras cosas en el mundo”.

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