sábado, 31 de enero de 2009

LA SEÑORITA YO - Cap. 15 - Soliloquio del hombre que no espera


Toda confesión obedece a una culpa, al no decir lo que nos libera de nosotros mismos - pienso mientras llego al departamento, luego de haber pasado buena parte del día caminando, leyendo, escribiendo, recordando, luego de haber cruzado mis ojos con los de la anciana de mano extendida, que sólo me trajeron las imágenes de la piedad y el dolor, luego de haber visto caer algunas de las ultimas hojas de los plátanos de la plaza. Llueve como cada vez que muere alguien.
Giro la llave que me dará entrada a mi estar. Entro. El departamento es como una inmensa caverna; frío y atemporal. Siento consolidar un destino intranquilo y cerrado. En la habitación, un espejo pende sujeto del techo: refleja no muestra nada.
Me recuesto en la cama, inmensa cama, solitario desierto de algodón. El cuerpo yace en una cama. No tengo ganas de nada.
Espero, observo cada pared blanca del cuarto, ese espacio por el cual opte como último reducto de vida. O muerte, no sé bien, estoy en una búsqueda. Sólo veo, sólo siento vació blanco, ese indecoroso material de ruinas.
Cierro los ojos, una voz me ordena que escriba, que continué buscando el origen de esas personas, en aquella esquina, en aquel día lluvioso, como hoy. Buscar un nexo que me conecte a ellos.
No es tiempo para escribir, estoy cansado.
Observo mi interior, cierro nuevamente los ojos; recorro mis restos, la sangre abyecta, la nostalgia de abril, el fervor muerto y escapo. Indefectiblemente escapo. No quiero saberme ser. ¿Cuál es el sentido de llegar a conocerse?.
Pienso, dilato la mente y esfumo cualquier tentativa de encontrarme. Siempre pienso, en definitiva, para escapar de mí.
Me siento en los límites de la cama, los pies apoyados en la alfombra no temen al frío, el frío les teme a ellos, como lugar común, como costumbre. El frío es un estado del hombre y su dolor o su cobardía. Estiro los brazos, refriego los ojos y la miro a ella; quieta y dormida en el rincón. Hablo con ella:
- Mira Paula esta lloviendo, me gusta cuando llueve. La lluvia tiene ese efecto de traer a memoria cualquier nostalgia que teníamos dormida y eso puede ser esencial en mi escritura ¿ no ?. Recuerdo cuando era chico y veía desde mi cuarto como el agua del cielo penetraba la tierra; ¿no te parece una unión maravillosa?, lo divino y lo terrenal. Si hasta puedo sentir el aroma de tierra mojada o el frío de mis pies descalzos caminando por el pasto del parque. ¿Sentís cuantas memorias se acumulan Paula?; veo los pétalos llorosos de las violetas de los Alpes alegrando el quincho, escucho la voz, la voz, por momentos, atormentante de mamá llamándome para comer. ¿Tanto tiempo paso? ¿Tantas edades envejecieron a mí lado? Esta lluvia cada vez más fuerte. ¿Qué puedo hacer?, debo hacer algo, no quiero pensar, no quiero. Debo romper con todo lo que encarcela mi ser, debo romper todo.


Me asusto, cada vez que me descubro hablando con Paula, porque nunca contestara, igualmente le di nombre, forma que encontré para personalizar lo imposible. Si la nombro ella existe.

- Sabes Paula hoy empecé a escribir para el concurso, sí, estoy contento. No sé más que eso, pero hoy los dos tenemos trabajo. Voy a inventarles la vida a las personas que vi en esa esquina ¿Qué te parece? ¿Eh? ¿No te escuche? Esta bien, no digas nada. No importa. Nunca decís nada.
Releo algunas cosa que escribí hoy y no me convencen: “la verdadera naturaleza del hombre es la soledad”. Me dan miedo estas palabras escritas. No puedo escribir, camino hacia la ventana, aún llueve.


Vuelvo a Paula: Podemos planearnos un camino, marcarnos un trayecto y podemos dejar abierta la posibilidad de conservar un espacio vacío para la novedad, la mutación. No hay recorrido que no empiece con el tiempo, que no deja de ser un tirano, una novedad o un dolor.
Preparo un café, vuelvo: Ese impulso que lo dejo habitado en sí mismo, solo, roto, desintegrado. Mirando como cae esta lluvia que no hace más que palidecer sus horas. –No sé –– ¿no estaré condenando lo que no merece condena? ¿Quién soy yo para abrir un juicio así? Nadie. Dudo, , debo rever este párrafo.
Continuo, ahora con un dialogo: yo no cedo, no me intimidas. Si en algún momento pensaste que te necesito para vivir estas equivocado, muy equivocado. Mis medios son hartos suficientes para seguir. - ¿Entonces? – dijo Manuel. - ¿Entonces? – responde Sergio - Conoce otra gente, otros hombres. Rearma tu vida ¿Qué? ¿Te asustan los plurales? ¿Y qué crees que hiciste hasta ahora?. Tené amantes... pero, sabes, sobre todo sé un hombre, invéntate una vida y cuando la tengas, no la dejes ir. Pienso en el error de esta conversación, en cuantas veces cedí por amor, cuantas veces me encontré intimidado por amor.


Descanso mi desesperación. Me tomo un tiempo para acusarme, me recuesto nuevamente en la cama, no puedo parar de pensar y de verme para atrás. Miro a Paula; estéril aparato.
A la mente viene todo y todos; Manuel y si idiotez, los tríos sexuales; todas las veces que en el sauna nos entregamos al cuerpo casual, y causal, para solventar caprichos del hombre solo. El macho cabrio del ascensor, el sexo pago con Marcos, la posibilidad de rearmar una historia y rearmarme en ella con Juan Ignacio. Y además Matías, el masajista de Palermo y nuestro bacanales sexuales, Fernando gimiendo arriba de mi cuerpo cada vez que su novio viajaba, el otro Matías que dudaba de la fidelidad de su pareja y, como dudaba, se acostaba conmigo, y ¿si su pareja realmente le era fiel?. Viene a mi mente Fabián con quien todos los jueves pasábamos dos horas degustándonos los cuerpos. Fabián también estaba en pareja, era como el amante perfecto. Me daba morbo acostarme en la cama que él hacia el amor con su pareja. Cuando me canse de Fabián le dije simplemente una cosa:-Fabi me separe de mi pareja-, nunca más volvió a llamarme. Y así pasaron muchos, demasiados; Benjamín, el pequeño de veinte años, otro idiota que se enamoro de mí y tampoco volví a verlo. No recuerdo todos los nombres, aunque si, todos los cuerpos. Todos los rostros, todos dejaron alguna huella en mí. En un momento me di cuenta que Manuel era sólo uno más, pero en continuado.
Viene la voz de mi madre “Sergio…, Sergio, ¿venís? ,apurate que la cena está lista!, ¿ Estas escribiendo?. Mi bebe hermoso serás un gran escritor, ahora vamos a ir con tus hermanas a a pasear. ¿ Quiere más comidita mi amorcito ?. ¡No, no, no; no quiero nada!, ¡Dios, voy a enloquecer!. ¿Por qué , mí madre, paso toda su vida esperando de los otros?. Esperando al mal parido de su esposo, esperando mi éxito como escritor. ¿Por qué mama cargaste en mi mochila todas tus dudas, todos tus sueños?. Daniel siempre me decía: - Vos tenes algo sin resolver con tu madre, una especie de una simbiosis incestuosa algo así como la tendencia a seguir ligado a ella y a sus equivalentes; o sea tu familia, con la que no podes descargar ni compartir el insoportable peso de la responsabilidad, la libertad y la conciencia. En tú familia, o mejor dicho en tu madre, siempre buscas ser protegido y amado en un estado de seguridad, estado que pagas con el cese de tu propio desarrollo personal.
El recuerdo de mi madre siempre presente en este mundo que deseo y es no saber nada. Me duelen los ojos de verme y no hallarme en tanto dolor, arrancaría mis ojos enrojecidos, incapaces de elegir correctamente alguna vez.
Me incorporo, releo lo escrito: siempre guardó, en su interior, un motivo para despreciarlo. Paso su adolescencia pensando la forma en que podría hacerlo sufrir para así poder retribuirle todo el mal que le había hecho. El era su padre. Su eterno verdugo.
Pienso en mi padre, sólo es sinónimo de inexistencia. Sólo existe la nada.
Literariamente me gusta; contiene forma, pero no sublima el odio que el personaje siente por su padre. Me pregunto si un hijo puede odiar tanto a uno de los seres que le dieron vida, más allá del dolor que este le causó. Me respondo que si, y aunque no quiero leer más, ya que todo me lastima, continuo.
“… no puede dejar de pensar que el lugar del olvido es uno mismo. Que uno no se traslada y olvida, sino que traslada los olvidos y estos, una y otra vez, lo encuentran y lo habitan. No, no hay lugar que sea olvido. Su desprendimiento del mundo lo acompaña; la soledad, el saberse solo, sentirse solo, ajeno a él.
No hay lugar que no sea olvido, que no sea olvido. Me gusta lo escrito, siento que soy un poco yo, me siento próximo a esta definición que me viste de soledad. Busco otro café y enciendo un cigarrillo. Me siento frente al espejo, aspiro una bocanada blanca y me veo. Me aquieto.
Miro al espejo como una maldición que me refleja y castiga con una severa sanción destinada a crear en mí un monstruo rodeado de olvido"

- ¿Cuántos puedo ser frente al espejo?; ¿el bebe qué llora por comida?, ¿ el niño qué escucha el nocturno llanto de la madre sin entender qué pasa ? ¿Quién soy frente al espejo?; ¿El adolescente que observa la lluvia esperando el castigo de la voz materna? ¿ o aquél que se enamoro y fue despojado de todo lo que lo unía a él mismo?


Todas las multiplicidades me aparecen, disfrazada en el misterioso poder de las palabras, de las letras, de lo escrito como metáfora de cualquier afirmación.
Siento ser aquel que llego buscando cuerpos que arrasaron con el mío, la huella del pecado marcando mi piel. Sigo siendo el que envejece en cada palabra escuchada, en cada dolor visto, sigo siendo este que escribe sin encontrar el sentido a sus letras.

Miro a Paula.


- Nada de esto es ajeno a mí, Paula, nada. Miro afuera y nada es extraño; la gente persigue con el mismo encono al amor y la soledad, que son formas de lo clandestino, de lo prohibido: cuando más afuera estemos, mayores son las posibilidades de estar solos, de sabernos solos y nada más desesperado y bajo que creer salvarnos por el amor o en el amor.


Rió, las carcajadas retumban en una atmósfera de blanco aséptico, de tolerancia encerrada en miedo. Me aparto del espejo. Decido no acabar con el café y servirme alguna bebida dulce mezclada con vodka. Bebo la mitad del contenido.
Me siento nuevamente frente al espejo, me digo:

- ¿Y señor escritor, ya sabe quién es? Puede ser que sea una reveladora ambigüedad, un ser despreciable y deseable, una victima del amor o su caricatura. No, mejor una prostituta dentro de un circulo donde se aflojan los lazos que hacen intocable su cuerpo, eso; una puta o un hombre, ¿no es acaso lo mismo?, un hombre seductor que se encierra en sí mismo porque lleva dentro una mujer como instrumento de su vanidad y de su angustia. Así me reprimo y me guardo Paula, me guardo en un ataúd de nácar y poesía.

Rió. Nadie me ve; es sólo mi sombra, un caballero andante, un fantasma, un naufrágo de ese mar uterino que deseo.

- Nadie me ve Paula, soy mi verdugo y mi victima, estimulé mi crimen y me condene al desamor.
Bebo la bebida que queda en la mitad de un vaso a medio llenar, o a medio vaciar; ¿importa a caso? Siento la anulación de todo lo dicho porque no sé si creerlo. Ya nada me convence., acá estoy Paula, abierto en las ruinas del amor tan lejano, entregado a la locura, en la oscuridad de mis certezas. Anochece Paula y llueve, y en el aliento de esta noche inmensa, me volcaré a la escritura, a aniquilar mi silencio interior y lo que creo cierto.


Despejo cualquier intento de sentirme bien. Espío por la ventana un exterior cada vez más desconocido, cada vez mas tenebroso. Buenos Aires es la ciudad que me invento y que reinventó; la ciudad del absurdo, que bordea siempre cualquier limites, hacia cualquier abismo. Es la ciudad que te da el empujón al vació; esa caída libres de las imposibilidades. Buenos Aires nos mata y resucita en cada uno de los jirones y auroras en que nos convierte. En ella soy, al ser otro, el deseo de ser presencia en la mirada que me falta.


- Vértigo Paula, vértigo es lo que siento. Pero no. Porque también tengo ganas de salir. ¿O no? Si salgo, ¿que encontraré? ¿Mis historias son las historias que quiero contar? Podría estar caminando, ahora, entre esas personas, entre tantos hombres, sin embargo me quedo acá, observando tu torpe indiferencia, tú dejadez.

En definitiva ¿qué tiene para decir la gente? Nada. O mejor, pensándolo bien, mucho. Claro, eso es el miedo que siento, miedo a lo que digan, o lo que yo diga de ellos al escribirlos. Dirán algo, ¿alguna vez sabrán que les invente una vida?, Siempre te dije que los dos extremos eran terribles. ¿No te parece?.

Me recuesto en la cama, boca abajo, ladeo la cabeza hacia la computadora:

-¿No preguntas por qué son terribles los extremos? No importa, pero imagínate si nadie tuviera nada que decir... ¿ cómo vos, sin ir más lejos, qué esperas todo de mí, no?. Claro que esperas todo, hasta el silencio que, a veces, es otro desacierto. Ahora me callo, ¿Soportarías que me calle?

Sólo hay silencio; una habitación blanca. Un espejo, mí cuerpo despojado y tirado sobre un desierto de algodón con mis dudas y creencias, la creación dando paso a la destrucción.
Se que elegí la soledad como ultimo refugio; esa soledad del intento que no fue enfrentado: ¿hay otra soledad? ¿Existe el triunfo sobre sí mismo? Yo no sé nada de lo que quiero saber.

- ¿Sabes que pensé Paula? empezar hablando del Kairos. Sí... ¿te sorprende? El Kairos es el tiempo cualitativo de cada ocasión, ¿qué te parece?. Todos, hasta vos, experimentamos esa sensación de que llego un momento, digo, el momento de hacer algo, que ya estamos preparados para tomar un decisión .¡Claro!, eso es lo que me falta; la decisión a tiempo, la inmediatez del momento.

El Kairos y el sentir; ese momento que no puede ser, que no debe repetirse. Un instante en la vida, es sólo un instante. Pienso acostado buscando un indicio; quiero sentir gozarme de mí, encontrarme. No quiero salir a la pequeña terraza, aún llueve.
Curo mis falsos pudores; no siento temor, estoy en mí, mi caverna lo que habito: YO. Miro la habitación despojada de movimiento; blanca y estéril. Doy vueltas en la cama, dejo de pensar, deseo sentir, deseo desear. A veces pienso que en la vida todo lo necesario existe, es real, es creado. Luego pienso sobre lo pensado como lo imposible, algo eterno y dudoso en el devenir. Mejor que lo necesario pueda ser inventado y ahí salir a la vida; como el amor o la soledad.
Creo que mi memoria me abarca en una línea infinita de existir o no existir. Soy un interino reflejo en la existencia del otro, apariencia continua de éste, un mundo falso. Un modelo finito de existencia y silencio que alguna vez creyó ver el mundo desde arriba como un universo errante, bastión de nada.
Cuando pienso que lo necesario existe lo vivo como una innecesaria contrariedad.
Sé del tiempo; el que no tengo o el que recuperé en todas las edades que me han abandonado, y le digo a Paula: - Este momento, la inmediatez de este instante. Pero a ¿quién le hablo?, a una estúpida computadora, a una máquina barata que espera mi orden para tener vida. ¿No iban a dominar el mundo ustedes?! ¿Eh!?. Mírate; estática, triste y lo peor, inmune a todo lo que pasa a tu alrededor. Todo lo que sabes es porque yo lo meto dentro tuyo, en tu memoria, que no deja de ser la mía !.... ¿¡Ves cómo me necesitas!?.


La miro por el espejo, la miro y me ve como ella está: apagado, triste, inmune. El espejo sigue reflejando, sigue sin mostrar nada.
Insulto, rió y lloro. Vienen a mi mente mil imágenes, sensaciones de muerte despiertan mis sentidos. Vuelo; hay ensueño refugiado en un cello, palabras derramándose por las manos y los amigos como metáforas de otros refugios que se inventan. Veo un cuadro mostrando una paloma muerta y un niño que llora el vuelo que nunca será vuelo. Y deseo otro tiempo, el olor a roca que despiden las sierras, la tibieza del abrazo en la llegada, el dulce beso que disimulaba una espera, las bellezas que caminan sin destino sólo sabiendo que hay un lugar.
Otro tiempo; el refugio que me regalaba la luna haciendo el amor con las estrellas en un acto de sublimación infinita, buscándose como todos. Deseo otro cuadro: una paloma alada perdiéndose en el horizonte y un niño que ríe en un mar de ternura.
Empiezo a saberme, a sentirme otro. Pongo música, mi yo se desvanece, se adormece en el llanto de Piazzolla. Mi yo se enjuicia en un tribunal ilógico, sometido al miedo de la verdad; al roce desnudo del cuerpo escondiéndose en la cama, el agua fría de la manguera taladrándome los pies, ya mojados de esperas. Tiempo elástico, casi como la intensidad de lo nuevo.
Cuantos libros se me han acumulado, trayéndome memorias y presentes, jugando solitarios tras letras, música de dioses, remansos de esperanzas.
La música me absorbe. ¿ Para que olvidar – me digo - que soy un pasado, un trozo de tierra natal, un acontecimiento amoroso, una poesía que escapa en la visión o tentativa de ser palabra ?. Ahora soy un poco de mi mismo, un sueño sin despertar, un anónimo que goza y se pierde en el protagonismo de otros. Soy un alma errante que viaja sin saber donde.


Quería hablar del tiempo, pero mis horas no pasan, son inútiles y desmedidas. Mueven sus minutos quietos tras el cristal del reloj. No pasan. No abren senderos, no destilan amaneceres, no aparcan en la noche. Las horas no pasan; hay quietud a veces, soledades otras veces. Quiero hablar del tiempo pero el tiempo no responde a ningún nombre. Creo que las horas son exilios; respiros de vida que creemos necesario.

- ¿Sabes qué deseo, Paula?, quedarme aquí dentro mío, sentir los limites del cuerpo, señalarles un orden. Sentir que el horizonte que me enmarca no conoce verticalidades en el alma. Deseo desear que sigo vivo, que se respira lavanda en mi comarca y las hojas del plátano siguen aun verdes en todas las estaciones. Si, deseo quedarme aquí, dentro mio; ver que el cartero se va, matando al remitente, creer que la ausencia que me empaña, toca la puerta y se aleja, sentir que las flores crecen aun bajo el manto níveo de julio. Deseo el silencio como preludio nocturno, dejar que pasen las horas, este tiempo de inútiles espejismos.

Leo una oración que escribí: Ese día entendió que sí, que todo era posible, hasta buscar la propia muerte en el amor. Siento que lo escrito me envejece, me condena, como condeno al personaje por algo que no se sí hizo.
Me levanto para ir a la cocina. Desde la puerta de cuarto veo la figura de un Cristo imponente, doliente, temeroso. Cierro los ojos ante el espanto de la cruz sosteniendo un cuerpo que siente propio.
Camino dejando detrás mio la imagen crucificada de mí vida. El pasillo es un largo sendero que culmina en puertas vaivén, tengo miedo. Lentamente me resiento; las piernas me pesan y los ojos se convierten en irrespetuosos manantiales de pesadas gotas.
Sé que atravesando esas puertas todo en mi envejecerá más; allí no hay nadie y es como enfrentarse al sinónimo de la crucifixión. Apoyo las manos en las puertas, que van y vienen, las atravieso y la metamorfosis es inmediata: la espalda encorva hasta sentir el peso de la cruz, las manos se surcan de sendos caminos azules transitados por la sangre fría, los ojos empequeñecen en una mirada húmeda y añeja, la piel pierde el brillo adolescente y la voz escapa tras balbuceos. Camino lento, muy lento. La mente ordena al cuerpo que no se detenga, detenerse sería caer. Mi cuerpo, que no es el propio pero lo siento así, busco la bebida e intento volver a la habitación.
Me recupero, me nazco nuevamente. Seco los surcos que me abarcan las mejillas. Bebo. Bebo y hablo con Paula, objeto inanimado que se transformo en compañía.

- Sabes Paula quiero por un instante abandonarme, deseo no llevar la muerte encarnada en las espaldas de esta leve vida. Sentir que alguien brindo por mi; sin razón aparente, sin condición ni sentido. Quiero curarme del tiempo con todas mis letras; mostrarlas, cantarlas, tirarlas al viento, regalarlas al mar. Ya he pecado bastante sintiendo que el deseo no estaba en mí; muy dentro, muy profundo, imperceptible esperaba la ejecución que olvide, ese rumor de ausencia, permanente búsqueda. Quiero que el deseo me contagie amaneceres, quiero correo vestido de deseo, de esta carencia que siento necesaria. Y volver, algún día volver, a las fuentes, al líquido, al mar uterino de mi madre regalándome la vida.

Me siento frente al monitor; ya no lloro, no tiemblo. Mis manos acarician seguras el teclado:

“Aquí estoy envuelto en hojas de destierro, y en mi saber no me apiado del espejo que muestra los límites. Escribo la vida de estos, que no dejan de ser mis fracasos, pero me acercan al triunfo de sentirme vivo. Añoro el destierro que vuelve a oscilarme, adoro su incertidumbre y sus no que me regalan desafíos y plegarias. Adoro el dolor que contamina mi mente, como adoro nacer y volver a matarme"

Sigue lloviendo. La lluvia, el agua, tienen esa maravillosa virtud de lavar todo.