jueves, 1 de enero de 2009

LOS ENANOS, de Harold Pinter


Como todas las obras de Pinter, en Los Enanos, prima el dialogo asomado y arrojado en un lenguaje profundamente arraigado a la desnudez de la condición humana.
Harold Pinter, Premio Nóbel de Literatura 2005, deslumbra en esta magistral obra escrita en la inverosímil Londres de la década del 50 donde sus tres protagonistas se cruzan desopilantes diálogos que no tienen sentido en si mismos, sino que forman parte de la historia de la micro-sociedad encarnada por sus protagonistas.

- ¿Qué tienes contra Jesucristo?
- Esa fue una bola bien agresiva.
- ¿ No la puedes jugar?
- ¿ Con qué empresa trabaja él ?
- Trabaja por cuenta propia.
- Ah, si –dijo Mark-, él recibe apuestas allí en el canódromo, ¿verdad?


Conversaciones contenedoras de un lenguaje propio, escapando a toda regla, desajustando cualquier lógica. La exploración de la naturaleza humana como origen y final, con la intuición de un no saber que desempeña un papel fundamental.
Dos hombres y la llegada a sus vidas de una mujer; ¿tres amigos? ¿dos amantes? ¿tres desencuentros?.

Pinter alumbra y oscurece en esta novela que durante mucho tiempo y sin conciencia se hallo olvidada desde un olvido inolvidable.
La excelencia de su prosa merece en si un análisis adicional.

Agradecimiento: Editorial Losada/Gabriela Pommy (Prensa) Corrientes 1551

LA SEÑORITA YO - Cap 5 - Manuel y yo




El Río de la Plata se presenta como un suburbio de agua y lodo. Hace casi seis meses que estamos juntos. Gonzalo quedo atrás después de la separación, como queda todo lo que fue una urgencia, en el otro, en mi. Estamos en la terraza del barco, el sol se siente tibio sobre la piel. Nunca pensé que Gonzalo me insultaría al decirle que quería terminar con la relación. Luego de algunas semanas volvió a hablarme. Lo mismo había pasado con Gustavo; con el que conviví cinco años, hasta que un día sentí que no ocupaba el rol de pareja sino de padre, y yo no tengo sexo con mi padre. Cuando plantee la separación, lloro mucho. Nunca pensé que así sería. Yo también llore mucho; viví todo como un fracaso, sin dudas la culpa no es de uno, es de dos y de a dos, no se debería llegar al fracaso, por lo menos a las recurrencias. A las pocas semanas de separarnos, Gustavo, se fue a vivir a España. Quede en el departamento con la soledad cayéndome en el cuerpo y en el corazón. Sólo estuvo seis meses y regreso con toda la intención de recuperarme. Mi felicidad al verlo contrarresto con mi negativa de volver con él. En ese momento se desato el caos; me dijo que nunca sería mi amigo, que no podíamos vivir juntos, etc, etc, etc. Dos días después me mude a un departamento de unos amigos, lugar que se convertiría en el reducto de mil historias. Durante muchos meses me odio con la misma intensidad que decía haberme amado. Me encontraba en un pub o boliche y me insultaba. Nunca entendí esa actitud de un hombre como él. Un domingo, ese día que suele ser el indicado para encontrar la muerte, Gustavo vino al departamento, fuimos al cuarto y llorando, nuevamente, me pidió disculpas por todo. Ahí fue el final de nuestra relación y el inicio de una amistad que duraría siempre .
Manuel me pregunta si me gusta navegar. Le respondo que sí, que siempre que puedo lo hago. Antes me gustaba ir solo, tomar el barco comedor, que tenia un recorrido de cinco horas por todo el Tigre, y sentarme en sus mesitas a escribir enmarcado en ese contexto de agua y verde, siempre en primavera o verano.
Me dice que se siente feliz conmigo y que me ama. Tengo el mismo sentimiento.
Algunos niños juegan mientras sus padres pierden la mirada triste en el río ¿estarán arrepentidos de la vida que eligieron? Frente a nosotros, otra pareja gay; hombres maduros. Se dicen todo con la mirada. No puedo dejar de mirarlos sin pensar en todo, sin pensar en ellos. ¿Cómo y cuándo se habrán conocido?, ¿cuánto hará que están juntos?, ¿él, lo amara a él? Y el otro él, ¿amara a ese él?
Lo miro a Manuel, la cara levantada orientada al sol con los ojos cerrados, debe sentir la caricia de la tibieza, debe buscar la calidez del astro. ¿Deseará las manos mías, en este momento, acariciando sus temores? Lo miro proyectando todo, me mira y sonríe. Acaricia mis manos sin importarle nada. A mí tampoco, no sé si alguien nos mira, no sé si somos parte colorida del paisaje o generamos rechazo a los otros. No importa; este momento es nuestro y de nadie mas. Si hay espectadores que no les gusta la situación, que no miren, a nadie hacemos mal.
El sol empieza lentamente a bajar, en un rato se perderá en un horizonte de agua; llegamos a puerto. Los niños bajan como si hubiesen estado encerrados mucho tiempo, corren a tierra, los padres gritan por miedo que caigan al agua. No reímos, nos reímos mucho. Compramos algunas cosas para el departamento y el tren que parece pertenecer a una película de animatics nos regresa.
El atardecer se presenta cálido. Llegamos al departamento, nos duchamos y vamos a Palermo; al mismo bar donde fuimos la primera vez. Seguimos charlando, los temas nunca se agotan. Y nos reímos, nos reímos mucho. La risa nos rescataba de todo, es como una terapia personal y secreta .Siempre tuvimos la virtud de reírnos mucho; de nosotros, de las situaciones que vivíamos, de los otros sin ser irrespetuosos. Nos reíamos de las formas preestablecidas, de esas formas sociales que nunca son formas, sino prejuicios.
Claro que la risa suele ser, muchas veces la antesala de lo no entendible, de lo que nos da miedo, de lo que nos calla. De todo lo que creemos lógico y certero.
Estábamos en el mismo balcón, riendo. Manuel se pone serio de repente, de golpe. Le pregunto si le pasa algo y me cuenta de su viaje a San Juan, un mes atrás.
Cuando él viajo a San Juan, una semana, lo extrañe muchísimo. Viajaba por trabajo y esos días, para mí, fueron años. Durante los primeros tres días no recibí llamado, ni mensaje alguno. No sabía en que hotel estaba ni nada. A veces, no entender nada hubiese evitado tantos malos momentos. Otras hacerme el desentendido hubiese resultado ideal. Después de cuatro días me llama diciendo que en unas horas sale para Buenos Aires, que me extraña mucho y que tiene ganas de estar conmigo. Aun recuerdo su regreso; hicimos el amor como nunca antes, una, dos, tres veces…¿ será el sexo un estigma del genero o simplemente un icono de propiedad?
Me contó de lo bien que lo había pasado y lo lindo que era San Juan, de su trabajo nada.

- ¿Qué tiene el viaje a San Juan? – le pregunto.
- No fui por trabajo – dice bajando la mirada.
- ¿Y a qué fuiste?
- Antes de conocerte a vos, chateaba con un chico de allá y fui a conocerlo. No sé por qué, a veces no sé por qué hago las cosas. Me invito, yo estaba un poco cansado del ritmo de acá y fui a descansar un poco… nada, no sé por que te cuento… - hablaba todo sin mirarme.

No. No; esto no es una tragedia, sólo una mariquita puede vivirlo así; bien, soy una loca dramática. Ergo: era una tragedia.
Lo que uno puede sentir ante esta situación, sólo se sabe cuando pasa. Mi cuerpo se congelo, mis sentimientos tambalearon y mí mente comenzó a correr agitadamente, como queriendo desprenderse de mi.

- ¿Tuvieron algo? – pregunte como un imbecil.
- ……………..
- ¿Sí? – seguí preguntando.
- Si, tuvimos sexo, pero sólo una vez, después no pude. –me dijo casi en susurros, todo sin mirarme a los ojos.
- ¿Vamos? – dije yo, no soportaba más estar ahí, estar con él. ¿Para qué le dije vamos?
- ¡Para!, ¿dónde vamos?, sentaté por favor. Esta todo bien. Me di cuenta que te amo. Él otro no me intereso, no sé por qué lo hice. Dale no te enojes. Fue sexo, sólo sexo.

Yo estaba parado llamando al mozo. Pagué.

- ¿Te quedas? – le pregunte.
- Vamos – contesto.

Caminamos por una Buenos Aires saturada de malos aires. Vamos en silencio. ¿No vas a decir nada? – me pregunta. No respondo, no quiero hablarle una palabra. Todo lo vivido en este día tiene que ser parte del olvido. Todo fue una gran mentira – pienso – preparo todo el terreno para, a la noche, hacerme atragantar con esta novedosa vejez.
Pensar que estuvo con otro, que manoseo a otro, se beso con otro, cogio con otro; me da nauseas, asco. ¿Cómo pudo llegar de San Juan y acostarse conmigo de esa manera? ¿Como pudo mantener una mentira de una manera tan integra? ¿Para qué me lo cuenta ahora? ¿Necesita hacerme sufrir?. ¿Nunca escucho la frase: ojos que no ven corazón que no siente? ¿Cuál es la necesidad imperiosa de hacerme mierda?
Llegamos al departamento, agarro el bolso y empiezo a tirar mí ropa en el; mi dramatismo suele superar cualquier novela venezolana.

- ¿Qué haces? – me dice.
- Me voy a la mierda – le respondo sin mirarlo.
- No. Vos no te vas. ¿Por qué te vas?. No jodás, dale. Vos no te vas. Te amo, me equivoqué. – todo lo dice llorando, como lo veré tantas veces llorar.
- No me importa nada, no me importas nada – le digo también llorando como lo haré pocas veces.
- Sentaté, hablemos, ¡por favor!, ¡dale! – suplicaba –
- ¿Qué queres decir?

Durante cuatro horas hablamos. En la conversación no cabían mas justificaciones de su parte; que había estado equivocado, que se dejo tentar, que lo entienda, que se entregaría por completo a mí, que le diera otra oportunidad, que me amaba como nunca había amado, etc, etc, etc.
Yo no entendía, hasta ese momento, como alguien que decía amar tanto, podía engañar así. Claro que también las personas, las situaciones y las cosas cambian. No es lo mismo el amor de los diez y ocho con el de los treinta y dos.
Hasta que me supe engañado, creía que el amor, el compartir y el sexo eran de dos personas o de a dos. Nunca había sido infiel y siempre creí conveniente no dudar del otro; en realidad mis otras parejas, de muchos años por cierto, nunca me dieron motivos para sospechar. Hasta ese momento había vivido relaciones amorosamente clásicas y sin conflictos de este tipo.
Mientras Manuel me largaba una catarata de excusas yo pensaba que cuando estuve solo no fui precisamente una monja de clausura; todo lo contrario. Recuerdo que cuando me separe de mi primer pareja, sin haber experimentado nada más que ese cuerpo y queriendo saber de que se trataba todo, le puse ruedas al culo y lo largue por Avenida Santa Fe.
Avenida Santa Fe fue como el foco de la movida gay; locas de todos los tamaños y colores desfilaban permanentemente por ella. Los viernes y sábados cualquier unabomber sediento de explosiones se hubiese deleitado viendo volar plumas luego del estallido. Yo era una de esas locas, hasta me atrevo a decir una de la más deseadas.
Eran otros tiempos, distintas mentalidades; algo así como más tranquilo, más naif. Olvidarnos un poco de todo y de todos, jugar a ser novios con los que nos entregaban una sonrisa y nos regalaban una caricia. Eran épocas lindas, sembradas de creencias en eso que llamábamos amor, de verdes promesas.
Yo tenia novietes a montones, mis amigos temblaban los fines de semana por miedo a que me convierta en una modelo arrojada del balcón, pues desfilaban por el departamento tres de “mis chicos” pensando cada uno que me tenían en exclusiva. Yo era chico, muy chico, inmaduro, muy inmaduro, con todo lo que eso significa. Sin concepción del peligro.
Una vez conocí a un pibe, Marcelo, en un boliche de Recoleta. Él quedo deslumbrado conmigo y yo con él. Hablamos mucho bajo las luces de aquel boliche de la vedette, mientras ella caminaba, enorme, por todo el lugar saludando a todos. Casi al cierre del local, Marcelo me dice: - Vine con unos amigos, ¿te venís con nosotros? - Las fiestas no me van- le conteste. Se río y me dijo que a el tampoco, pero que había venido con sus amigos, con los que salía siempre y se iba con ellos, deseando que yo me vaya con él.
Cuando salíamos del lugar, repito; boliche de una vedette en Recoleta, paramos un taxi y le dicen al chofer que el destino es Retiro. ¿Cómo Retiro?, les pregunto. - Sí, somos de Rosario, Provincia de Santa Fé, ¿no te lo dije?, me contesto Marcelo. Quede en blanco. El color fue cambiando cuando desde la ventanilla del micro en el que viajamos, vi como el Río Paraná aparecía antes mis ojos. Tres días me quede en Rosario, con lo puesto, viviendo setenta y dos horas maravillosas. Historias, sólo historias. Y por cierto yo estaba solo y no le cagaba la vida a nadie.
Buscar la otra mitad es cosa engorrosa, tampoco iba a mantener un amor a la distancia. A Marcelo lo volví a ver un par de veces y siempre la pasamos bárbaro, pero todo lo que empieza termina. Bueno nada, yo no era un santo precisamente. También de esta manera he ido a Córdoba, Mar del Plata, Montevideo, Punta del Este, Río de Janeiro y algunos otros destinos en América y mi hermosa Argentina. Una búsqueda constante.
Claro que Avenida Santa Fe ya no es lo mismo; pocas locas la recorren. Muchas de las de antes se “casaron”, otras se las llevo la vida por querer vivir todo con todos y las históricas, sólo aquellas que sobrevivieron, siguen caminándola, con más años encima de lo que aparentan, buscando un destino que parece no aparecer.
El amor, los amores, en realidad los hombres serian siempre parte de mi vida. Creo que en esa búsqueda mi realidad era encontrar todas mis carencias, todo aquello que me faltaba, pero en otro. Completarme parecía depender de los otros. Repito; muchas veces las realidades cambian, como nosotros, seres humanos y erráticos por naturaleza.
Con Manuel decidimos darnos otra oportunidad, aunque no sé si de estas oportunidades se vuelve, por lo menos yo parecia haber comprado un boleto de ida solamente.
Nada volvió a ser igual para mí; hay dos cosas que me gusta tener en claro con el otro; sentirme respetado y querido y por otro lado sentir que confío. El respeto y la confianza debían reconstruirse y si su idea del amor iba a ser esa, había que trabajarla o terminar definitivamente la relación.
Me sentí cansado y quería dormir. Cuando desperté a la mañana las cosas que había guardado en el bolso estaban perfectamente ordenadas en el placar. Me había dejado el desayuno sobre la mesa de la cocina y un papelito escrito en rojo con la leyenda: TE AMO. Sonreí y creí poder volver a empezar. Nunca nada volvió a ser igual. Si él me miraba con los mismos ojos de siempre luego de haberme traicionado, yo quería sentir el poder de hacer lo mismo: sostener la mirada luego de engañarlo.

La Señorita YO - Cap 4 - Yo


Hace algunos días cumplí 18 años; y el pescado sin vender, diría mi abuela. No conozco nada del mundo; o soy idiota o muy inocente. Estoy en un cuerpo que me resulta ajeno, con un sentimiento que me sabe extraño: me gustan los hombres. ¿Será pecado? No sé que hacer, el infame secreto sólo es compartido con mi hermana y parece ser que deja, ahí, de ser secreto. Todo es silencio y una peligrosa quietud.
Buenos Aires, mi ciudad, tienen toda la magia de las posibilidades. Todo puede darse, todo puede nacer a la vuelta de una esquina. Al menos eso creo.
Es viernes, como cada viernes, saldré de la facultad, caminaré seis cuadras, hasta la parada del 132, y llegaré a casa media hora más tarde. Mamá me habrá dejado la cena lista, Mercedes estará en su cuarto hablando con el novio y mi padre no se donde. Me llamará algún compañero de la facultad para salir y me haré negar o le diré que estoy cansado. Mi mundo se reduce a lo que más deseo: escribir, leer y encontrarme. ¿Tiene sentido acaso la vida sin estas cosas?, ¿qué nos rescata de no tener lo que no tenemos? La pregunta filosófica sobre el sentido de la vida, digo, ¿cuál es el sentido? ¿Hay qué buscar un sentido? ¿O la búsqueda misma es el sentido de la vida? Otra pregunta sería si el suicidio es válido o válida al ser humano. No sé. Aún no quiero saberlo, después de todo, todos necesitamos de quien morirnos.
No sé del amor, pero he leído de el, no sé del amor pero he escrito su contenido como una forma de protegerme ante la posibilidad de conocerlo. No sé del amor y es lo que más deseo tras leer mis letras. Ni siquiera pienso en el sexo, no; el sexo no esta bien, en este tiempo es un jamás.
Salgo de la facultad, camino por una calle que me resulta cualquier calle; se de memoria los caminos que me conducen a mis incertidumbres. Un semáforo me alerta del no debes cruzar, la noche resalta el verde, el rojo y el amarillo del no se puede. Todo puede lastimarme; es como si una alimaña estuviese carcomiendo lentamente mi alma, un alma que busca. Algo ya de joven me inquietaba; la sensación de estar sabiendo que no estaba. Ese no encontrarme me sabia hallado.
Sigo esperando que el semáforo corte su prohibición. Solo basto levantar la mirada y encontrarme con la de él, cruzarme con su reflejo, encontrarme con un espejo de calma, seguridad y una sensación de bienestar apoderándose de mí yo cercado. Sus ojos me miran y los míos bajan hacia la vereda; he perdido territorio, se adueño de mí.
Cruzo rápidamente la calle, no quiero mirar atrás, no quiero detenerme. Vuelvo a sentir que mi pensamiento es hermético hasta el punto de inventarse por sí mismo, sé que hay veces que ni yo lo entiendo. Quiero dejar de pensar para poder sentir.
Escucho el eco de sus pasos, tras los míos. Se apodera de mí el miedo, un miedo casi agónico porque su intensidad va aumentando y disminuyendo hasta acabar cuando veo la parada del colectivo. Me detengo con la esperanza de que siga de largo, desaparezca en la noche, como un soplido, como apareció en esa esquina y nuestros ojos se perdieron en nuestras miradas.
Se detiene detrás de mí, enciendo el vicio del vacío: prendo un cigarrillo.

- ¿Me convidas fuego? –me dice él.
- No tengo. – contesto yo-
- Pero… acabas de prender un cigarrillo.
- ¿Yo? … ah sí! Perdóname estoy distraído. Toma.

Me pregunté, casi instantáneamente, si más idiota no podía ser; yo, claro.

- ¿Para dónde vas? – siguió diciéndome el hombre al que yo le daba la espalda.
- ¿Quién? – respondí resaltando mi idiotez
- Vos, me parece que los únicos que estamos acá somos nosotros dos.
- Tenes razón, estoy nervioso. Me puse nervioso porque me seguiste, no sé quién sos ni que buscas. – le dije mientras me daba cuenta que más patético no pude haber sido porque no me daba el tiempo.
- Bueno quédate tranquilo que en realidad seguirte no te seguí. Esto es una casualidad, yo tomo el 132 para ir a mi departamento y vos viniste también a tomarlo o vicerseversa. Pero si te incómodo me voy, tómalo vos tranquilo y yo espero el otro, ¿te parece?
- Si… no, no, no me parece. Discúlpame, todo bien podes quedarte.- le respondo mientras el esboza una sonrisa que nunca le pregunte el significado, me basto con ver su boca repleta de ternura, su mirada acaparadora de toda la quietud y su voz abrazándome en cada palabra.

No hablamos y el silencio se torno duda. Me doy vuelta, lo miro y le digo:

- ¿Qué raro que no venga el colectivo? –
- Es verdad, demora demasiado y con este frío no esta para esperar mucho acá parados. - me contesta, viendo una posibilidad.

Imagino su mano deteniendo un taxi y viéndolo partir para siempre. Sigo perdiendo terreno, siento la posibilidad de perderlo y no hallarlo más en esta ciudad que te da y no te prepara para cuando te quita. Me desespero; quiero hablarle, quiero escucharlo, que me hable, que me escuche. Siento que me voy a tirar a una pileta de diez metros de profundidad pero vacía, y no me importa.

- ¿Tomamos un café? - me animo, mientras una catarata de colores y sensaciones atraviesan mi cara y mi cuerpo.
- Bueno, pensé que nunca lo ibas a decir. – me respondió.

Entramos a un bar cercano. Poca gente en el lugar, un enorme reloj de madera señalaba las veintitrés horas. Nos sentamos en una mesa de madera que tiene varios cuadrados contenedores de distintas semillas. Un vidrio la cubre, la transparencia germinando. Pido una gaseosa con un tostado y él un capuchino. Viene de cenar con amigos. Yo de la facultad. Tiene diez años más que yo, es licenciado en informática y se llama Gustavo. Le digo que tengo diez años menos que él, que estudio letras y que me llamo Sergio. Se ríe. Nos reímos. Ninguno habla de lo que tiene que hablar. Amo el silencio, aunque a veces me atemoriza.
Hay muchas mesas y solo tres ocupadas. Un hombre y una mujer se miran sin hablarse y parecen, ahí, decirse todo. El mozo mira el panorama sin asombro alguno. ¿Nadie percibe la belleza de las cosas si no son evidentes? En la otra mesa dos jóvenes se ríen a carcajadas, dos jóvenes hombres, parecen amigos que hace mucho no se ven. Todo parece estar en su lugar.
Nos contamos nuestras vidas. Me resulta placentero contarle mi vida y saber la de él. Por lo menos me resultaba placentero en ese tiempo. Después entendí que ese desnudarse frente al otro tendría que ser lo no necesario. ¿A quién le interesa lo pasado si quiere vivir un futuro? Tendría que establecerse una regla; decirse los nombres, las edades, prontuario penal (si existe) y nada más, todo lo otro es accesorio e innecesario.
En ningún momento me habla de su trabajo, al enterarse de mis estudios y mi pasión: la escritura; vuelca la conversación hacia eso. Desfilan por su boca escritores, poetas, frases que quedaron en su memoria, poemas que estaban en mis olvidos. Habla, habla, mientras me embeleza con su discurso. Siempre me enamore de las palabras, nunca de los sexos.
No es lindo, pero siento tener frente a mí a la persona más bella del mundo, a un señor de la palabra, a un hombre con mayúsculas.
En la mesa se acumulan tacitas de café, cigarrillos, humo y anécdotas. Siento haber vivido esto pero hacia delante. Mi experiencia en el amor no existe. Tampoco se si esto será amor, pero quiero creer que sí.
Hasta aquí nadie hablaba de lo que tenía que hablar: ¿Había qué hablar de algo? En lo personal me gusta el origen de las cosas y quería saber como había llegado ahí, como estaba un viernes a la noche sentado en un café cualquiera con alguien que no conocía.
Me pregunta si tengo novia, me confunde y me perturba. ¿Le miento que sí?, ¿le digo qué no?, ¿qué carajo me pregunta?

- No, no tengo – respondo y miro a la pareja de jóvenes hombres.
- Yo tampoco – me dice mientras aclara – me gustan los hombres, me gustas vos.
- ¿Yo? – bebo café, mis manos transpiran, mis nervios comienzan a jugarme una mala pasada.
- Sí vos. – dice con una seguridad imperturbable.
- Vos también me gustas, pero yo nunca tuve relaciones con hombres. Bueno con mujeres tampoco. Nosemegustanloshombrespero…. Buenovosmegustas, peroen realidad… en realidadloquetequierodecires…
- Para, para quédate tranquilo, no digas nada. Tranquilo. – me dice –
- Ok

No digo nada, me acuna el silencio y siento paz; caigo en una mansedumbre saludable. Él cambia de tema y me da seguridad. Pedimos otro café y seguimos hablando de cualquier cosa, como antes de todo.
No quiero que este momento termine nunca, simplemente no quiero. El enorme reloj me vuelve a la realidad, es la seis de la mañana. No lo puedo creer, mi familia estará en estado de crisis; mi madre habrá llamado a la Guardia Nacional, Mercedes estará recorriendo las comisarías, mí padre estará durmiendo, los vecinos recorriendo las esquinas viendo si me encuentran drogado en alguna. Caos, caos total y yo aquí, sentado en un bar cualquiera, hablando con alguien que no conocía. Con alguien que amaría por mucho tiempo.

- Me tengo que ir, en mí casa me matan – le digo levantándome de la mesa.
- Es verdad, ¡que tarde se hizo! – me responde mientras llama al mozo y pide la cuenta.

Caminamos hasta la parada del colectivo, donde quizás estuvo el origen. Subimos al 132, seguimos charlando como si nunca lo hubiésemos hecho. Acordamos vernos dentro de dos días para ir al cine. Me gusta, siento que le gusto.
Él se baja primero, desde la esquina ve pasar el colectivo, me busca dentro de el y me saluda. Saco del bolsillo el papelito que me dio antes de bajar, no sé en que momento escribió: Llámame mañana, la pase muy bien con vos. Gustavo.
- Te voy a llamar – pienso- lo voy a llamar.
Sonrío, todo me resulta más leve. El colectivo va casi vacío. Una señora mayor en el primer asiento. Un grupo de obreros por el medio y yo detrás de todo.
Vuelvo a sonreír; creo que termino la cruel búsqueda, llego el hallazgo que pedía a gritos, en el que sumergía mi identidad hasta el ahogo. Mi cuerpo era un envase irresponsable; estaba atado. Deja de ser el amor ese ave de incógnito paso dejando una polvareda de errores. Todo apareció en ese café: el amor, el miedo, el orgullo, el no saber, la terminación de la búsqueda, la duda, el no sé, el por qué no, el futuro reflejado en ese hoy. Yo, en definitiva yo.
Bajo del colectivo, atravieso corriendo el Parque Rivadavia. Como era de suponer; Mercedes estaba en la puerta del edificio esperando seguramente una ambulancia trasladando mi cadáver. Ella es más trágica que yo, genética pura:

- ¿Dónde mierda te metiste Sergio!? ¡Mamá esta con una crisis de nervios!
- Fui a tomar algo con los chicos de la facultad. - le dije –
- ¿Con los chicos de la Facu? ¡Es casi las siete de la mañana! Podrías haber avisado! –me dice sacada de quicio- pensé que te había pasado algo!
- Merce tranquila, no pasa nada…
- Subamos antes que mama se descomponga.

En el ascensor me mira y sonríe con la ternura de siempre.

- Dale, antes que entremos, décime dónde estuviste,¿la pusiste?
- ¡Mercedes! ¡No seas ordinaria! Te dije que salí con los chicos de la fac..,
- ¿Con los chicos?, mira vos, inventa otra cosa para mamá porque los “chicos de la facu” te estuvieron llamando hasta medianoche bebe.
- ¡Sos tan turra y chusma! Bueno conocí a alguien.
- ¿De verdad? ¡Contame todo dale!
- No. Después te cuento.
- ¿Es lindo? ¿Esta fuerte? ¿Cómo es? , ¿tuvieron sexo? Dale dale dale…
- ¡Termínala! Basta, no sé si es lindo. Me resulto especial …
- Contame turrito o le digo a mamá que te la comes ja-ja-ja-ja-ja –me dice sarcásticamente.
- Y yo le digo que vos sos lesbiana y drogadicta, aunque sea mentira, y sabes que a mí me cree y a vos no. ¿Ok?
- ¡Puto malo! Ja-ja-ja-ja ¡Cómo te amo hermano!.
- Y yo a vos.

Siguió el sermón de mi madre, que no escuche en lo absoluto, aunque le reconocí y pedí disculpas por no haber avisado.
Me acuesto con la sensación de haber empezado algo por mí y para mí. Mi cuerpo se desvanece en la cama y comienzo a soñarlo.