jueves, 1 de enero de 2009

La Señorita YO - Cap 4 - Yo


Hace algunos días cumplí 18 años; y el pescado sin vender, diría mi abuela. No conozco nada del mundo; o soy idiota o muy inocente. Estoy en un cuerpo que me resulta ajeno, con un sentimiento que me sabe extraño: me gustan los hombres. ¿Será pecado? No sé que hacer, el infame secreto sólo es compartido con mi hermana y parece ser que deja, ahí, de ser secreto. Todo es silencio y una peligrosa quietud.
Buenos Aires, mi ciudad, tienen toda la magia de las posibilidades. Todo puede darse, todo puede nacer a la vuelta de una esquina. Al menos eso creo.
Es viernes, como cada viernes, saldré de la facultad, caminaré seis cuadras, hasta la parada del 132, y llegaré a casa media hora más tarde. Mamá me habrá dejado la cena lista, Mercedes estará en su cuarto hablando con el novio y mi padre no se donde. Me llamará algún compañero de la facultad para salir y me haré negar o le diré que estoy cansado. Mi mundo se reduce a lo que más deseo: escribir, leer y encontrarme. ¿Tiene sentido acaso la vida sin estas cosas?, ¿qué nos rescata de no tener lo que no tenemos? La pregunta filosófica sobre el sentido de la vida, digo, ¿cuál es el sentido? ¿Hay qué buscar un sentido? ¿O la búsqueda misma es el sentido de la vida? Otra pregunta sería si el suicidio es válido o válida al ser humano. No sé. Aún no quiero saberlo, después de todo, todos necesitamos de quien morirnos.
No sé del amor, pero he leído de el, no sé del amor pero he escrito su contenido como una forma de protegerme ante la posibilidad de conocerlo. No sé del amor y es lo que más deseo tras leer mis letras. Ni siquiera pienso en el sexo, no; el sexo no esta bien, en este tiempo es un jamás.
Salgo de la facultad, camino por una calle que me resulta cualquier calle; se de memoria los caminos que me conducen a mis incertidumbres. Un semáforo me alerta del no debes cruzar, la noche resalta el verde, el rojo y el amarillo del no se puede. Todo puede lastimarme; es como si una alimaña estuviese carcomiendo lentamente mi alma, un alma que busca. Algo ya de joven me inquietaba; la sensación de estar sabiendo que no estaba. Ese no encontrarme me sabia hallado.
Sigo esperando que el semáforo corte su prohibición. Solo basto levantar la mirada y encontrarme con la de él, cruzarme con su reflejo, encontrarme con un espejo de calma, seguridad y una sensación de bienestar apoderándose de mí yo cercado. Sus ojos me miran y los míos bajan hacia la vereda; he perdido territorio, se adueño de mí.
Cruzo rápidamente la calle, no quiero mirar atrás, no quiero detenerme. Vuelvo a sentir que mi pensamiento es hermético hasta el punto de inventarse por sí mismo, sé que hay veces que ni yo lo entiendo. Quiero dejar de pensar para poder sentir.
Escucho el eco de sus pasos, tras los míos. Se apodera de mí el miedo, un miedo casi agónico porque su intensidad va aumentando y disminuyendo hasta acabar cuando veo la parada del colectivo. Me detengo con la esperanza de que siga de largo, desaparezca en la noche, como un soplido, como apareció en esa esquina y nuestros ojos se perdieron en nuestras miradas.
Se detiene detrás de mí, enciendo el vicio del vacío: prendo un cigarrillo.

- ¿Me convidas fuego? –me dice él.
- No tengo. – contesto yo-
- Pero… acabas de prender un cigarrillo.
- ¿Yo? … ah sí! Perdóname estoy distraído. Toma.

Me pregunté, casi instantáneamente, si más idiota no podía ser; yo, claro.

- ¿Para dónde vas? – siguió diciéndome el hombre al que yo le daba la espalda.
- ¿Quién? – respondí resaltando mi idiotez
- Vos, me parece que los únicos que estamos acá somos nosotros dos.
- Tenes razón, estoy nervioso. Me puse nervioso porque me seguiste, no sé quién sos ni que buscas. – le dije mientras me daba cuenta que más patético no pude haber sido porque no me daba el tiempo.
- Bueno quédate tranquilo que en realidad seguirte no te seguí. Esto es una casualidad, yo tomo el 132 para ir a mi departamento y vos viniste también a tomarlo o vicerseversa. Pero si te incómodo me voy, tómalo vos tranquilo y yo espero el otro, ¿te parece?
- Si… no, no, no me parece. Discúlpame, todo bien podes quedarte.- le respondo mientras el esboza una sonrisa que nunca le pregunte el significado, me basto con ver su boca repleta de ternura, su mirada acaparadora de toda la quietud y su voz abrazándome en cada palabra.

No hablamos y el silencio se torno duda. Me doy vuelta, lo miro y le digo:

- ¿Qué raro que no venga el colectivo? –
- Es verdad, demora demasiado y con este frío no esta para esperar mucho acá parados. - me contesta, viendo una posibilidad.

Imagino su mano deteniendo un taxi y viéndolo partir para siempre. Sigo perdiendo terreno, siento la posibilidad de perderlo y no hallarlo más en esta ciudad que te da y no te prepara para cuando te quita. Me desespero; quiero hablarle, quiero escucharlo, que me hable, que me escuche. Siento que me voy a tirar a una pileta de diez metros de profundidad pero vacía, y no me importa.

- ¿Tomamos un café? - me animo, mientras una catarata de colores y sensaciones atraviesan mi cara y mi cuerpo.
- Bueno, pensé que nunca lo ibas a decir. – me respondió.

Entramos a un bar cercano. Poca gente en el lugar, un enorme reloj de madera señalaba las veintitrés horas. Nos sentamos en una mesa de madera que tiene varios cuadrados contenedores de distintas semillas. Un vidrio la cubre, la transparencia germinando. Pido una gaseosa con un tostado y él un capuchino. Viene de cenar con amigos. Yo de la facultad. Tiene diez años más que yo, es licenciado en informática y se llama Gustavo. Le digo que tengo diez años menos que él, que estudio letras y que me llamo Sergio. Se ríe. Nos reímos. Ninguno habla de lo que tiene que hablar. Amo el silencio, aunque a veces me atemoriza.
Hay muchas mesas y solo tres ocupadas. Un hombre y una mujer se miran sin hablarse y parecen, ahí, decirse todo. El mozo mira el panorama sin asombro alguno. ¿Nadie percibe la belleza de las cosas si no son evidentes? En la otra mesa dos jóvenes se ríen a carcajadas, dos jóvenes hombres, parecen amigos que hace mucho no se ven. Todo parece estar en su lugar.
Nos contamos nuestras vidas. Me resulta placentero contarle mi vida y saber la de él. Por lo menos me resultaba placentero en ese tiempo. Después entendí que ese desnudarse frente al otro tendría que ser lo no necesario. ¿A quién le interesa lo pasado si quiere vivir un futuro? Tendría que establecerse una regla; decirse los nombres, las edades, prontuario penal (si existe) y nada más, todo lo otro es accesorio e innecesario.
En ningún momento me habla de su trabajo, al enterarse de mis estudios y mi pasión: la escritura; vuelca la conversación hacia eso. Desfilan por su boca escritores, poetas, frases que quedaron en su memoria, poemas que estaban en mis olvidos. Habla, habla, mientras me embeleza con su discurso. Siempre me enamore de las palabras, nunca de los sexos.
No es lindo, pero siento tener frente a mí a la persona más bella del mundo, a un señor de la palabra, a un hombre con mayúsculas.
En la mesa se acumulan tacitas de café, cigarrillos, humo y anécdotas. Siento haber vivido esto pero hacia delante. Mi experiencia en el amor no existe. Tampoco se si esto será amor, pero quiero creer que sí.
Hasta aquí nadie hablaba de lo que tenía que hablar: ¿Había qué hablar de algo? En lo personal me gusta el origen de las cosas y quería saber como había llegado ahí, como estaba un viernes a la noche sentado en un café cualquiera con alguien que no conocía.
Me pregunta si tengo novia, me confunde y me perturba. ¿Le miento que sí?, ¿le digo qué no?, ¿qué carajo me pregunta?

- No, no tengo – respondo y miro a la pareja de jóvenes hombres.
- Yo tampoco – me dice mientras aclara – me gustan los hombres, me gustas vos.
- ¿Yo? – bebo café, mis manos transpiran, mis nervios comienzan a jugarme una mala pasada.
- Sí vos. – dice con una seguridad imperturbable.
- Vos también me gustas, pero yo nunca tuve relaciones con hombres. Bueno con mujeres tampoco. Nosemegustanloshombrespero…. Buenovosmegustas, peroen realidad… en realidadloquetequierodecires…
- Para, para quédate tranquilo, no digas nada. Tranquilo. – me dice –
- Ok

No digo nada, me acuna el silencio y siento paz; caigo en una mansedumbre saludable. Él cambia de tema y me da seguridad. Pedimos otro café y seguimos hablando de cualquier cosa, como antes de todo.
No quiero que este momento termine nunca, simplemente no quiero. El enorme reloj me vuelve a la realidad, es la seis de la mañana. No lo puedo creer, mi familia estará en estado de crisis; mi madre habrá llamado a la Guardia Nacional, Mercedes estará recorriendo las comisarías, mí padre estará durmiendo, los vecinos recorriendo las esquinas viendo si me encuentran drogado en alguna. Caos, caos total y yo aquí, sentado en un bar cualquiera, hablando con alguien que no conocía. Con alguien que amaría por mucho tiempo.

- Me tengo que ir, en mí casa me matan – le digo levantándome de la mesa.
- Es verdad, ¡que tarde se hizo! – me responde mientras llama al mozo y pide la cuenta.

Caminamos hasta la parada del colectivo, donde quizás estuvo el origen. Subimos al 132, seguimos charlando como si nunca lo hubiésemos hecho. Acordamos vernos dentro de dos días para ir al cine. Me gusta, siento que le gusto.
Él se baja primero, desde la esquina ve pasar el colectivo, me busca dentro de el y me saluda. Saco del bolsillo el papelito que me dio antes de bajar, no sé en que momento escribió: Llámame mañana, la pase muy bien con vos. Gustavo.
- Te voy a llamar – pienso- lo voy a llamar.
Sonrío, todo me resulta más leve. El colectivo va casi vacío. Una señora mayor en el primer asiento. Un grupo de obreros por el medio y yo detrás de todo.
Vuelvo a sonreír; creo que termino la cruel búsqueda, llego el hallazgo que pedía a gritos, en el que sumergía mi identidad hasta el ahogo. Mi cuerpo era un envase irresponsable; estaba atado. Deja de ser el amor ese ave de incógnito paso dejando una polvareda de errores. Todo apareció en ese café: el amor, el miedo, el orgullo, el no saber, la terminación de la búsqueda, la duda, el no sé, el por qué no, el futuro reflejado en ese hoy. Yo, en definitiva yo.
Bajo del colectivo, atravieso corriendo el Parque Rivadavia. Como era de suponer; Mercedes estaba en la puerta del edificio esperando seguramente una ambulancia trasladando mi cadáver. Ella es más trágica que yo, genética pura:

- ¿Dónde mierda te metiste Sergio!? ¡Mamá esta con una crisis de nervios!
- Fui a tomar algo con los chicos de la facultad. - le dije –
- ¿Con los chicos de la Facu? ¡Es casi las siete de la mañana! Podrías haber avisado! –me dice sacada de quicio- pensé que te había pasado algo!
- Merce tranquila, no pasa nada…
- Subamos antes que mama se descomponga.

En el ascensor me mira y sonríe con la ternura de siempre.

- Dale, antes que entremos, décime dónde estuviste,¿la pusiste?
- ¡Mercedes! ¡No seas ordinaria! Te dije que salí con los chicos de la fac..,
- ¿Con los chicos?, mira vos, inventa otra cosa para mamá porque los “chicos de la facu” te estuvieron llamando hasta medianoche bebe.
- ¡Sos tan turra y chusma! Bueno conocí a alguien.
- ¿De verdad? ¡Contame todo dale!
- No. Después te cuento.
- ¿Es lindo? ¿Esta fuerte? ¿Cómo es? , ¿tuvieron sexo? Dale dale dale…
- ¡Termínala! Basta, no sé si es lindo. Me resulto especial …
- Contame turrito o le digo a mamá que te la comes ja-ja-ja-ja-ja –me dice sarcásticamente.
- Y yo le digo que vos sos lesbiana y drogadicta, aunque sea mentira, y sabes que a mí me cree y a vos no. ¿Ok?
- ¡Puto malo! Ja-ja-ja-ja ¡Cómo te amo hermano!.
- Y yo a vos.

Siguió el sermón de mi madre, que no escuche en lo absoluto, aunque le reconocí y pedí disculpas por no haber avisado.
Me acuesto con la sensación de haber empezado algo por mí y para mí. Mi cuerpo se desvanece en la cama y comienzo a soñarlo.

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