domingo, 6 de septiembre de 2009

DIARIO DE UN RETIRO - Introito -

“el tiempo esta fuera de quicio, y maldito destino el mío que fui nacido para enderezarlo”
(Hamlet)

Sin noción siquiera de lo que llamamos destino, pensado como lo impredecible, lo incógnito, la duda, le escribí algunas palabras.
Entre nosotros ya había nacido un silencio que se tornaría lineal, vertiginoso y encontrado. Sólo era cuestión de esperar y surgir desde nosotros. Ella; en su norte, yo; regresando de mi sur; o de todo lo que yo creía propio.
Aquella vieja carta había sido perdida, como cuando uno pierde un despropósito o un resto de valentía que en el absurdo pasa a ser cobardía; una carta que no me atreví a darla pero que se guardo; rescatada del fuego sin que lo sepa nadie.
Pero todo se salva, hasta el olvido, que tiende a ser recuerdo o hasta el recuerdo que pasa a ser espera. Como nosotros nos salvamos, otros quedaron, como hijos indomables de una generación que no sabia porque luchaba. Igual sobrevivimos. Yo no sé si encontré el camino de mi lucha, pero ella si.
Aquellas palabras que anidaban en mis cotidianos olvidos y que le había escrito decían tanto de nosotros que a veces me oscurezco.



Buenos Aires, Abril 1999



Mi dulce niña: ¿Dónde estarás? Releo una carta tuya enviada hace tiempo y ¿sabes?, tenes razón; ya no se percibían rayos de luz en ningún punto de la ciudad, ni ruidos que nos alerten para salir a encontrar el delirio. El silencio, ese ser del hombre que le debe pertenecer por siempre, se disfrazaba en nuestras bocas para salir al encuentro.
La distancia era corta, sólo unos metros nos encontrarían en cualquier esquina; daba lo mismo, era lo mismo. Los párpados de la noche empezaban a cerrarse y nuestros ojos, abiertos, comenzaban a buscar la locura en cada absurdo recoveco olvidado.
No era nuestra, todo esto sucedía una y otra vez, desde la espera, desde tu sonrisa, tu rostro iluminándose ante los colores, tu llanto disfrazado de todo y vacío de nada.
En la calle todo se percibía; desde las miradas que nos devolvían los otros hasta esas pisadas que volvían desde el infierno mismo.
Esperar era un poco sentirnos vivos, todos los días.
Suplicar era un poco vernos vivos.
Jugábamos con colores, mascaras, teatro y poesía. Nos mezclábamos con personajes torpes, caducos, tanto o más patéticos que nosotros mismos. Reíamos hasta el desmayo y el abrazo en la alfombra. Reíamos...te acordas, ¿no es cierto?

Hace tantos años que te espero; sana y salva de las heridas pasadas. Rescatada. Niña otra vez. Fuerte. Mágica.

Hace tanto que me espero, sano y salvo de las heridas pasadas. Imaginado. Niño nuevamente. Virgen de mente y alma. Limpio.
Me hablabas del cuerpo como de un templo y yo imaginaba nuestros cuerpos, cansados, mutarse ante el silencio de cuatro paredes. La puerta cerrada para siempre protegiéndonos del frío de la noche, guardando la mirada cómplice y agotada de ver.
Y ahí los dos, refugiados en nuestras almas, nos guardábamos dos o tres poemas para regalarlos al despertar. ¿Alguien escucharía el viento de nuestras voces?
Pero no había dudas; la casa era el refugio. A veces, de lejos, solíamos escuchar un piano. En realidad el gemido nostálgico de un piano, que escuchábamos mientras nuestras miradas se perdían en un cielo imaginario pero infinito.
Y después tu música, tu voz pariendo un blues nos hacía compañía. Las velas escapando luz y fuego hasta extinguirse. Velas que nos devolvían silencio y alumbraban el oscuro espacio de nuestras voces improvisando versos inconfesables.
Todo como un juego que marcaba un trayecto, un lugar.
Uno estaba construido para sostener al otro; vos: pura paz y ternura, lluvia cuando yo necesité manchar el papel de tinta y vestirlo de palabras, sol cuando necesitaba calor en mi cuerpo para sentirme vivo, aire cuando necesite irme lejos, muy lejos de mi soledad, tierra cuando me devolvías al mundo inventado por nosotros mismos.
Y yo… supongo que paz y ternura, tu lluvia cuando necesitabas mojar tu piel con gotas de vida, sol para secar esas gotas y volverlas perlas inmortales, aire cuando necesitaste alas de búsqueda, tierra cuando querías reencontrar tu esencia.
El amanecer nos sorprendía con los primeros rayos de luz, el reloj gritaba desde la alfombra la hora justa para salir a la calle. Nos consolaba la ausencia de sueño. La pava llamaba en alaridos desde el fuego y la plancha caliente acariciaba la ropa. Disparados a la jungla nos mezclábamos con mil pisadas, mientras que por dentro nos acariciaba el mar y besaba la esperanza de la próxima noche.
En la calle nos mirábamos y nos latía muy fuerte la misma creencia; la de no creer. Hasta ese momento creer, era algo así como desilusionarnos de los otros y hoy mirando aquel ayer era el miedo de desilusionarnos de nosotros mismos.
Otra vez el sol se escondía detrás de cuadrados metálicos, el Río de la Plata, gris y quieto, nos regalaba una invariable foto porteña.
Otra vez la noche aparecía detrás de cuadrados metálicos, el Río de la Plata, negro y aún más quieto, nos regalaba una insostenible foto porteña.
Me gustaba soñarte como una Madre del Aire; mágica, soñada y esperada. Y a mi como un hijo del viento, tan olvidado y tan esperado.
Pienso en esa mañana que no te vi y empacaste tus zonas muertas, eligiendo los cerros, la fe y el aire norteño para escribir otra historia.
Como habrás pensado vos en aquella mañana en que no me viste empacar mis sueños y elegir el mar, la fe y el aire sureño para escribir otra historia.
Mi dulce niña, que no daría para que vuelvas con tu poesía y tu vida, con los aromas olvidados y el gemido del blues. Que no daría por conocer tu aire de destierro. Para que me regales el agua y la tierra, para que me vistas de ternura y me abraces en bendiciones.
Estamos tan lejos de todo y tan cerca de nosotros que no puedo imaginar que nuestro fin, nos encontrara separados.



Te quiero, yo




Claro que vivir de nuestras ideas era lo que nos hacia atractivos o repulsivos y nos permitía mantenernos protegidos de todo y de todos. Era algo así como un inseparable modo de vivir.
En mi hoy me siento abrazado por el tiempo y la memoria. Pero sin demorarme en la dialéctica de la nostalgia. Me siento sostenido en el bagaje existencial de lo que ya fue y reconstruyo de a poco mis anhelos, pensando nuevos caminos.
Confieso que aun leo sus viejas cartas y me motivo, despierto en sensaciones y siento el deseo de seguirla en su aventura, de transitar sus laberintos y compartir, más allá de las distancias, su carga emotiva. Ella siempre regalo esa virtud de sugerir imágenes sin trazar el gráfico de las formas y sus detalles, dejándome re-crear mi propio paisaje, que haga mi codificación sensorial.




del Libro DIARIO DE UN RETIRO. Ricardo Z