jueves, 15 de enero de 2009

LA SEÑORITA YO -Cap 12 - Manuel




Desayunamos con Manuel en el shopping, es un día esplendido; un sábado de primavera, aunque el calendario este fijo en el invierno. También en Agosto, Buenos Aires suele ser encantadora. Tostadas con dulce de frambuesa y un delicioso queso blanco acompañan el café con leche. Desde los amplios ventanales del lugar se ve el Río de la Plata. Una sucesión de aviones despegan y aterrizan en el Aeroparque. En la cafetería donde estamos, algunas mujeres mayores, paquetas, toman el té, algunas parejas de jóvenes de acarician y se dejan acariciar por el sol, todo parece enmarcarse en una tensa calma. Pienso que la tensión la tengo yo. A veces imagino cosas, cosas nefastas, cosas de películas, por ejemplo; en estas situaciones, donde todo esta como supuestamente debiera estar, imagino que de repente hay una gran explosión y todos somos arrasados. No sé por qué. Creo que todo funciona bajo la hipocresía; no les creo a esas viejas que charlan tan amablemente, se están mintiendo, contando cosas que nunca vivieron sólo para que las otras viejas, igual a ellas; mentirosas, se las crean y las admiren. O a esa pareja acariciándose mientras él le mira el culo a la moza del bar, y ella observa de reojo al tipo que tienen enfrente.
Lo miro a Manuel, esta leyendo una revista. Ya no siento amarlo, pero quiero darle un beso, regalarle una caricia. Le digo que lo quiero; me sonríe y sigue leyendo.
Todo lo que pasa y pasó en nuestra relación me sigue perturbando, nunca me doy cuenta si son celos o la impotencia de no saber que siente él, a pesar de lo que dice sentir, o la bronca de saber que puedo mantenerle la mirada aun engañándolo con todos esos hombres que me atraen y caminan por este mundo.
Vuelvo a mirar el río, vuelvo a mirar a Manuel. Me fue infiel, le fui y le soy infiel. Me aíslo. Aislarme significa pensar. Pensar me hace mal, no puedo evitar hacerme daño.
La infidelidad, los “cuernos”, siempre son una de las razones que destruyen la confianza en una relación de pareja. Cuando todo empezó, creí que él me era infiel porque nuestra relación no le alcanzaba, no llenaba sus expectativas. Era como que buscaba algo que yo, como pareja de él, no era capaz de ofrecerle. Luego pensé que me traicionaba para demostrar su masculinidad porque todo su entorno; sus amigos, conocidos, al saber de su sexualidad, esperaban que él actúe así: divirtiéndolos con sus aventuras, incentivándolo a vivirlas, haciéndole creer que él era, efectivamente, un macho cabrío, el macho superado, el cojedor más grande del mundo. Con el tiempo me confeso que me era infiel por deporte, le gustaban demasiado los hombres. Lamentablemente, con el tiempo, descubrí que a mí tambien me gustaban demasiado, no los hombres, sino todos los hombres.
Para Manuel era más difícil saber si yo le era infiel. Siempre fue menos observador y se fijaba menos en cambios sutiles que, sin embargo yo, descubría en el inmediatamente.
Creo que él hubiese sospechado de mis infidelidades si yo me negaba a mantener relaciones sexuales como de costumbre, pero como eso nunca paso y a mi el sexo me fascina, él nunca se siento traicionado. ¿por qué todo tenían que estar relacionado al sexo?
Yo jamás pensé que perdonaría una infidelidad, luego entendí que el tiempo o la modernidad y los vínculos de relaciones cambian. A Manuel le perdone casi todo, creo. Tampoco me iba a autoengañar para no tener que enfrentarme a la realidad; descubrir que había sido traicionado por la persona que amaba fue una experiencia dolorosa y hasta humillante, ya que se pusieron en juego los valores que daban vida a nuestra relación de pareja; la confianza, la sinceridad y el respeto. Cuando yo comencé a serle infiel, también deje de tener esos valores. Cosecharas tú siembra dicen.
También entendí que perdonar o no una traición dependía de la persona y del tipo de relación que existe.
Esta situación, para mí, digo; la decisión de perdonar (pero no olvidar), la infidelidad, se convirtió en un arma arrojadiza muy frecuente en las discusiones, lo que llego a desgastar más la relación. En cada discusión yo le recordaba constantemente sus infidelidades, le demostraba que yo no era capaz de superar y olvidar, quizá lo necesario era plantearme una solución tajante. Cuando intente dejarlo él no lo acepto y yo caía preso de sus palabras. Me torturaba serle infiel y no contárselo, me sentía mal. Mis días pasaban con el ánimo a la altura de los zócalos, cualquier altura, hasta la de un escarabajo, era mayor a mis estados animicos.
Lo primero, y más importante para mí, fue darme cuenta el por qué de la traición, ¿por qué comencé a traicionarlo?. Sexualmente no tenía necesidad, y no necesariamente tenia que ver o estar relacionado con el sexo. Yo seguía buscando el amor, el sentirme amado, nada más.
Yo buscaba en el dialogo un solución, pero para él la salida más fácil y cómoda era serme infiel.
Manuel sigue leyendo y riendo con las novedades de la revista. Yo sigo lastimándome, parece que un modo de vivir es sufrir, pensar es no aceptar la vida con lo que viene. Mi modo de vivir nunca fue adaptarme a nada, sino adaptarnos a todo, los dos, con él o con cualquiera. ¿Por qué tenia que ceder siempre yo?, ¿Por qué tenia que aceptar siempre yo? Si siempre le di la posibilidad de hablar, ¿qué significaba para Manuel la palabra, algo tan valioso para mí? Entiendo que para él, una palabra, nunca significo nada.
En un principio pensé que Manuel, al ser infiel, era el único culpable. Después, que la infidelidad era el resultado de una crisis en la pareja, y pensaba que, quien es infiel lo hace porque busca en otra persona cuestiones sexuales, emocionales o intelectuales, que su relación no le da. Nada de esto nos pasaba o si así era, él, no me lo decía.
Nunca me basto esa banal explicación de que los hombres le encantaban y que le gustaba coger con todos, algo en el fondo debía haber.
El sol seguía regalándonos caricias tibias y duraderas, las viejas no paraban de hablar. Muy de vez en cuando, Manuel me comentaba algo que leía y los dos reíamos. Era bello estar compartiendo ese simple momento.
No había razones para la infidelidad, ninguna. Quizás había muchas razones y yo, envuelto en mis inseguridades, en mis soledades y, tapado por un muro de silencio, no me daba cuenta de nada o no asumía mi responsabilidad.
Una pareja, terminado el enamoramiento, se enfrenta a la pareja real y olvida la idealización y a veces sus conductas, no siempre placenteras en la convivencia, defraudan las expectativas del otro. Esto podía pasar; cada uno podía haber abandonado al otro para centrarnos sólo en objetivos personales y no en los objetivos de los dos. Tal vez pasaba que los dos necesitábamos sentirnos bellos y deseados uno por el otro y sentíamos una gran frustración y la autoestima por el piso y una forma de sentirnos de nuevo atractivos y valorados era siendo infieles. Para mí no era así, yo estaba seguro de mí y lo hacia sentir seguro a él, con halagos, regalos y dándole la importancia que él se merecía.
Nuestra convivencia nunca fue monótona; otra de las razonas por las cuales entiendo uno puede ser infiel. Nunca descuidamos el tiempo en común por actividades personales ni dejamos de tener detalles cariñosos con nosotros. Una pareja sumida en la rutina y en el aburrimiento se puede venir abajo a causa de un encuentro con cualquiera que llegue y nos abarque con todo aquello que carece nuestra relación: el misterio, el encanto y el riesgo de sentirnos seducidos. Tampoco esto pasaba, siempre hacíamos cosas distintas, siempre nos divertíamos como locos, siempre disfrutábamos mucho uno del otro.
De igual manera era en lo sexual; el sexo era un elemento esencial. Los dos nos sentíamos satisfechos; teníamos amor y en la comunión de los cuerpos, todo era excitante. Incluso nunca nos prohibimos ninguna fantasía.
La búsqueda de nuevas sensaciones, podía ser otra causa que yo analizaba para entenderlo a Manuel. Si se había acabado la seducción del enamoramiento y se vivía en el aburrimiento la relación, él necesitaba, tanto como yo, seguir satisfaciendo la necesidad de sentirnos enamorados. La curiosidad de experimentar el sexo con otras personas y de vivir aventuras, es algo interesante para buscar un amante.
También me ponía en su lugar; cada vez que le fui infiel, lo hice con una persona totalmente opuesta a él, yo sí necesitaba seguir idealizándolo, creerme que Manuel era único. Quizás, él, hacia lo mismo. Cada vez que hicimos cama de tres, el tercero era absolutamente distinto a lo que soy yo, no sólo desde lo físico, sino también desde lo intelectual. Basta aclarar que, intelectualmente, no pasaba nunca nada en estas situaciones donde sólo valía el sexo, pero bastaba cruzar dos palabras para saber con quien estábamos.
Como pareja habíamos acordado tener, de vez en cuando, relaciones los dos con un tercero; si habíamos llegado a este acuerdo, ¿por qué Manuel seguía siéndome infiel?. Nunca amenace su libertad, todo lo contrario; nunca lo asfixie, nunca lo seguí ni cuestione nada. Incluso muchas veces salía solo. ¿Por qué buscaba la libertad siéndome infiel? ¿Por qué decía que me amaba y nunca respetaba los acuerdos?
La infidelidad es una prueba de fuego que destruye a aquellas parejas en las que falta el amor, pero fortalece a las que realmente se aman. Era, tal vez, lógico que yo no lo amaba más.
Sentí pasar por todas las etapas cuando me supe engañado; tome la decisión de seguir adelante con todas las consecuencias sin reprocharle ni vengarme. Sentí que si Manuel regresaba conmigo era porque yo era la persona con la que deseaba estar. También lo abandone, no podía olvidar el dolor, quería reconstruir mi vida sin él, me había hecho sufrir y me había engañado, pero también lo quería y probablemente seguía amándolo. Entre las dos opciones opte por un matiz, el de engañarlo también. Mi miedo pasaba por la idea de que por una simple cana al aire yo podía caer enamorado de otra persona y acabar con la relación con Manuel.
Vuelvo sobre lo mismo; su traición destruyo la confianza y la seguridad que sentía, ataco mi autoestima y me sentí inferior. A pesar de esto seguí sintiendo una gran dependencia emocional hacia Manuel. También me gustaron siempre los límites.
Pase de la indiferencia a la furia en un abrir y cerrar de ojos. Fui hostil y hasta perverso. Devolví sus infidelidades con más infidelidades, ya no podía detenerme. Me volví desconfiado y estaba tras cualquier pista que me asegurase que sus infidelidades NO habían terminado. Empecé a compararlo con mis amantes y todo avizoraba un final. Perdone, pero no olvide, y la relación juntos nunca volvió a ser la misma.
Una aventura sexual pasajera puede ser un error irreparable.
Lo miro, toma la taza de café y bebe un sorbo. Lo miro, y siento que en personas inseguras, como el, la infidelidad puede ser el único logro personal.