miércoles, 15 de julio de 2009

HOY


El SER INEDITO

CAPITULO I

HOY




Buenos Aires se desangra en lluvia. Como siempre, este magnifico fenómeno meteorológico me inspira para escribir. No importa que, ni cuanto, ni como. Sólo sé que escribo. Decidí empezar mi cuarta novela. El hecho de escribir me parece cómico, pues nadie me edita. Claro que lo cómico obedece a que nunca mostré lo que escribo. Si, lo confieso; participe de cientos de concursos de poemas, de cuentos, de ensayos; si, si, los gane todos, guardo lo trofeos horrorosos que me dieron; la pava la apoyo en hermosas bandejas de plata que tienen como fondo la leyenda 1er premio de… , 2do premio de…, 1er premio de…boludeces.
Nací para escribir, no para ser leído y esto es triste. Es muy triste. Mis mayores logros literarios son darle forma a los aburridos originales que me mandan de la editoriales y, ver en los estantes de las librerías el nombre de alumnos míos de talleres literarios a quienes incentive y logre que publiquen sus obras. ¿Acaso así podré morir en paz?
Particularmente hoy, me siento atormentado, y creo que así titulare esta novela. Estoy harto de escuchar sobre la gripe A, el incremento en la fortuna de la presidente, de Tinelli, de Moria Casan. Harto de escuchar cosas que no valen la pena y nada basta; ni siquiera romper los televisores, quemar las revistas, todo esta en todo.

Me siento frente a la computadora para leer una novela y enviar mi opinión a una editorial española. Detesto profundamente corregir; las palabras hablan por si, son por ser palabras, el significado viene de los otros. Odio este horroso artilugio que es corregir y, encima, tener que opinar sobre literatura ajena.
No logro concentrarme. Tomo posición en el sillón que da frente al enorme ventanal, con mi taza de te y un cigarrillo; hace meses que trato de dejar de fumar, es en vano y hoy, el intento sería inútil.

Me asomo por la ventana. Todo mi pensamiento me acurruca en un nicho de tinieblas; no sólo el humo del cigarrillo me asfixia, sino la oscuridad que me habita. Afuera todo esta oscuro, San Telmo, y a pesar de que el reloj marca las diecinueve horas, parece un gran desierto de robóticos transeúntes. Hace frío y llueve, y la distancia que existe entre la vereda y la ventana impediría cualquier suicidio, sólo algunos huesos rotos y la posibilidad de ser una carga para para alguien transportándome por siempre en una silla de ruedas.
Vuelvo a la computadora, Paula para mí, me gusta darle entidad de ser a las cosas. Antes, cierro las persianas del ventanal; la noche es inmensa y yo me hundo en ella con mi impotencia, me siento desnudo ante su oscuridad, me siento un lamento ante su silencio, pero también me siento libre. Vivo en una noche permanente, sólo me permito contemplar lo oscuro.
No siento ganas de corregir, ni leer.
Voy hacia el espejo; me gusta autoflagelarme; ¿qué cambiaría de mi?. Ni idea; no logro que mi cuerpo se refleje en el cristal. Me contesto: reforzaría mi autoestima, mis valores, le daría menos importancia al que dirán, desearía no ser tan impulsivo, me gustaría ser un hombre con mayores silencios y menos enojos, sepultaría lo imperfecto de mi pasado; es mentira que de los errores se aprende.
No logro ver mi cuerpo en el espejo, ni mi rostro, mi mirada sólo se encuentra con mi mirada, explorándome por dentro. Cierro lo ojos para pensarme reflejado: soy alguien que esta envejeciendo, alguien que ve la mitad de su rostro; lo trágico y lo cómico, pero por separado. Me convierto en alguien que se pregunta así mismo: ¿qué miras?. Me veo viviendo de acuerdo a lo que pienso, sintiendo y actuando en consecuencia. Me miro y siento que alguien me llama, alguien que yo nunca fui. También veo a otro que se esta mirando en el espejo. Lo desconozco: soy yo.
Tengo que distraerme con algo; Memorias de una Joven formal, de Simona de Beauvoir puede ser una opción. Claro que la elección será liviana hasta que Beauvoir conozca a Sartre.
La autora habla desde la hora misma en que nació. Los muebles que disfrazaban su cuarto, sus veranos, su familia; todo con una voz que habla de un pasado cercano. Cierro el libro, mi pasado es tan lejos que ni siquiera recuerdo la fecha en que nací.
Nada me interesa más en este momento que serle fiel a ella, a Paula, mi computadora. Escribo:

Nacerme; parirme en cada útero
con la misma sangre, la misma
que aúlla desde siempre por mis venas.
Yo no soy más que una mirada,
una noción a destiempo,
alguna palabra
sólo un caminante de la letra
buscador de signos y respiros.
Escribí tanto mi nombre
y el dolor es no poder decirme…

“Mi yo, como mi palabra, me rebasa, me sucumbe y no me basta. Intento completarme y descubrirme. No sé de esperas; mi palabra se va y no encuentro la que vuelve.
Convivo con un lenguaje que me hace escuchar vientos de voz, contemplaciones y reclamos.
Descifro un arte infinito de silencios, un tiempo que me cabalga con oscuras riendas. Esclavo soy de cada momento. Dejaré transpolar los tiempos, virtual pasado que se contrapone a un futuro incierto y entre ellos me nace la sombra comprometida del presente”

Tomo distancia, me leo en ella y en mis silencios. De fondo una sirena anuncia algo que desconozco; una muerte, un accidente, quizás un viejo conventillo prendiéndose fuego. No me importa. Acaricio nuevamente a Paula, deslizo mis dedos por su teclado:

Pensamientos no dichos vienen a buscarme,
el viento es viento disuelto en aire
la finitud de lo posible se desgrana polvo.
Encierro la voz en una definición: YO:
ser desnudo – ser aparente – ser otro,
ser cuerpo impuesto y mente dormida.
Busco el agua que es agua porque moja,
pero no es motivo para ser.
O ser para este fuego, fuego porque quema
motivo no es. Es el no motivo;
la tierra y su pertenencia: la quietud.
Inmóviles están mis palabras,
palabras que inmóviles están calladas;
perfiles monosílabicos, absurdas repeticiones.
Es mi voz, en voces.
Voz mía: volcán de letras escarlatas
seres mágicos – seres dormidos – seres muertos
vienen a buscarme en las palabras que callo.

“Un primer sentido: la voz. Llamarse a ser voz y en la voy un habitante, expeliendo el sonido que al eco vuelve buscando dueños.
Volver a la voz que llama o anuncia; no saber quien es pero reconocernos existencia por ser nombrados. Acudimos al espejo para que nos devuelva a nosotros: reflejos nuestros asistidos por la voz ausente”

El protector de pantalla me anuncia que hace minutos deje de escribir. En mi caverna blanca todo es silencio. Simona de Beauvoir descansa con sus memorias sobre la mesa del living; duerme entre sus muebles barnizados, sus fotos viejas, sus sombreros empenachados de plumas y sus sombras que no hacen más que contemplar las mías. Giro sobre la silla hidráulica para romper la quietud, imposible lograrlo.
En mi mente aparecen lo ojos de algún dios pagano; su mirada, su decirse, su nombrarse. Su voz llenando todo mi espacio, esa paz resucitándome en la tormenta. Deseo escribir hasta caer extenuado, hasta que las manos se desintegren de mi cuerpo, hasta un basta definitivo. Deseo que este día no termine, lo deseo con la misma intensidad con que deseo que ayer no haya existido nunca.