jueves, 23 de julio de 2009

SER INEDITO


Escapo del edificio; la gente, la calle, las urgencias. Nada me dice nada. No voy a caminar por Corrientes hasta el bajo, Cerrito es un buena opción, si, Cerrito hasta Avenida de Mayo. Hay más espacio en esas calles, lo que no significa que existan menos silencios. Deseo desaparecer y materializarme en mi caverna blanca. De cualquier forma no escucho nada; el mp3 es uno de los mejores inventos del hombre para aislarse del hombre; el violín de Vanesa Mae camina por mis laberínticos oídos.
El cielo de Buenos Aires es invadido por una catarata de nubes grises. Pienso si lloverá, la velocidad de las nubes me hace dudar. Me siento en la fuente de Rivadavia y Cerrito, mi andar despacio me permite ver la rapidez de todos y de todo. Miles de personas y automóviles parecen fagocitarse en un destino que no encuentran; el del equilibrio. Siempre el apuro. Un nene que no tendrá más de seis años se me acerca pidiendo una moneditas, le doy cinco pesos. Me agradece sorprendido, como si yo le estuviese salvando la vida. No se detendrá a pensar, nunca, cuantas culpas estoy pagando con esos cinco pesos. Lo veo irse, como con una tarea cumplida, rumbo a Constitución.
El agua de la fuente me devuelve a la fuente. Me reflejo, me veo. Mi rostro; líquido y cristalino me habla: - vas a morir. Lentamente todo comienza a desmoronarse en mí. Me incorporo sobre mis pies que aún pueden sostenerme; cruzo Cerrito casi corriendo. Avenida de Mayo parece ser un sendero eterno, no siento caminar por una calle de alguna ciudad europea; siento caminar una hilera de nichos, resabios de vidas, siento caminar buscado mi propio fin. Me apuro. Llego a Defensa, sólo faltan unas cuadras. La desesperación me juega una mala pasada y casi soy atropellado por un taxi. De todas formas no pude esquivar los insultos de su chofer.
Llego al edificio, en el ascensor comienzo a sacarme el saco, el suéter, a desabrocharme la camisa. Entro al departamento vestido de las urgencias que detesto, voy dejando la ropa tirada, el bolso tirado y mi ánimo por debajo del zócalo. Abro la ducha. Cuando siento, sobre mí, el fuego liquido dejo que mi cuerpo sea abrasado. Un grito silencioso me nace desde mi futura muerte. Un grito profundo, amargo, gutural pero imperceptible.
El agua cubre todo mi cuerpo, me siento vivo. Mi boca se inunda de agua, mis hombros, mi espalda. Mi cabeza es taladrada por esa lluvia artificial. Quiero disfrutarla, que me relaje todo el cuerpo, que lave toda mi angustia.
Sólo el ruido de la ducha en mi cuerpo, las manos apoyadas sobre los azulejos. Siento el calor de las gotas que salen de mi ojos; gotas salinas, reprimidas. Me prometí no llorar en vano, no puedo cumplir esta promesa, comienzo a no ser fiel conmigo mismo y tengo miedo.

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