martes, 16 de febrero de 2010

Avaricia


Decido salir del departamento. Quiero caminar. Pensé en ir a lo de algún amig@, pero ir significaría escuchar sermones inútiles de cómo dejo pasar todo en mi vida. Ir, también, significaría que me hagan enojar con sus reproches y sin medias tintas los/as mande a la concha de la lora.
Camino; Buenos Aires es linda para caminar, sobre todo porque te da esa sensación de que no sabes si volves vivo a tu casa. Colmada de delincuentes que te matan por dos pesos. Me consuela saber que tenemos una presidente tan consciente de este problema, a tal punto… que no hace ni hará nada por resolverlo.
Camino como loco y, casi sin querer (je je je), me encuentro con mi local de ropa preferido. ¿Por qué no? -me digo, y entro a saludar a los vendedores. Me muestran la nueva colección de pantalones y camisas: Todo bello, simple, volátil (casi como yo). Compro compulsivamente 8 camisas, 2 jeans, 2 pantalones rústicos y 5 remeras. Salgo con una sonrisa de oreja a oreja y sin un centavo en los bolsillos. Luego de caminar las 132 cuadras que me separaban del departamento llego agotado, tiro la bolsas en la cama, agarro plata y bajo a un local que descubrí que vende esas pelotudeces que me encantan del rubro: AROMATERAPIA. Llego al local: 35 velas de jazmín, 35 de magnolia, 35 de rosas y 5 de limón (masculino mal lo mío no?). 4 frasquitos de esencias varias. 10 jabones (esos que te pulen el cuerpo y te dejan olor a frutas tropicales, dos hornitos y 200 sahumerios. Otra sonrisa y $ 300 menos en mis reservas.
Vuelvo al departamento. Si, por supuesto, estoy solo pero atento: me baño, me voy a poner la ropa que me compre pero me doy cuenta que elegí talles adolescentes, no me entra nada y no soy de probarme en los negocios.
Nada me detiene.
Me pongo lo primero que encuentro y me voy a un lugar que me encanta a cenar; como y tomo hasta reventar. Cuando pido la cuenta todo lo comido y bebido me hace mal, tengo ganas de vomitar.
Con 50 centavos en el bolsillo, regreso al departamento, soy una bola de grasa rodando por la avenida.
La vela que deje encendida de limón, larga un olor a berenjena podrida que me hace dar nauseas. La apago y me acuesto.
Parece que vivo un eterno exilio de los otros, debo retirarme a tiempo, antes de seguir reconociendo que estoy solo.

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