domingo, 25 de julio de 2010

NO TENGO MÁS LUGAR QUE ESTAS LETRAS


Una vez, hace nunca, llegue; partiendo un útero, revolviéndome ante el espanto de la vida sin saber que era. Bebiéndome un aire que no era mío di un grito y anuncie mi ausencia.
Nada no quiero aburrir; el grito de mi madre fue prolongado por el mío propio ante la palmada.
Nada, no quiero aburrir; un niñez sin sobresaltos entre juegos, risas y la mirada atenta de esa mujer cuyo nombre suena grande en mi, cuyo abarcarme es vida por ser significado, por ser madre.
De todas las vidas que un vive y no hablo de la cuestión de la reencarnación, sino de las vidas que uno va eligiendo, esas vidas que nos van llevando a ser. De esas vidas solo guardo el recuerdo de los aromas. El aroma a pasto mojado del patio de casa en aquel pueblito que contiene lo ajeno como propio, el pasto verde mojado , humedeciendo todas mis desesperaciones. La primavera violentando los cerezos, donde trepaba niño tratando de llegar a lo alto, a las ramas donde lo rojo se confundía con los blanco. El aroma a tierra después de la lluvia, ese aroma a tierra embebida, fundida en el agua. El aroma a tilos de la plaza, tantas veces escrita, tanta veces olvidada. Esa plaza donde los pasos son seguidos de las sombras, donde las fuentes danzan aguas.

No es que regrese
a mi antigua casa;
de paredes ajadas, espacios
de grandes sueños, escaleras que
convidaban a un infinito literario y divino.

No.

Regrese a mi vieja morada; la letra
a este tiempo despiadado y poderoso,
a un hueco que absorbió en segundos la historia de mi vida,
cada uno de esos 365 días multiplicados por mis edades.

Imagine otro hogar;
el vacío que la letra esconde, encierra;
sus oscuridades tempranas.
El niño que allí deje
no me puede convencer del hombre que hoy soy,
volví con la esperanza empecinada de no encontrar aromas en las palabras
pero ellas estaban desprolijamente disfrazadas de primaveras.

Tanto tiempo que es casi nada.

No hay recorrido que no empiece con el tiempo,
que no deja de ser un tirano, una novedad o un
dolor.
No hay recorrido que deje de atravesar puertas,
ventanas selladas , rincones repletos de aquellos
ecos que nos dieron vida.

La palabra es voz que subyuga cualquier infidencias,
que clausura todo lo esquivo que puede traer la memoria.

En cambio yo no recupere mis letras,
me halle yo ;
vacío de las personas que no pudieron asistir a la cita ,
sin siquiera sonreírme en el espejo;
existe un miedo aterrador :
la sonrisa como aproximación a la felicidad.

La voz del poeta no hablo con otras voces.
Muchos menos aquel nombre
que mi voz no menciona y mi recuerdo perpetua;
aquel nombre que supo leerme en el alma todos los misterios,
decirme en su paso todas las incertidumbres que supieron opacarme.
Ese nombre que como pocos tuvo la grandeza de no vivir de memoria.

No volví a mi antigua casa
regrese a un paraje inanimado ,
pero igualmente lleno de vida.

Buenos Aires se disfraza de noche.
Estoy solo.
Hay gente afuera que me espera y que no quiero encontrar.
Voy a intentar leer para salvarme por un rato,
cada cosa que leo anuncia mis fracasos,
son como pequeños suicidios cada día.

Yo también me entristezco a veces,
pero cada vez me importan menos los lugares;
Sólo que en estas letras me siento en una religión sin Dios,
pues alguna vez fui su habitante.
Me huyo.
Me enciendo en un cigarrillo y escribo estas palabras ,
ni siquiera se por qué.

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