viernes, 8 de octubre de 2010

EN CADA UNO DE ELLOS, YO


En cada hombre que veo también existe la posibilidad de haber sido otro o de haber sido aquel; él imperceptible, él lejano, él ausente, él olvidado. En cada hombre fui aquel hombre; aquel marginado, aquel muerto, aquel alabado y aquel bastardeado.
En cada mirada me vi vacío y pleno, me observe justo y también tirano. En cada mirada hubo lágrimas y atisbos de sonrisas, y en otras miradas estaba yo. Y Yo era simplemente un hombre en todos los hombres y quizás sin ningún nombre. El no ser nombrado me permitía el anunciarme anónimo, y por otro lado el no SER nadie. No ser nadie suele ser un juego fabuloso para transitar la vida y lo anónimo, el fascinante arte de trascendernos en el silencio.
He dicho que he sido todos los hombres y fue ahí donde me convertí en un proceso, en el proceso que me llevaba a mis actos, a creerme amo y señor de mi destino. Me castigue y me perdone, me sentí santo obrando mal y fui demonio cuando otros me santificaban. Me escondí soberbio y vanidoso para hallarme, más tarde, humilde y modesto. Disfrazado de ambicioso me desnude desinteresado y creyéndome sabio me hundí en la ignorancia.
He sido tantos hombres y he sido ninguno.
Y en aquel que alguna vez fui, también fui lo otro: un animal cazado y también su presa. Una serpiente arrastrándome en el dolor del desierto y el delfín cabalgando incansablemente olas de libertad. La paloma de la paz y el águila guerrera.
He sido tantos y he sido ninguno.

Fui el hombre triste y el alegre.
El ansioso y el cansado.
El rebelde, el sosegado.
Fui el niño, el adulto, el anciano y el padre, el hijo y el hermano.
Fui la noche más oscura y el atardecer lejano.
Y fui el campo y la ciudad, el trigo y el cemento.
Lo cerca y lo distante, fui las horas y lo estanco.
Y fui palabras que se volvieron silencios y también ojos que no volvieron a ver.
En cada hombre que veo existe el dolor de haber sido ellos; un niño abandonado, un mendigo, el amigo que ya no esta, el político siniestro, el llanto de un bebe y la caricia desgarrada del abuelo. Tantos, que ni siquiera los números sirven en las sumas de la vida.
Y fui las cosas y fui el tiempo, fui el fuego, el humo, las cenizas. Fui mi cadáver y mi redentor.
Y soy este que he muerto en tantos y vivido en otros, este que nunca sabré si soy alguno.

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