sábado, 18 de julio de 2009

AYER 2-2


SER INEDITO
CAPITULO 2-2
AYER


Las horas, irremediablemente, se acercan a uno. Qué distinto sería si uno pudiera ir hacia ellas. Cuánto tiempo menos desperdiciado. Tengo que ir al médico y las horas me caen encima. Le digo a mi jefe que me retiro por la cita.

- Claro, anda. ¿Estás bien de salud?
- Supongo que si – le contesto mientras me preparo para irme.
- Bueno llámame cualquier cosa que necesites.
- Gracias


No lo voy a llamar nada, después de todo estoy solo, vivo solo, me siento solo y al único que le pienso confesar mis cosas es a mí.
Camino por Avenida Corrientes, tres y media de la tarde marcan los viejos relojes que todavía se ven en algunas esquinas. El camino es una inundación de personas, automóviles, bocinazos, apurones, robos, agresividad, y por qué no, soledad. Camino, ni rápido ni lento, sólo me dejo llevar. Me gusta sentir la sensación de ser una hoja seca deslizándose por un río equivocado; son los contrarios que me caracterizan. Estoy a dos cuadras del consultorio de mi médico; ¿por qué tendrá su lugar de trabajo, en donde entiendo, da buenas y malas noticias, en una zona tan poco relajante: Corrientes y Cerrito. Al lugar uno llega aturdido, desorientado ante el escandaloso ruido exterior y cuando sale, y según la noticia recibida; de cualquier forma, seguirá sintiéndose aturdido y desorientado.

- Hola R, ¿Cómo estás? – me dice sonriendo Carla, la secretaria de Rodrigo, mi médico de hace años.
- Bien Carla, ¿vos?
- Bien, esta la señora y después pasas vos.
- Bueno, gracias.

Me siento en el tandem de bancos azules, casi todo es azul en esa angustiosa recepción. El azul es mi color preferido, en este lugar lo detesto. Observo a la señora que será atendida antes que yo; tiene cara de preocupación, ojos tristes y en alerta. Saca, visiblemente nerviosa, de su cartera un blister plateado y sin ninguna bebida de por medio traga una pastilla.

- Señora, pase por favor – le dice Carla

Veo a la mujer perderse tras la puerta donde atiende Rodrigo. Carla toma posición detrás de su escritorio, anota recetas, habla por teléfono, se lima las uñas, se acomoda las tetas buscándoles un lugar que ya no puede sostenerlas. En este cubículo azul siento una tranquila sensación de nada. Decido re-leer algunas partes del libro que tengo en mi maletín: CARPE DIEM del poeta Arturo Carrera. Veo la primer hoja, muy negra, de cartulina negra, donde Arturo escribió en dorado:
“Para R con el afecto de siempre” AC Bs As 2004.
Lo leo:

¿instantes?

duelo de cosas apenas entrevistas
en la pura y sorda reflexión: ¿acaso no
me mirabas como si yo fuera sólo letras,
avecillas oscuras a través
de la bruma?

Bello, es la belleza de lo simple “¿acaso no me mirabas como si yo fuera sólo letras… ¿soledad o compañía en mitad del poema?, o ¿una metáfora de que, para el otro, podemos ser una cosa: sólo letras, destino de poeta: ¿soledad?. Cuánto hace que nadie me ve ni siquiera a través de mis letras. ¿Cuándo volverá la caricia sincera, el delicado beso de los amantes, la oscuridad que sólo es luz en la visión de dos personas amándose? Siento que mi cuerpo empequeñece, vuelvo a ser lo ausente.

- ¡Gracias Doctor!, usted es un ángel, tenía tanto miedo - dice la señora que minutos antes había entrado a consulta, todo con una colosal cara de felicidad.
- No Inés, no soy un ángel y vos tenes que hacer terapia y dejar de hacerte la cabeza – le responde Rodrigo con la sonrisa de siempre.

Se besan, se despiden. Adiós. Rodrigo me ve, me sonríe, me invita a pasar.

- Una hipocondríaca la vieja, viene todos los meses con una enfermedad terminal diferente ja, ja, ja.


Nos saludamos con un beso, como hace diez años. Rodrigo es mi médico de cabecera, además de mi amigo. Es bueno por naturaleza, es bello por naturaleza. Siempre supe que sus intenciones conmigo eran otras, no porque yo sea vidente, sino porque él me lo dijo la segunda vez que lo consulte como profesional. En fin, yo amaba a otra persona y mi fidelidad es asfixiante. El tiempo traslado su sentimiento y todo se centro en una tranquila amistad, con un poco de histeria, como no podría ser de otra manera entre dos hombres.

- Sentáte R, ¿Cómo te sentís?
- Bien.

- Tus dolores de espalda ¿cómo están?
- En el lugar de siempre, que sé yo, a veces me duele mucho y otra nada.
-Okey – dice mientras habré la carpeta con mi historia clínica y mis nuevos estudios -¿estás fumando mucho?
- Lo de siempre Rodrigo, ya sabes…
- Bueno, bueno okey – repite sin mirarme, con la vista fija en esa carpeta blanca repleta de exámenes.
- ¿Entonces…? ¿Qué pasa? - le pregunte.

Rodrigo levanta esa mirada que tantas veces me miro con brillo y ahora es sólo una sombra. Me viste con esa sombra, clava esa sombra en mi mirada expectante y habla:

- Julián…este… haber…
- Dale che! ¿Estoy enfermo?¿qué tengo?, ¡dale Rodri décime!
- No, no… bueno… cáncer, tenes cancer.
- ¡Ah!... bueno… es socialmente más aceptable ¿no?, eh… ¿cómo qué tengo cáncer?
- Tenes cáncer, en el pulmón, sos la última persona de este mundo a la que le hubiese dado esta noticia…

Me levante lentamente de la silla, todo giraba sobre mi eje existencial, absolutamente todo: escuche risas, llantos, rostros, momentos inolvidables, el sexo conciliador, el amor a destiempo, mis escritos, mis sueños, mis condenas, mi madre, mis amores y los no amores. Por mi mente pasaron paisajes, pasaron los días con sus eternas noches, lluvias, nieve, frío y calor. Camino hacia la ventana, veo el Obelisco que me resulta un escarbadientes de cemento y le digo a Rodrigo:

- No te pongas sentimental Rodrigo…
- Trato de decirte las cosas…
- No me digas nada, explícame como sigue esto, nada más. ¿Hay un tratamiento?, ¿Qué tengo que hacer?, me voy a morir, ¿no?

Rodrigo dejo su sillón y se acerco lentamente a mí, me abrazo, me abrazo fuerte. No logro sentir nada de nada, sólo su enorme cuerpo abarcando mi enorme cuerpo. Nada, ya el cuerpo tampoco tiene sentido.

- Háblame sin miedo Rodrigo, necesito saber.
- Es inevitable R. – susurra a mi oído.
- ¿Qué es inevitable?, ¿qué me muera?, bueno eso no es ninguna novedad.
- ¿Cómo podes responderme con esa frialdad – me dijo enojado, alejándose, despojándome de su abrazo.
- Mira vos, yo soy el que se muere y vos te enojas… Décime cuanto tiempo, ¿Cuánto tiempo me queda?
- R, por favor…!
- Décime – insistí.
- Esta avanzado, no sé, no te puedo decir, no sé, seis meses, un año quizás pero con un buen tratamiento.
- Bien, ya esta, me siento más tranquilo.
- ¿Perdón? – dijo sorprendido - ¿estás loco?
- Supongo que no.
- Pero ¿cómo decís eso? ¿Qué es eso que te sentís mejor? No te diagnostique una gripe.
- No ya lo sé, pero ahora puedo hacer de mi vida algo cuantificable: ¿seis meses?, ¿un año a más tardar? ¿qué más da ?
- La verdad que no te entiendo.
- A partir de ahora todo es medible en mi vida. Ahora sé cuando puede llegar a ser mi fin. La muerte acaba de sorprenderme de forma sentenciosa, ¿entendes?. Tengo un máximo de un año de vida, me pregunto: ¿qué cosa puede importarme ahora más que vivir?, ¿Qué cosas me pueden detener ahora?

Me siento nuevamente. Rodrigo se pone detrás de mí, le pido que acaricie mi cara, necesito espantar la sensación de condena a muerte aunque sea por unos minutos.

- ¿Querés que vayamos a tomar algo?, sos mi último paciente por hoy.

- Gracias Rodri, pero prefiero irme a casa.
- No quiero que estés solo.
- Yo si quiero estarlo.
- Escúchame…
- No, basta, ya esta. Supongo que tendré que volver ¿no?
- R. tengo que decirte cosas de la enfermedad….
- Hoy no , hoy no – le digo mientras me levanto y camino hacia la puerta.

Me acompaña, me abraza, él abarca con sus manos mis mejillas, deseo ese beso que nunca deje darme.

- Voy a hacer todo los posible… - trata de decirme Rodrigo.
- Te voy a decir algo: en Las Euménides, de Esquilo, el coro le dice a Atenea: Diosa Atenea; ¿qué morada dices tú que tendría yo?, ella responde - una donde jamás hallaría asiento el infortunio. Acéptala púes. Y el coro le repregunta - ¿y prometes que así será en todo tiempo? La respuesta de Atenea es contundente - Yo no prometo jamás lo que no he de cumplir. No digas más nada Rodrigo. Te llamo mañana para arreglar la próxima consulta.

Salgo del consultorio, le doy un beso a Carla. Subo al viejo ascensor del, aún, más viejo edificio. Tengo que presionar el cero para descender, siento que hace minutos caí mucho más abajo del piso. Siento haber estado bajo tierra; jugando con los gusanos, recolectando lombrices, retorciéndome en la humedad de lo oscuro.

Sólo deseo llegar a mi caverna blanca y desaparecer.

No hay comentarios: