miércoles, 2 de septiembre de 2009

La Gestión Cultural en el Tercer Milenio.


Se decía que el nivel cultural de los pueblos se media por su conocimiento de las bellas artes, por su música, pintura, etc. Hoy el nivel cultural debemos medirlo además; por la capacidad del pueblo de vivir en libertad, por su solidaridad de convivencia, por la felicidad de su gente, por su crecimiento armónico, por la capacidad de construir un futuro mejor. También la mediremos por su participación creativa, por su capacidad para crear arte, por su conducta social, por su capacidad de encontrarse a sí mismo, por sus aptitudes de identificarse culturalmente dentro de un contexto en un momento y lugar determinado, por su capacidad de reconocerse en un pasado, de protagonizar con trascendencia el presente y de proyectarse con racionalidad hacia al futuro; esto se denomina democracia cultural.
La gestión cultural debe otorgar preeminencia a quienes va dirigida y no quien la dirige: no va delante de una comunidad, camina con ella.
El hombre como tal se encuentra avasallado en forma permanente por la realidad: preocupaciones, frustraciones, ansiedades, resentimientos, miedos y va creando una lenta desintegración de la personalidad; una especie de hombre dividido en sí mismo. Si esta características no responden a algo estrictamente natural (enfermedades, fenómenos meteorológicos, etc.) nos damos cuenta que son de tipo cultural. La mayoría de las personas están acostumbradas a ser dominadas o castigadas por su mal comportamiento y pocas veces reconocidas por sus virtudes. Se nos ha educado para ser apocalípticos, para la agresión y para la defensa, así, carecemos de autoestima y de imagen propia. El hombre es ambiguo por naturaleza y esa ambigüedad lo divide y lo transforma en un ser dominado.
Esto, que es una realidad, se agrava día a día con la cultura del entretenimiento, ese mercado de vanidades, de lo espurio, de lo superficial, que hace de la estupidez una institución, despersonaliza al individuo, le provoca vacíos culturales para llevarlo a : pensar-hacer-sentir-decir-consumir y producir lo que esta “cultura hegemónica” determine.
Así, incorporamos patrones culturales, comportamientos que nos llevan a quitar legitimidad, disminuir y desmerecer a los actores de procesos legítimos.

Esta era global que estamos viviendo nos enfrenta también a nuevos problemas, uno de ellos es la inestabilidad de los conocimientos. Antes, estos conocimientos perduraban a través del tiempo y pasaban de una generación a otra. Hoy si algo es de determinada manera, mañana se demuestra lo contrario y pasado se vuelve a formular. Denominamos a este fenómeno “aceleración del cambio” o “dinámica de la provisoriedad”: el hombre se queda sin normas, se desestructura, pierde seguridades, se produce un estado anómico, no se degradan los valores morales, sino que se presenta la angustia y la crisis por falta de normas.
La cultura tiene el deber de ayudar a vivir dentro de ese estado de provisoriedad donde la ética debe ser el principio rector.
Hay que aprender a vivir en la anomia sin desestructurarnos.
La gestión cultural no pasa por acciones redentoras , paternalistas o moralizadoras; tampoco por un espectáculo o un pasatiempo. Pasa , si, por establecer ámbitos de comunicación y de expresión en donde estos u otros planteos se manifiesten libremente y se den las condiciones para encontrar los canales naturales de solución.
La gestión debe darse en un marco de realidad social, solidariamente con el cuerpo social en su totalidad y con sus preocupaciones. Este es el sentido popular de la cultura que nos lleva indudablemente a una evolución cultural.
Al hablar de evolución caemos en el eterno duelo entre cultura consagratoria vs cultura popular. Lo consagratorio no sirve cuando se queda en el reducto de los elegidos de turno, tampoco sirve lo popular por el mero hecho de hacer difusión en abundancia, plurisectorial y pluriespacial. En cambio todo sirve cuando somos capaces de interpretar al pueblo, de reconocer su historia, rasgos y costumbres, cuando somos capaces de justipreciar a sus creadores, de acompañar sus manifestaciones, de entender sus aspiraciones; cuando en definitiva tenemos capacidad de traducir la suma del acervo espiritual de una comunidad, creando condiciones presentes que nos permitan proyectarnos en pos de un destino superior.

“ Las grandes transformaciones van a venir de la soledad de los pequeños grupos , no de los grandes
Helber Rged.


La idea de nación como unidad, debe estar vinculada a las culturas regionales que forman indudablemente la cultura nacional.
Para que una gestión cultural sea eficaz debe existir, por parte de los niveles superiores de decisión, una voluntad política de llevarla a la práctica.

Ricardo Z.

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