lunes, 7 de septiembre de 2009

Buenos Aires 25 de Julio 2005


“en lo mas crudo del invierno aprendí al fin, que había en mi un invencible verano”
(Albert Camus)


Cuando me regalaron este cuaderno, casi inmediatamente pensé una historia para darle vida más allá de su vida. Lo vi como un tesoro distinto, algo especial. Me entendí escritor fracasado y supe que en este cuaderno debería escribir una historia o al menos un decir interesante.
Los que me conoce saben que siento una desmedida atracción por los cuadernos, lapiceras y todos aquellos materiales que se pueden convertir en medios para poner palabras que den sentido a mi silencio.
Cuando recibí este cuaderno, casi inmediatamente supe que la vida que le iba a dar, más allá de la propia, seria en algún momento especial de la mía.
Esta idea me nació desde el carácter artesanal del cuaderno, el cual le confiere una calidad distinta; el papel reciclado de sus hojas ocres, como el otoño que pinta de dorados los recuerdos o sus tapas de cartón corrugado con leves canaletas salpicadas de verde y negro que pueden ser los colores de la esperanza o la desesperación.
A veces lo sacaba de la biblioteca y casi sin querer intentaba vestirlo, pero no pude; las palabras para ser palabras tiene que tener sentido y en mis palabras no había un motivo sentido para empezar a ser.
También sabia que sólo se trataba de esperar y yo no sé habitar este verbo. El tiempo suele ser el reducto preferido de los que esperan; esperar es como estar pendientes y esto es una forma de acercarse a la desesperación.
Esta vez yo no iba a esperar escribir en el cuaderno, él esperaría por mí. Intuí que cuando esto pasase seria como una comunión; el encuentro de lo que yo no esperaba.
La condición de reciclable del cuaderno me acercaba más a él ; esa posibilidad de desarmarlo, mojarlo, amasarlo y recrearlo hasta crear nuevamente otro cuaderno, me llevaba a identificarme plenamente. ¿No era o soy yo, acaso, material reciclable?, ¿No es mi verdad ser otro en otros? ¿Acaso cada vez y cuando mi carne no soporta más mi carne vuelvo a ser carne en otros?. Cada vez que me descubro manchado por tinieblas; ¿no es el agua que me vuelve a vestir de luz o algunas veces me recubre de espanto?
Hasta que tuve plena conciencia de quien era me sentía material de descarte. Cuando esta conciencia se volvió cotidiana supe que era reciclable. Esta actitud, este nuevo pensamiento me confería un carácter especial: la posibilidad de protegerme sin estar a la defensiva, de ser paciente sin ser tolerante; la posibilidad de pensarme desde mi sin salirme de mí o de encontrar lo que perdí sin la necesidad de perderme en lo que busque.
Quería empezar estas notas hablando de mi búsqueda constante: el sentido; mi casi permanente desesperación: ese saber lo que quiero sin poder ser lo que quiero y que me lleva a ser:

Un pájaro que vuela
sin encontrar el nido,
un niño que llora
por la madre ausente,
una radiografía que anuncia el dolor
sin poder ubicarlo en el cuerpo.
Un mendigo, que espera,
en la calle, en el frío
su destino muerte.

Es como ser:

Esa lagrima que no me escapa
por cobardía,
esa risa que me consume
por miedo.
Esa voz que me digo y no me escucho
ese silencio que deseo y no me llama,
esa plegaria gritada a la intemperie;
de mi todo cercado
de casi todo el pasado.
Grito como el que no
espera
o sueña;
eco que viene acompañado
de otra voz
de voces
de nada.

Me vino a la memoria cuando me contaron que el monje, escritor y poeta religioso Thomas Merton, en el último viaje que emprende; el que antecede a su muerte, dijo “espero que este viaje resuelva mi identidad”. No sé por qué me viene esta cuestión; al preguntarme ¿Qué soy?, la multiplicidad de respuestas que me daría serían la suma de todos mis fracasos y resolver el tema de mi razón de ser, sería entrar a un laberinto donde Ariadna no esta dispuesta a socorrerme.
Decidí esperar sin esperar, es decir, creer en una posibilidad, en algo que puede ser o no, pero renunciando a la espera.
Un día entendí que todo sucede por algo, aunque no lo desees, aunque no te programes para ello. Un día entendí que, hasta la esperanza de los otros puesta en uno, tiene un sentido.
Mi valija se vio copada de algunos sweters, pantalones, remeras y camisas, algunos calzados y una cuota de esa esperanza que a veces me pierde, y tome el micro que me llevaba al norte.
Para mi el norte siempre fue lo alto, significa el sol, el cielo magnánimo, las nubes rozando el murmullo mudo de los cerros.
Aún no sé, si como dijo Merton, este viaje resuelva mi identidad, después de todo viajar es también un poco no llegar a ningún lado, pero también es nacerse uno en otro lado.
También lleve mi mochila que, cargada con dudas, miedos y alguna que otra verdad, guardaba en su fondo este cuaderno artesanal, salpicado de verde y negro que un día un amigo me regalo y no se si lo agradecí.

Buenos Aires quedaba detrás;
disfrazada de noche.
Yo: estaba solo.
Allí hay gente que me espera y que no quiero encontrar.
Voy a intentar leer para salvarme por un rato,
cada cosa que leo anuncia mis fracasos,
son como pequeños suicidios cada día.

Yo también me entristezco a veces,
pero cada vez me importan menos los lugares;
Sólo que en estas letras me siento en una religión sin Dios,
pues alguna vez fui su habitante.
Me huyo.
Me enciendo en un cigarrillo y escribo estas palabras,
ni siquiera se por que.

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