domingo, 3 de enero de 2010

Perversion


La perversión se define clásicamente como desviación del instinto sexual. Su estudio sistemático se ha propuesto una clasificación descriptiva, una nomenclatura de las perversiones. Encontramos que la perversión concierne al objeto sexual: la pareja sexual elegida puede ser un individuo del mismo sexo, muy joven o muy viejo y hasta un cadáver. El objeto sexual puede igualmente ser un animal, la ropa, zapatos y objetos del otro sexo, el perverso puede también ponerse estas vestimentas. La práctica sexual misma puede pervertirse: mostrar los órganos genitales, buscar el sufrimiento de la pareja, erotizar el propio sufrimiento, la participación de un tercero o de varios en el acto sexual, la multiplicación de estos actos, la mezcla de la orina y las heces en estos actos, etc. Sin olvidar que estas prácticas frecuentemente se asocian unas con otras.

Esta enumeración constituye en sí misma una interpretación implícita de la perversión, pues supone un orden natural del instinto sexual que sería definible en comparación con las prácticas de los animales o a través de investigaciones estadísticas. Toda desviación estaría entonces ligada a un substrato orgánico, a una degeneración constitucional que conviene distinguir de los otros estigmas morfológicos o morales y que probablemente se origina por transmisión o debido a una predisposición hereditaria.

Esta psiquiatrización de la perversión está viciada en su método, son médicos y abogados los que han hecho esta clasificación con el objeto de responder a los problemas médico-legales resultantes de los actos delictivos y criminales cometidos por los perversos.

La aparente objetividad de tales estudios está marcada por la presión judicial y social que pesa sobre el observador, toda descripción, por otro lado, contribuye a definir al perverso como distinto al observador (el médico, el juez, la gente honesta), es decir alienarlo, patologizarlo, satanizarlo. Pero no solamente la referencia a un instinto sano, propio de la mayoría de la gente, permanece indemostrable, sino que además es una observación común que toda vida sexual calificada de normal implica prácticas tomadas en mayor o menor grado de fantasmas y actos perversos. Una sexualidad que pretenda coincidir exclusivamente con el fin de la reproducción no puede ser sino producto de fuertes inhibiciones que llevan a desconocer lo que la pulsión sexual implica de ciego y desbordante. Desde esta perspectiva, la abstinencia y el celibato son perversiones.

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