lunes, 29 de diciembre de 2008

LA SEÑORITA YO - El Origen



Quizás la felicidad podía ser un instante ¿por qué entonces la imposibilidad de vivirla? Me había relegado de tal forma que cualquiera podía, con el encanto de las palabras, hacerme creer que me amaba. Él era cualquiera. Yo también.
Cualquier concepto del amor, estructurado por cierto, que yo conocía, lentamente se iba a transformar en nada. Entendí que de esa nada surgía siempre algo. Algo que me seguía uniendo, atando. Algo que me seguía relegando.
Aún existen muchas cosas que me asombran, como la muerte que me sigue asombrando o sorprendiendo en el asombro. Me asombra también como una persona, a través de los años o el tiempo; formas de medición, puede cambiar tanto. Como podemos dejar de creer en lo que creíamos y volcarnos a otro tipo de relaciones sólo por el simple hecho de mantener sólida una relación.
Cuando me supe enamorado, fui relativamente feliz, siempre con el sentir puesto en el para siempre y el pensamiento apostando a lo que dure. Pensar una relación es ubicarla en un plano que no existe, el lugar de lo ideal. Lógico es saber que todo inicio va a tener necesariamente un final. La vida en sí, ¿no es vida por qué lleva consigo la muerte? Ante esta idea de la muerte como única certeza, el hombre no se cansa de buscarla, sin darse el tiempo de la espera.
Amor y razón nunca se llevaron bien; cuando uno piensa no esta sintiendo, cuando uno siente no esta pensando. Cuando el pensamiento se enquista en una relación las palabras no encuentran su lugar, las miradas susurran recuerdos y las horas, convertidas en tiempo, aniquilan la presencia del otro. Mi realidad fue siempre así; cada vez que pensé una relación la deje de sentir. Todo terminaba como en su inicio: rápidamente.
Sabiendo que ese lugar no existe; el lugar de lo ideal, y que como todo lo que empieza termina, me deje llevar hasta él; hasta su demencial paso por el mundo, hasta su egoísmo, hasta su aguda desesperación de hombre creyéndose ser el centro del universo; universo por él inventado y sostenido. Vuelvo: me deje llevar hasta él, hasta su risa contagiosa, sus manos abarcadoras y calidas, sus recuerdos tristes y sombríos, sus ojos; enmarcando una mirada que se perdía en la mia.
El pensamiento achica las relaciones, las limita, apura el decir que no surge, los objetos se acumulan en la despedida y el manto crucial del silencio vence a la tarde miserable en esperanzas.
Sentir, pensar; ¿no es acaso el amor el vínculo más frágil de las relaciones humanas?.
A la distancia me pregunto: ¿no es el amor el Río de Heráclito?, ¿no es el amor acaso como la muerte, la cual se atraviesa solo una vez?
No se puede aprender a morir, tampoco se aprende a amar. La sabiduría del amor llega un tiempo después de su llegada, la sabiduría del amor llega unas horas después de su partida. Entender que uno amaba es comprender su ausencia, la propia desesperación llevada a un plano de locura.
Con él no pude manejar la palabra, nunca pude hacerle entender que no era importante la palabra, sino lo que ella decía, lo detrás de ella. Creyéndome evolucionado yo no hablaba, creí que el silencio podía decir todo. Es imposible luchar contra el viento, es imposible enfrentar tormentas de permanentes desvaríos.
Acá estoy yo, encerrado entre blancas paredes que hacen juego con mis olvidos, por la ventana el verde; que no quiero sentir, que no quiero oler, que no quiero… He armado algo así como mi antigua casa; de paredes ajadas, espacios de grandes sueños que me regalan un infinito mundo literario y divino. Me miento, regrese a mi vieja morada; la letra, reencontré en ella un tiempo despiadado y poderoso. Regrese a un hueco que absorbió en segundos la historia de mi vida, cada uno de todos esos días multiplicados por mis edades.
Mi hogar es la letra, el vacío que ella encierra; sus oscuridades tempranas, o las mías. En ellas, las letras, dejo a ese niño que no puede convencerme del hombre que hoy soy. Tengo la esperanza empecinada de encontrar aromas en las palabras, porque ellas están desprolijamente disfrazadas de primaveras.
Tanto tiempo que es casi nada. No hay recorrido que no empiece con el tiempo, que no deja de ser un tirano, una novedad o un dolor. No hay recorrido que no deje de atravesar puertas, ventanas selladas, rincones repletos de aquellos ecos que nos dieron vida.
La palabra es la voz que subyuga cualquier infidencia, que clausura todo lo esquivo que puede traer la memoria.
Recupere mis letras y me hallé yo; vacío de las personas que no pudieron asistir a la cita, sin siquiera sonreírme en el espejo; tengo un miedo aterrador: la sonrisa como aproximación a la felicidad.
Mi voz no habla con otras voces. Y ese hombre que mí voz no menciona y mi recuerdo perpetua; aquel hombre que no supo leerme en el alma todas mis carencias, decirme en su paso todas las incertidumbres que supieron opacarme. Ese hombre que como pocos no tuvo la grandeza de hacerme vivir en su memoria.
Buenos Aires se disfraza de noche. Estoy solo. Hay gente afuera que me espera y que no quiero encontrar. Voy a intentar leer para salvarme por un rato, cada cosa que leo es como que anuncian mis fracasos, como pequeños suicidios cada día, esas cosas me fortalecen.
También me entristezco a veces, pero cada vez me importa menos, la tristeza es una buena compañía para el que finge ser feliz. En estas letras me siento en una religión sin Dios, alguna vez habité su roca y tampoco estaba, alguna vez le creí, alguna vez me creí.
Me huyo, escapo de mí. Me enciendo en un cigarrillo y escribo, ni siquiera se por qué.
Dentro del muro blanco que me inventé me siento seguro. Entre blancas paredes hago juegos con mis olvidos. Sigue el verde por la ventana, imaginado por supuesto, que no quiero sentir, que no quiero oler, que no quiero…los aromas, los colores, sólo me traen recuerdos y entiendo que hay un presente durmiendo conmigo y un futuro incierto disfrazando más mis inseguridades.
En cada átomo del aire esta él; erguido, dulce, vivo, perverso, su imagen allí; asintiendo todo, susurrándome: - ¿Esta todo bien?.

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